sábado, 17 de julho de 2021

61 - DEL MEDITERRÁNEO AL ATLÁNTICO

El mundo náutico era un mundo muy especial que Masetti estaba ahora descubriendo. Sus colaboraciones en el barco seguían siendo de tipo administrativo, sobre todo junto al Señor Gándara y el sobrecargo, Señor Puime, y, bastante menos, transmitiendo las instrucciones de éstos al contramaestre. Sin embargo, no dejaba de observar con el mayor interés las técnicas, roles y rutinas de la navegación.

El capitán era como un rey distante al que no se podía molestar. Cualquier cosa sólo llegaba a él a través de toda la jerarquía de mando, pero, cuando él se dirigía desde el puente a toda la tripulación o a una persona en concreto, su voz era como la voz de Dios desde la montaña. El timonel, piloto u oficial mayor era la segunda persona, muy bien instruida, casi como un príncipe, cuya concentración no debía ser turbada por nadie.

Los oficiales primero, segundo y tercero asistían al capitán y se encargaban de las distintas guardias del día o de la noche. También había oficiales en aprendizaje, algunos muy jóvenes, como los que se llamaban “cadetes” en la Armada del Rey. Sólo el capitán y los oficiales tenían camarotes en la proa. Toda la oficialidad era gente sumamente estricta, casi militar, encargados de imponer una férrea disciplina con contante cara de mala leche.

 Tan férrea que casi todo parecía estar prohibido bajo pena de latigazos o cepo, o hasta de muerte, en caso de homicidio, sodomía no consentida o falta grave frente al enemigo. La blasfemia se castigaba con rigor, aplicando un hierro candente en la lengua del idiota que podía atraer una tempestad del cielo o una flota enemiga sobre el navío. Con Dios o la Virgen del Carmen ni se bromea. Mucho menos con el Cristo de la Buena Victoria, patrón de Vigo.

Por su parte, el contramaestre era el principal intermediario ejecutivo entre la cúpula de mando y la marinería. Una especie de padre severo, pero padre de todos, al fin y al cabo. El sobrecargo se ocupaba fundamentalmente de la carga. Masetti dormía en un coy al lado de Quinteiro y Puime, entre los cañones y una buena parte de la marinería.

-¿Cómo es esa historia del Cristo de la Buena Victoria, señores?-

-Contaban nuestros abuelos que unos marineros coruñeses fueron sorprendidos por una terrible tempestad en altamar- explicaba el Señor Puime,  el sobrecargo (La Coruña es la ciudad capital del noroeste de Galicia)-, entonces vieron venir sobre las enormes olas que inundaban la cubierta, la imagen de un Cristo, que se quedó enredada entre los aparejos. 

Jugándose el tipo ante nuevas olas que la seguían barriendo, agarraron como pudieron la imagen y la amarraron con un cabo al mástil. En menos de diez minutos, el mar y el viento amainaron milagrosamente y pudieron ver que habían sido arrastrados hasta la bocana norte de la ría de Vigo, entre el Cabo do Home y las islas Cíes.

Cuando la tripulación consiguió desembarcar en el puerto, contaron lo sucedido y la gente del Berbés, el barrio de pescadores, admirada por el milagro, pidió a los marineros que dejasen quedar la imagen en la villa.

La tripulación coruñesa se negó, puesto que ahora consideraban al Cristo como su protector, y se hicieron a la mar con la imagen a bordo. Pero, pasadas las Cíes, se volvió a levantar una tormenta peor, que los obligó a volver a puerto. Calmado el mar, volvieron a intentar la partida, pero se desencadenó un nuevo temporal que ni les permitía salir de la ría. 

Por fin, los marineros entendieron las señales de que tenían que acceder a dejar al Cristo con los vigueses que lo habían pedido y que continuaban pidiéndolo con devoción, a cada retorno de los foráneos. Sólo así pudieron salir al océano y regresar a La Coruña y a sus hogares, sin más problemas. 

Quedó, desde entonces, bien fijada en Vigo la certeza del refrán de "quien no llora no mama", quien no pide no consigue. En consecuencia, el Cristo empezó a ser invocado por los corsarios locales al salir a sus arriesgadas singladuras y, cuando regresaban exitosos, se le hacían ofrendas. Tantos éxitos y ofrendas de agradecimiento hubo que, desde entonces, pasó a llamársele el Cristo de la Buena Victoria.-

Masetti se sorprendía de que aquellos lobos de mar del bravo Atlántico contaban o escuchaban estas historias poniendo la expresión de "Yo no creo en estas cosas tan increíbles, pero ocurrir, pueden ocurrir. ¿Y quién soy yo para negar los milagros si hubiese un Todopoderoso que los considerase útiles para estimular una mayor fe y esperanza en sus hijos?". Igualitos que el buen pueblo del campo en la parte de Italia de donde Gaspare procedía.

Diferente que con la oficialidad, que parecían gente de otro planeta con caras de piedra, normalmente todo el mundo podía hablar con el Señor Puime o con el contramaestre  Fontán de una forma familiar, informal, o hasta bien campechana. Los que eran gallegos como ellos, la mayoría de la tripulación, vivían haciendo bromas, con un especial sentido del humor (algo mordiente, pero que no provocaba en nadie la sensación de sentirse ofendido), al que llamaban "estar de coña" o "coña marinera". 

Ahora bien, cuando el contramaestre daba la orden de "maniobra general" o "dar o quitar paño", añadiendo en cada ocasión la combinación adecuada de velas para aumentar o reducir la velocidad o para evitar desgarros ante un viento violento, el campechano Señor Fontán se transfiguraba en un poderoso Júpiter Tonante, y los marineros que hacía un momento estaban "de coña" con él, se convertían inmediatamente en atentísimos y diligentes soldados a sus órdenes, que subían como monos a las vergas para desplegar o recoger las velas, todo ello con rapidez, en grupo, descalzos y con la mayor coordinación.

Los trepadores a los palos tenían que cuidar de no dar un traspiés o un resbalón o de tener bien a la mano una cuerda de la que sujetarse, porque una caída sobre la cubierta desde las altas vergas podía suponer la muerte o quedar lisiado para toda la vida. Si cayesen al agua, con aquellas olas gigantes de su Atlántico, las posibilidades de supervivencia hasta que el contramaestre consiguiera organizar el rescate, podrían ser bastante remotas. 

Ahora que entendía ya bastante el español y el catalán, Gaspare  empezó a entender el gallego, una lengua intermedia entre el español castellano y el portugués, y muy próxima al latín. Le hacían gracia, especialmente, las "salomas", cánticos grupales para aunar esfuerzos durante las tareas colectivas duras, que repetían las salmodias de un "salomador", que improvisaba rimas, a veces muy divertidas, a veces burlescas y sarcásticas, inclusive apuntando las "coñas" a la jerarquía de mando, quienes hacían como si no fuera con ellos, o hasta sonreían de lado.

Esta tolerancia le sorprendía mucho más ahora, porque desde que había comenzado a conocer a los españoles, los encontró muy orgullosos, y no sólo en sus clases más altas, sino que hasta los mendigos parecía que le estaban haciendo el favor a uno de sentirse generoso, pudiente y bueno, al recibir su limosna. De igual manera, el capitán y los oficiales del Santa Victoria parecía que estaban premiando a los marineros por su esfuerzo de trabajo, al aceptar sus coñas cantadas con una sonrisa digna. 

Ya que algunos de aquellos trabajos en los que las salomas los animaban y coordinaban, eran duros o extremadamente duros. El que más, jalar todos juntos del cabrestante que levaba las pesadas anclas; o, un poco menos,  aferrar las velas, o baldear y cepillar las cubiertas, o cazar ratas, que son la más peligrosa plaga de los barcos. 
 

Durante la noche, los dos navíos se abrieron en arco hacia la costa africana y la fueron recorriendo  a buena distancia, siempre en máxima alerta contra posibles ataques de piratas berberiscos o, peor, de las flotas británicas procedentes de Gibraltar, hasta llegar al puerto de una plaza fuerte española en África, muy bien amurallada: Melilla. 

 Le explicaron que  la habían fortificado mucho contra el sultán de Marruecos,que fracasó un par de veces al sitiarla,  aliado, cómo no,  con los ingleses, que mantenían a toda costa el Peñón de Gibraltar, y querían arrebatarle Ceuta a los españoles, para estrangular completamente el paso de sus flotas del Atlántico al Mediterráneo, a través del estrecho. 

-No se puede usted imaginar, Gaspar - dijo el señor Puime- la cantidad de sangre derramada en esta zona a lo largo de la historia, rojas las aguas del estrecho deberían ser.

 
Sin embargo, para mí, la peor piratería no es la de la morisma, sino la de los hijos de la Gran Bretaña, aunque también los ha habido bien jodidos entre los holandeses y los franceses. Esos no pueden justificarse con guerra santa ninguna contra los infieles ni con ningún profeta que les avale. En principio se consideran cristianos, y hasta mucho mejores cristianos que nosotros, porque sólo obedecen a su conciencia y a lo que ellos mismos interpretan de lo que está escrito en la Biblia, y no a ningún Papa corrupto, vendedor de indulgencias.

¿Cómo hacer, pues, si los pillan, si, cuando ya tienen la soga al cuello saben perfectamente que, por robar y matar a sus hermanos, como dice el Libro, irán a quemarse en las calderas de Pedro Botero para toda la eternidad? Bueno, pues les consuelan dos cosas: la herejía de Lutero y la Patente de Corso.

La herejía de Lutero, según me explicó un cura de mi tierra, tiene una cosa buena: Lutero consideraba que el hombre, todos los hombres y mujeres en general, son pecadores sin remedio. Por sí mismos, no pueden salvarse, hagan lo que hagan. Olvídense. Sólo se salvarán por una gracia de Dios. Y ¿A quién concede Dios su gracia? pues a quien cree en Él, dice Lutero.

Así que yo puedo ser un pirata sanguinario responsable de mil crímenes, pero mis obras no importan, lo que importa para salvar mi alma es mi fe en Dios, si ella es grande, él me perdona y me salva. No en este mundo, claro, que está claro que es el del Diablo y el del pecado inevitable, sino en el Suyo.

El segundo consuelo es la Patente Real de Corso. Si sólo robo o mato a los enemigos de mi rey, y comparto con él mis botines, no soy más un pirata sin escrúpulos, cabrón hijo de puta, al que se puede ahorcar sin dudarlo. No amigo, ahora soy un corsario al servicio de mi rey, que es quien manda y responde, y los enemigos de mi rey, si me pillan, no deben tratarme como un bandido, sino con la humanidad con que los soldados nobles tratan a un noble soldado de otro país, que sólo hace, igual que ellos, lo que su autoridad superior le ordena.-

Masetti se quedó pensando en aquello, dándole vueltas a la cuestión fundamental de por qué el hombre vive en continua competencia con los demás hombres, robándoles, extorsionándolos con tributos, esclavizándolos, explotándolos... y cómo podría hacerse para que todos los hombres y mujeres de todas las naciones viviesen y progresasen en paz, haciendo sólo buenas obras, pagando lo justo a sus colaboradores y compartiendo los productos de cada uno en libre comercio y grato intercambio, con ganancias recíprocas, sin querer sacar ventaja sobre los demás, sin impuestos abusivos ni más guerras.  

Desde Melilla, dos barcos de guerra españoles les acompañaron hasta Ceuta, otra plaza fuerte bien murada, donde pasaron el día, preparándose para el gran salto al Atlántico. Las regiones marítimas al norte de Ceuta y el sur de Portugal eran, con todo, las más peligrosas del viaje. 

Al anochecer, Maruri ordenó salir de Ceuta, otra vez de noche y sin luces, formando parte de un convoy de otros cuatro grandes barcos hispanos bien armados, que se dirigían a las Indias, y adentrarse bien hacia el oeste en el Atlántico, en un amplio arco, para evitar el espacio controlado por Gibraltar y el cerco británico a Cádiz.

De todas maneras, tanto en Algeciras como en Cádiz se trataba de bloqueos a prudente distancia, que no lograban impedir la entrada y salida de barcos en cabotaje, por causa de las cañoneras gaditanas, que continuamente andaban intentando el apresamiento de algún enemigo, humildes botes de remos o faluchos en los que se emplazaba un cañón de a 24 o de a 18, y que dieron grandes resultados.

A partir de allí, ya no había lugar posible donde esconderse. Los cuatro navíos que se dirigían a las Indias se separaron de ellos hacia el suroeste, hacia Canarias, a fin de aprovechar los vientos alisios en su travesía, mientras que el Santa Victoria y el Gavilán, por lo contrario, navegaron solos hacia el norte noche y día, en dirección al punto del océano equidistante entre las Azores y Lisboa.


-No vaya a preocuparse, Señor Masetti, pero estamos entrando en el área preferida por piratas y corsarios para acechar a navíos españoles.- Comentó el Señor Puime.

Todos los vigías se encontraban en estado de máxima alarma, no preocupados, sino ocupados en otear con catalejos en las cuatro direcciones. Finalmente, una vela  apareció en el horizonte por el este y pronto les quedó claro que se trataba de un corsario portugués de 16 cañones, que venía animado a la caza.

El capitán Maruri ordenó inmediatamente dos cosas: aminorar la velocidad del Santa Victoria y lanzar una salva de aviso al Gavilán. 

El portugués ya estaba acercándose, pero entonces, el segundo buque español hizo evidente su presencia, anunciándose con otra salva, mientras desplegaba la gran bandera rojigualda de la Armada Hispana.  

Cuando el corsario se dio cuenta de que tendría que vérselas contra dos enemigos bien combativos, desistió del ataque prudentemente y viró enseguida a estribor, para buscar refugio en la costa portuguesa. 

Maruri gritó inmediatamente sus órdenes desde el puente: que lo dejasen ir y que las dos naves continuasen navegando a toda vela hacia el norte, para lo cual ayudaba muy bien el viento en popa favorable, antes de que el corsario avisase a sus paisanos 

También se las transmitieron al Gavilán por medio de señales, pidiéndole continuar con la estrategia de mantenerse a distancia suficiente para no dejarse ver, de primeras, por quien avistase al Santa Victoria.

Pasado el tiempo de la tensa expectativa y de los comentarios sobre lo que acababa de suceder, Masetti preguntó al señor Quinteiro cómo se veían mutuamente  Portugal y España. 

-Somos países hermanos, la misma gente en la que se mezcló durante milenios lo mejor y lo peor de cada pueblo, la misma historia, el mismo paisaje, aunque Portugal es más verde. -Respondió.- Para nosotros, los gallegos, los portugueses, especialmente los del norte, son los gallegos del sur, los gallegos libres, que un día quisieron hacer historia por su cuenta, se independizaron de Castilla, conquistaron Lisboa y el Algarve, y después salieron a conquistar el océano. 

Son los bravos hijos mayores de la loba romana, que crearon un imperio comercial en todos los continentes, sobre las orillas de los océanos, a pesar de tener cuatro veces menos población que España. Les tenemos cierta envidia, que a menudo disfrazamos de desdén. Nos parecen enanos, pero sabemos que son gigantes.

Es posible que sean el pueblo y la cultura gallega quienes se hicieran enanos frente a Castilla, cuando nuestros nobles eligieron convertirse en Grandes de España, con lo que no nos quedó otra que intentar ser más castellanos que los castellanos, en sus virtudes y defectos, si es que eso es posible, y siempre a nuestra peculiar manera.

Para  el resto de los españoles, especialmente para los castellanos, los portugueses son unos gallegos rebeldes, que se empeñan, para su mal, en no querer ser españoles. En general, cuando imaginamos el mapa de España está Portugal incluido en ella. Sin Portugal, Gaspar, nos parece que no tiene gracia la forma de nuestro país, o no la reconocemos.

-¿Y qué piensan los portugueses de los españoles?- Preguntó Masetti.

-Por lo que yo les tengo escuchado, también nos reconocen como hermanos o primos, pero, mejor, teniéndonos a distancia, cada uno en su casa y a sus propios asuntos. Y tienen un sentido de su propia identidad nacional mayor que el nuestro, donde cada reino tiene el suyo. Están enormemente orgullosos de haber logrado un imperio como el que tienen, a pesar de ser una nación tan pequeña, con tan poca gente. Y nunca les gustó nada tener un rey español. "De España, ni buen viento, ni buen casamiento".

Cuando he estado con mi tripulación en un puerto portugués en tiempos de buena relación e íbamos a comer juntos a algún mesón, casi siempre se oía al cabo de un rato: "Ya están los castellanos hablando alto", Hablar y reír alto cuando estamos en grupo es lo más natural en nosotros, si no, no sentimos que haya alegría ni fiesta... Pero lo curioso era que, cuando bajábamos la voz para no molestarles, alguien acababa reclamando: "Ya están los castellanos queriendo ser condescendientes con nosotros", y eso les parecía un signo de nuestra altivez. Si les hablábamos en gallego, que a nosotros nos parece muy semejante al portugués, nos decían "¡Qué lindo su acento al hablar español!"

En fin, no se puede contentar a todo el mundo. Cuando los gallegos estamos con portugueses siempre nos sentimos muy hermanos de ellos, pero  ellos nunca dejan de ver a un gallego como un español que intenta hacerse entender sin saber hablar bien y, a su vez, nos responden en un castellano aportuguesado, en portuñol, que claramente se están inventando. Ahora que si usted trata a los portugueses uno a uno, normalmente encuentra a personas muy, muy gentiles. Ellos dicen "Muito cumprimentadas". Probablemente se les ha pegado la discrección británica.-

-A los españoles les gusta hacer bromas con los portugueses, que siempre les parecen un español que habla raro. -Rió el Señor Puime, que acababa de llegar junto a ellos.- Señor Masetti: ¿Nunca ha oído el epigrama del  "Admiróse un portugués"?-

"Admiróse un portugués

de que en su más tierna infancia

todos los niños en Francia

supiesen hablar francés.

«Arte diabólica es»,

dijo, torciendo el mostacho,

«que para hablar en gabacho

un fidalgo en Portugal

llega a viejo y lo habla mal;

y aquí lo parla un muchacho".

Los dos gallegos se rieron mucho con el epigrama, tal como ellos se reían, con toda gana, pero a Gaspare le pareció, simplemente, absurdo. Apenas torció la boca en una sonrisa de circunstancias, para acompañarlos. En fin, el humor es una cosa muy local.

-...Esto lo escribió un dramaturgo y poeta llamado Nicolás Fernández de Moratín, muy mentado cuando yo era más joven -dijo el Señor Puime.- ¿Sabe? También los portugueses hacen chistes de españoles, en el que los españoles somos siempre tipos insufribles, de tan arrogantes. Como éste:

El españolito habla con su papá:

-"Papá, quando yo crezca quiero ser como usted!

-¿Y por qué, mi hijito? – Pregunta orgulloso el español.

Y el niño responde:- ¡Pues para tener un hijo como yo!"-

-...A mí me contaron este otro en Oporto, en mi propia cara.- Dijo el señor Quinteiro:

-"¿Por qué los españoles prefierem no casarse?-

- Porque no encuentran una mujer que los ame más de lo que ellos se aman a sí mismos…"-

-¿Y qué hizo usted cuando se lo contaron? -Preguntó Gaspare.

-¿Qué iba a hacer? -Dijo él.- Reirme, aunque no me haga mucha gracia. Para eso son los chistes. No le vas a dar el gusto al cabrón de pensar que consiguió tocarte las narices.-

-¿A usted le  parecemos tan arrogantes los españoles, Gaspar? Diga usted la verdad. Le prometo que intentaremos mejorar.- Pidió el Señor Puime, riendo.

-Por Dios, no le pidan a un italiano que diga la verdad- bromeó él-. Somos un pueblo muy diplomático, nos gusta agradar a todo el mundo.-

-Usted es un amigo.- Insistió el Señor Puime.-Si usted no nos dice como nos ve... ¿A quién se lo vamos a preguntar? Un inglés o un francés nos lo diría, o un holandés, o hasta un turco. Pero nos lo dirían con tanta mala leche o con tanta distancia que no nos aprovecharía, porque tendríamos que liarnos a repartir hostias a esos herejes a continuación.- 

Gaspare no quería para naaaaaaada, niente di niente, proprio nulla, comprometerse a hablar de esa delicada cuestión, y le parecía una manera de proceder indiscreta y violenta eso de repartir sagradas formas a los herejes, aunque ellos no hubiesen expresado para nada su deseo de compartir el rito de la comunión católica, y se le ocurrió enseguida un tema-cortina de humo, que iba a desviar hacia él la atención de los dos españoles:

-¿Y las mujeres en Portugal, qué tal?

-En lo físico, a mi no me parecen diferentes de las españolas, -Opinó el señor Puime, cayendo en la trampa con entusiasmo, tal como él esperaba.- ...En su vestimenta, modas  y maneras, tienen un aspecto más recatado, por lo menos las de las clases populares. Usted ya sabe que los nobles y la alta burguesía siguen las mismas modas en toda parte... Por si le sirve de algo, los hombres portugueses hablan de las fogosas españolas igual que los hombres españoles hablan de las libertades que se toman las francesas.-

-Amigo Puime, cuidado con lo que habla de las francesas -dijo don Xosué en tono de chanza.-...Que el joven señor Masetti viene de vivir en Francia... Gaspar, usted ya sabe que no se puede generalizar sobre ningún pueblo, cada uno es cada uno, y cada una o cada uno da mejor o peor resultado, dependiendo de como cada uno o cada una supo o no supo estimular lo mejor o lo peor del otro, o de la otra.-

Masetti quería saber más cosas sobre los portugueses, pero cuando el grupo pasaba de dos, aquel par de gallegos estaba de broma todo el tiempo, chanza va, chanza viene, coña marinera, el juego al que ellos también llamaban "retranca" y que les encantaba. Hubo que esperar a que el señor Puime se marchase, para que el señor Quinteiro siguiese contándole algo coherente.

-Con todo lo que lograron en su historia, grandes hazañas, los lusos son más modestos y pacatos que los españoles, nada altivos ni extremistas en política y bastante tolerantes, ya que son un pueblo de navegantes y comerciantes, cosmopolita, acostumbrado a conseguir más de la negociación con todo tipo de gentes, que de la fuerza. Aunque, cuando han tenido que emplearla, no desmerecen ante ningún hispano, ya que ellos mismos son hispanos, igual que son tan italianos los toscanos como los genoveses.

-¿Han tenido los portugueses muchos héroes?- preguntó Masetti.

-Claro que han tenido y siguen teniendo. Héroes valerosos hay muchos en la historia de todos los pueblos.- Explicó el Señor Quinteiro-. Para convertirse uno  en un héroe sólo necesitamos entender que todos hemos de morir, y entonces mentalizarnos que más vale morir intentando cumplir nuestros objetivos cuando aún podemos disfrutar de nuestros éxitos (o, al menos, de nuestras honrosas tentativas), que morir del puro desgaste de la vejez, sobre una cama, poco a poco, dando trabajo y pena a nuestra familia, por mucho que nos ame,  y perdiendo facultades cada día. 

Yo admiro a los hombres y mujeres valerosos, igual que la mayoría de la gente. Y me gusta animarme a ser y comportarme como valeroso. Pero ¿Sabe? No es lo que más admiro.-

-¿Qué es lo que usted más admira entonces, don Xosué?-

-Lo que yo más admiro, amigo Gaspar, son los hombres animosos que además son inteligentes, sabios, habilidosos y útiles. Aquellos capaces de conseguir para su comunidad, usando su talento, su osadía  y su creatividad, la victoria incruenta de una paz duradera, de hacer excelentes negocios y pactos, de fomentar el progreso y la cultura y, lo más difícil, la victoria de conseguir que funcione y se aplique la justicia.-

   

Continuaban navegando hacia el norte, pero tan alejados de tierra que nunca se vio la costa portuguesa. El señor Quinteiro le gustaba mucho a Masetti, tal vez su talante reflexivo y ejecutivo al mismo tiempo, un viejo joven, le recordaba a su abuelo, Don Sixto. En cuanto lo encontró en un momento de relax después de cenar, le propuso una conversación filosófica.

-Don Xosué, cuando yo era más joven estaba completamente de moda un filósofo ilustrado llamado Rousseau, que escribía sabiendo convencer. 

En contraposición a otro filósofo llamado Hobbes, que decía que el hombre es malo por naturaleza, cainita y lobo para los demás hombres, Rousseau afirmaba que el niño o buen salvaje que todos llevamos, dentro es bueno por naturaleza, pero, al desarrollarse dentro de un modelo de educación que corresponde a los intereses de la sociedad en la que vive, su naturalidad se fuerza y se pervierte y él se vuelve egoísta, competitivo e impositivo, en lugar de participativo y colaborador. ¿Quién de los dos cree usted que tenía más razón?-

-Amigo Gaspar - dijo el viejo señor-: Teorías de filósofos son ideologías. Si nos ponemos a discutir ideologías, es decir, vagas preferencias intelectuales, jamás saldremos de sus marcos, que son totalmente subjetivos, sentires personales influenciados por pensamientos ajenos. 

-Bueno, sí, Don Xosué.- Eso es nuestra educación y formación social. Fabricamos nuestros sentires personales escogiendo entre los pensamientos ajenos que más resuenan con nuestras preferencias mentales subjetivas.-

-Es una forma de escoger nuestra mentalidad muy superficial ¿No le parece? Puede usted estar seguro de que seguiríamos discutiendo las teorías mismas durante siglos, incluso habiendo dejado de creer en ellas, sin resolver la cuestión de fondo que generó esas ideas u opiniones. Sus cuestiones de fondo sólo se pueden resolver poniéndose usted mismo en su propio fondo. Y, cuando logra ponerse en él, todas las ideologías se desvanecen.-


- Fue en ese momento -contaba Gaspare a Sofía- que los vigías avisaron que acabábamos de superar el nivel de la ciudad de Oporto. A partír de entonces ya nos podíamos considerar cerca de Vigo y con licencia de caza. Lo que ocurrió antes de nosotros entrar en esta ría, querida mía, ya te lo he contado.



CONTINÚA MAÑANA.

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