quinta-feira, 8 de julho de 2021

29- LOS RADICALES

El desarrollo de la Revolución Francesa no resultaba un tema indiferente para la mayoría de los españoles. Todo el mundo quería saber como se produjo su evolución, y también toda la familia Sitge, de manera que Gaspare se fue extendiendo sobre aquel relato en cada tarde que los visitaba, y le encantaba el interés especial con el que Sofía le escuchaba.

-En aquel tiempo- contaba Masetti-, yo, que aprendí de mi abuelo a amar los libros, fui aficionándome, cada vez más, a leer todo tipo de periódicos que se podían conseguir en italiano y en francés, lengua que iba aprendiendo. Así me enteré de que, bajo el Antiguo Régimen, la Iglesia era el mayor terrateniente de Francia, pero que la Asamblea eliminó su privilegio de imponer impuestos sobre las cosechas, así como acabó también con otros privilegios del clero y se confiscaron sus bienes, porque eran los que el Gobierno tenía más a mano para financiarse. Más tarde, sin que sirviesen para nada las protestas del Papa, se promulgó una legislación bien controladora, que convertía a los clérigos en empleados del Estado, siempre que jurasen acatar los principios revolucionarios. 

Aquellos fueron unos años de dura represión para el clero, siendo comunes la prisión y masacre de sacerdotes insumisos al Estado en toda Francia, insumisos que fueron llamados refractarios. La fea cuestión provocó movimientos contrarrevolucionarios, pero que no tuvieron éxito. Cada vez se hacía mucho más patente que la dirección de todo el desarrollo del plan revolucionario arrancaba de la influencia de las sociedades secretas, como la masonería, fieramente anticatólicas, que tenían como correa de transmisión y ejecución a los clubes políticos. 

En agosto de 1790 ya existían por toda Francia cientos de clubes Jacobinos y Cordeliers, cada vez más radicalizados en su anticlericalismo, incluso en su abierta aversión al cristianismo, al que trataban de sustituir por ateísmo o por neopaganismo grecoromano, o hasta por la vuelta al salvajismo emocional que había puesto de moda el escritor Rousseau.

Yo me sorprendí de la paradoja, al leer que los nombres de los clubes políticos anticatólicos procedían, precisamente, de los conventos parisinos de Dominicos o Capuchinos (quienes se ceñían un cordel), donde comenzaron a reunirse, después de que los decretos exclaustradores dejaron a los monjes en la calle y sin medios de subsistencia. Los Cordeliers eran partidarios de arrancar cualquier vestigio de cualquier religión de la mente de la Humanidad, para que pudiese resurgir la mente pura y natural del hombre, ya no condicionada por dogma o prejuicio alguno. Los Jacobinos, casi lo mismo, aunque algunos conservaban cierto concepto original, vago y distante de Dios, bajo la denominación, más progresista, de Ser Supremo o Supremo Arquitecto del Universo. 

A principios de 1791, la Asamblea decretó una legislación durísima contra los franceses que emigrasen durante la Revolución, a fin de evitar la fuga de capitales y la creación de ejércitos contrarrevolucionarios en el extranjero. 

Ante la radicalización, el Papa empezó a denunciar y condenar la persecución religiosa a que fueron sometidos  por el régimen revolucionario los eclesiásticos leales a Roma, quienes intentaban proveer de ayuda a los clérigos encarcelados por mantener la fidelidad a sus votos. El 4 de mayo de 1791, por medio de un breve apostólico, el Pontífice rechazó la Constitución Civil del Clero. Los sacerdotes que la aceptaron fueron considerados perjuros y suspendidos.

Algunos obispos, sin embargo, que ya para entonces eran diputados de la Asamblea Nacional, respondieron al breve papal con una carta muy digna, en la que manifestaron su lealtad a la Nueva Francia.​ 

En cuanto empezaron a ser difundidos los breves papales, una efigie de Pío VI de casi dos metros de altura fue quemada en París, cerca del Palacio Real, y se imprimieron caricaturas que lo ridiculizaban junto a los soberanos europeos, mostrándolos como los tiranos reaccionarios y decadentes del Viejo Orden, incapaz de adaptarse a lo que los nuevos tiempos estaban demandando.-

-Y usted como se sentía ante aquellos ataques al orden tradicional?- Preguntó Sofía.

-La verdad, todo aquello produjo sentimientos encontrados dentro de mí -respondió Gaspare-: había sido educado considerando que el Papa no sólo era el representante de Dios sobre la Tierra, sino además el Jefe de Estado de mi país natal, respetado por toda la Cristiandad. Una parte de mí, la más apegada a mis bases tradicionales y familiares, se sentía ofendida por aquellos insultos. Otra, la más rebelde, se alegraba de que hasta lo que parecía más sagrado pudiese ser cuestionado por los hombres de espíritu libre, moderno y progresista, con los cuales quería identificarme.-

-A mí me ocurre lo mismo -respondió su amada- pero la sociedad tradicional en la que fui criada me parece tan injusta y tan hipócrita, tan egoísta e insolidaria con los débiles, que creo que si regresase en estos tiempos, el propio Jesús entraría a latigazos en los templos.-

-¡Sofía, no exageres por favor! -la reprendió su madre.- Discúlpela, don Gaspar, ella no es capaz de matar una mosca.-

Masetti se sorprendió del tono en que ella se expresó, pero el fuego de sus ojos hizo que le pareciese más bella y deseable, y se alegró de que fuese una mujer apasionada por la justicia. Siempre se había imaginado a las españolas como mujeres apasionadas, ígneas.

-Por entonces- continuó su relato- las personas encargadas de llevarle dinero a mi familia me comunicaron la muerte, natural y en paz, de mi querido abuelo Sixto. Al parecer, lo último que había dicho era que "Por fin había conseguido viajar al pasado y hasta contemplar el cielo, pero sin necesidad de usar ningún licor para ello". Nadie tenía ni idea de qué era lo que había querido decir.- 

Continuando en Niza las experimentaciones del abuelo Sixto bastante más allá, Gaspare sí que había conseguido un licor especial, mejorando con flores de cáñamo, hinojo y anís, una receta suiza con aromas de artemisa absenta o ajenjo, puesta de moda en París por aristócratas libertinos y por artistas rousseaunianos, con muy alto grado de concentración alcohólica. "Para ir más allá de la domesticada consciencia habitual y resucitar al buen salvaje". Seguro que le hubiese encantado al ilustre Jean Jacques, tanto como le encantó a Massena.

Aunque no le contó nada de ésto a Sofía ni a nadie, su personal alquimia facilitaba entrar en un sopor en el que recuerdos muy antiguos (que parecían visiones o alucinaciones), afloraban de una manera muy sensible a la consciencia sin que el consciente racional, adormecido, pudiese filtrarlos o contenerlos. Lo usó para recordar  con cariño las muchas enseñanzas de su abuelo, pero siempre con moderación y bien rebajado con agua, porque su experta percepción tenía claro que podría ser un preparado altamente adictivo que llevase a un defenfreno semejante al de las antiguas bacantes..

-"Todos los hombres somos como el aguardiente, Gaspare- Decía don Sixto en uno de sus recuerdos-visiones-. Venimos de los desechos de las uvas pisadas, del bagazo que nadie quiere. Pero si vas calentando tu bagazo de forma atenta y constante, de esa materia machacada se desprende un espíritu que asciende por el alambique espiral hasta destilarse en gotas de alcohol fuerte, puro y muy vivo, que se puede convertir en el mejor de los licores, dependiendo de las virtudes que le vas añadiendo en esa alquimia."-

Poco después, Gaspare ya se había enterado de que Massena estaba reincorporado en el ejército francés, y en aquel año y el siguiente se desencadenaron tremendos acontecimientos:


CONTINÚA MAÑANA

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