-...Pero, poco más tarde, tal como Massena había prometido -contaba Masetti-, un grupo de contrabandistas, comandados por Tomasso Conti, el ahijado y principal asistente suyo en Antibes y Marsella, a quien yo ya conocía bien, vinieron a avisarme que tenía que salir de allí en la misma víspera de Nochebuena, con toda mi producción y mis aprendices más útiles. Para ello, trajeron varios carros y vaciaron por completo la fábrica.
A los dos días, el almacén y la fábrica ya estaban montados de nuevo en un edificio de los arrabales de Marsella, junto a la carretera que iba al puerto militar de Tolón. Tomasso trajo documentos amañados para mí y mis ayudantes, por si nos los pedían, y contrató una docena de trabajadores brazales, para que se pusiesen a producir lo más posible.
Massena había sido muy oportuno, porque, al llegar la primavera, la Asamblea
Nacional declaró la guerra al Austria, considerada el foco principal de la
contrarrevolución, y que amenazaba de continuo con invadir Francia. En pocos
días, El Reino de Cerdeña, su aliado, anunció también la guerra con Francia y
realizó una gran concentración de sus soldados y artillería en Niza.
Pero, en septiembre, los franceses se adelantaron e invadieron como una tromba los ducados de
Niza y Saboya, barriéndolos. Y, al mes siguiente, la Convención declaró
anexionadas aquellas regiones a Francia.
En cuanto el rey Borbón
se atrevió a ejercer su derecho de veto para que no salieran adelante las
proposiciones de los legisladores que consideraba más pesadas, tales
como convertir a los sacerdotes en puros funcionarios del Estado que pasasen a
adoctrinar a sus feligreses y alumnos sobre la ideología anticlerical de la
Revolución, o que se condenase a muerte a quien intentase emigrar, Luis XVI se
convirtió en el chivo expiatorio perfecto, señalado con el dedo como enemigo
de la nación, y selló su fatal destino. La mayoría de los Girondinos y
Jacobinos clamaban por deponerle, y los Cordeliers por condenarle a
muerte.
· Al año de su fuga y detención en Varennes, hubo otro motín. Se constituyó la Comuna Insurreccional de París, y la multitud asaltó el Palacio de las Tullerías. Masacraron a los guardias suizos que intentaron pararlos y llegaron hasta los mismos aposentos reales.
-El rey tuvo que soportar que el populacho lo rodeara y escracheara con sus
banderas y sus armas– me contó Tomasso Conti-. Y hasta hubo de permitir que le
pusieran un gorro frigio con escarapela tricolor, que fue como los ratones
poniéndole un cascabel a un gato magullado. Realmente, estaba en una posición
tan cuestionada, que no tuvo más remedio que seguirles la payasada.
Lo peor fue de qué forma canallesca insultaron a la reina en su
presencia. Los reyes tuvieron que ir a acogerse a la protección de la Asamblea,
es decir, a la de la cúpula de sus enemigos. Ese día se acabó cualquier respeto
que le restase a la monarquía.-
Ahora que yo vivía en Marsella y manejaba con mayor fluidez el francés, me llegaban más rápido y mas claras las noticias del proceso revolucionario que cuando residía en Niza. El 25 de julio, el Duque de Brunswick publicó un manifiesto muy en plan viejo aristócrata absolutista, en el que amenazó con invadir Francia y arrasar París al frente de las tropas prusianas y austríacas, si aquella chusma llegaba a tocar un pelo al rey Luis XVI o a su familia.
...Y todo el mundo acusó a la Reina, a la odiada austríaca, de haber pedido al
duque prusiano que se manifestase de aquella insufrible manera, para asustarlos
como se asusta a un perro con un palo, con lo cual la odiaron más que
nunca.
En lo interior, el ala más extrema o montañesa de la izquierda, los
sans-culottes, presionaron a la Convención para desencadenar una represión
sistemática contra toda y cualquier oposición. Ésto supuso que la Convención
cediera el poder ejecutivo a una serie de comités, máximo exponente de los
cuales sería el Comité de Salud Pública, la Inquisición Ideológica que antes les comenté, dominada, en aquella etapa, por Maximilien Robespierre y sus seguidores
más directos.
El 13 de agosto de 1791, la familia real fue encarcelada en la antigua Torre del Temple. Para quien conocía la historia de los Templarios, como yo, parecía que la maldición de Jacques de Molay, emplazando a sus verdugos, estaba por fin cumpliéndose, al cabo de generaciones.
Cuatro días después, se creó el primer Tribunal Revolucionario, a instancias de
Robespierre, que empezó a dictar ejecuciones masivas. Yo estaba muy arrepentido de haberme venido a Francia, en lugar de evacuar Niza a tiempo, como tantos vecinos, y refugiarme en mi pueblo emiliano-romañés, junto a mi familia, bajo la protección de nuestro soberano, Su Santidad el Papa, a quien toda Europa respetaba.
Pero no había forma de poder salir del avispero en el que me había metido. Los nuevos ataques contra Francia por las potencias
absolutistas, provocaron, no sólo el enfrentamiento de los girondinos
con sus enemigos de todo tipo, que los culpabilizaban por provocar la guerra,
sino también sublevaciones contrarrevolucionarias en el interior, por lo que se generalizó el control y la represión en todo el país. Los
parisinos presumían de muy modernos y muy rebeldes, pero la verdad era que la mayoría del campo
francés se mantenía como gente bien conservadora, amante de la paz y de sus
tradiciones locales.
Entonces supe, por los contrabandistas, que Massena había sido nombrado ayudante mayor y luego comandante del tercer batallón del Var. Declarada la guerra al Austria, en una época en la que todo eran desgracias en las fronteras, Massena había obtenido un pequeño éxito que le valió ser ascendido a coronel, ya que hacían mucha falta héroes que sirviesen como ejemplo para levantar la moral del país.
Tomasso aseguraba que sus hombres respetaban mucho a Massena, pues decían que
tenía el don de resurgir de las cenizas, de resolver de forma valiente e
inteligente cualquier situación adversa, justo en el momento en que parecía que
todo estaba perdido.
El 20 de septiembre de 1792, en el poblado de Valmy, el ejército francés del Norte, comandado por Charles François Dumouriez, con el militar, nacido en Venezuela y renegado de España, Francisco de Miranda, sirviéndole de mariscal de campo, más el ejército francés del Centro, liderado por François Christophe Kellermann, detuvieron, con un muro impenetrable de artillería, el avance del ejército del rey de Prusia, dirigido por el altivo duque de Brunswick y reforzado por contingentes austríacos, de Hesse y de realistas franceses emigrados, que ya habían rendido la ciudad de Verdún y se encontraban a poca distancia de París.-
CONTINÜA MAÑANA
Nenhum comentário:
Postar um comentário