Desde Melilla, dos barcos de guerra españoles les acompañaron hasta Ceuta, otra plaza fuerte bien murada, donde pasaron el día, preparándose para el gran salto al Atlántico. Las regiones marítimas al norte de Ceuta y el sur de Portugal eran, con todo, las más peligrosas del viaje.
Al anochecer, Maruri ordenó salir de Ceuta, otra vez de noche y sin luces, formando parte de un convoy de otros cuatro grandes barcos hispanos bien armados, que se dirigían a las Indias, y adentrarse bien hacia el oeste en el Atlántico, en un amplio arco, para evitar el espacio controlado por Gibraltar y el cerco británico a Cádiz.
De todas maneras, tanto en Algeciras como en Cádiz se trataba de bloqueos a prudente distancia, que no lograban impedir la entrada y salida de barcos en cabotaje, por causa de las cañoneras gaditanas, que continuamente andaban intentando el apresamiento de algún enemigo, humildes botes de remos o faluchos en los que se emplazaba un cañón de a 24 o de a 18, y que dieron grandes resultados.
A partir de allí, ya no había lugar posible donde esconderse. Los cuatro navíos que se dirigían a las Indias se separaron de ellos hacia el suroeste, hacia Canarias, a fin de aprovechar los vientos alisios en su travesía, mientras que el Santa Victoria y el Gavilán, por lo contrario, navegaron solos hacia el norte noche y día, en dirección al punto del océano equidistante entre las Azores y Lisboa.
-No vaya a preocuparse, Señor Masetti, pero estamos entrando en el área preferida por piratas y corsarios para acechar a navíos españoles.- Comentó el Señor Puime.
Todos los vigías se encontraban en estado de máxima alarma, no preocupados, sino ocupados en otear con catalejos en las cuatro direcciones. Finalmente, una vela apareció en el horizonte por el este y pronto les quedó claro que se trataba de un corsario portugués de 16 cañones, que venía animado a la caza.
El capitán Maruri ordenó inmediatamente dos cosas: aminorar la velocidad del Santa Victoria y lanzar una salva de aviso al Gavilán.
El portugués ya estaba acercándose, pero entonces, el segundo buque español hizo evidente su presencia, anunciándose con otra salva, mientras desplegaba la gran bandera rojigualda de la Armada Hispana.
Cuando el corsario se dio cuenta de que tendría que vérselas contra dos enemigos bien combativos, desistió del ataque prudentemente y viró enseguida a estribor, para buscar refugio en la costa portuguesa.
Maruri gritó inmediatamente sus órdenes desde el puente: que lo dejasen ir y que las dos naves continuasen navegando a toda vela hacia el norte, para lo cual ayudaba muy bien el viento en popa favorable, antes de que el corsario avisase a sus paisanos
También se las transmitieron al Gavilán por medio de señales, pidiéndole continuar con la estrategia de mantenerse a distancia suficiente para no dejarse ver, de primeras, por quien avistase al Santa Victoria.
Pasado el tiempo de la tensa expectativa y de los comentarios sobre lo que acababa de suceder, Masetti preguntó al señor Quinteiro cómo se veían mutuamente Portugal y España.
-Somos países hermanos, la misma gente en la que se mezcló durante milenios lo mejor y lo peor de cada pueblo, la misma historia, el mismo paisaje, aunque Portugal es más verde. -Respondió.- Para nosotros, los gallegos, los portugueses, especialmente los del norte, son los gallegos del sur, los gallegos libres, que un día quisieron hacer historia por su cuenta, se independizaron de Castilla, conquistaron Lisboa y el Algarve, y después salieron a conquistar el océano.
Son los bravos hijos mayores de la loba romana, que crearon un imperio comercial en todos los continentes, sobre las orillas de los océanos, a pesar de tener cuatro veces menos población que España. Les tenemos cierta envidia, que a menudo disfrazamos de desdén. Nos parecen enanos, pero sabemos que son gigantes.
Es posible que sean el pueblo y la cultura gallega quienes se hicieran enanos frente a Castilla, cuando nuestros nobles eligieron convertirse en Grandes de España, con lo que no nos quedó otra que intentar ser más castellanos que los castellanos, en sus virtudes y defectos, si es que eso es posible, y siempre a nuestra peculiar manera.
Para el resto de los españoles, especialmente para los castellanos, los portugueses son unos gallegos rebeldes, que se empeñan, para su mal, en no querer ser españoles. En general, cuando imaginamos el mapa de España está Portugal incluido en ella. Sin Portugal, Gaspar, nos parece que no tiene gracia la forma de nuestro país, o no la reconocemos.
-¿Y qué piensan los portugueses de los españoles?- Preguntó Masetti.
-Por lo que yo les tengo escuchado, también nos reconocen como hermanos o primos, pero, mejor, teniéndonos a distancia, cada uno en su casa y a sus propios asuntos. Y tienen un sentido de su propia identidad nacional mayor que el nuestro, donde cada reino tiene el suyo. Están enormemente orgullosos de haber logrado un imperio como el que tienen, a pesar de ser una nación tan pequeña, con tan poca gente. Y nunca les gustó nada tener un rey español. "De España, ni buen viento, ni buen casamiento".
Cuando he estado con mi tripulación en un puerto portugués en tiempos de buena relación e íbamos a comer juntos a algún mesón, casi siempre se oía al cabo de un rato: "Ya están los castellanos hablando alto", Hablar y reír alto cuando estamos en grupo es lo más natural en nosotros, si no, no sentimos que haya alegría ni fiesta... Pero lo curioso era que, cuando bajábamos la voz para no molestarles, alguien acababa reclamando: "Ya están los castellanos queriendo ser condescendientes con nosotros", y eso les parecía un signo de nuestra altivez. Si les hablábamos en gallego, que a nosotros nos parece muy semejante al portugués, nos decían "¡Qué lindo su acento al hablar español!"
En fin, no se puede contentar a todo el mundo. Cuando los gallegos estamos con portugueses siempre nos sentimos muy hermanos de ellos, pero ellos nunca dejan de ver a un gallego como un español que intenta hacerse entender sin saber hablar bien y, a su vez, nos responden en un castellano aportuguesado, en portuñol, que claramente se están inventando. Ahora que si usted trata a los portugueses uno a uno, normalmente encuentra a personas muy, muy gentiles. Ellos dicen "Muito cumprimentadas". Probablemente se les ha pegado la discrección británica.-
-A los españoles les gusta hacer bromas con los portugueses, que siempre les parecen un español que habla raro. -Rió el Señor Puime, que acababa de llegar junto a ellos.- Señor Masetti: ¿Nunca ha oído el epigrama del "Admiróse un portugués"?-
"Admiróse un portugués
de que en su más tierna infancia
todos los niños en Francia
supiesen hablar francés.
«Arte diabólica es»,
dijo, torciendo el mostacho,
«que para hablar en gabacho
un fidalgo en Portugal
llega a viejo y lo habla mal;
y aquí lo parla un muchacho".
Los dos gallegos se rieron mucho con el epigrama, tal como ellos se reían, con toda gana, pero a Gaspare le pareció, simplemente, absurdo. Apenas torció la boca en una sonrisa de circunstancias, para acompañarlos. En fin, el humor es una cosa muy local.
-...Esto lo escribió un dramaturgo y poeta llamado Nicolás Fernández de Moratín, muy mentado cuando yo era más joven -dijo el Señor Puime.- ¿Sabe? También los portugueses hacen chistes de españoles, en el que los españoles somos siempre tipos insufribles, de tan arrogantes. Como éste:
El españolito habla con su papá:
-"Papá, quando yo crezca quiero ser como usted!
-¿Y por qué, mi hijito? – Pregunta orgulloso el español.
Y el niño responde:- ¡Pues para tener un hijo como yo!"-
-...A mí me contaron este otro en Oporto, en mi propia cara.- Dijo el señor Quinteiro:
-"¿Por qué los españoles prefierem no casarse?-
- Porque no encuentran una mujer que los ame más de lo que ellos se aman a sí mismos…"-
-¿Y qué hizo usted cuando se lo contaron? -Preguntó Gaspare.
-¿Qué iba a hacer? -Dijo él.- Reirme, aunque no me haga mucha gracia. Para eso son los chistes. No le vas a dar el gusto al cabrón de pensar que consiguió tocarte las narices.-
-¿A usted le parecemos tan arrogantes los españoles, Gaspar? Diga usted la verdad. Le prometo que intentaremos mejorar.- Pidió el Señor Puime, riendo.
-Por Dios, no le pidan a un italiano que diga la verdad- bromeó él-. Somos un pueblo muy diplomático, nos gusta agradar a todo el mundo.-
-Usted es un amigo.- Insistió el Señor Puime.-Si usted no nos dice como nos ve... ¿A quién se lo vamos a preguntar? Un inglés o un francés nos lo diría, o un holandés, o hasta un turco. Pero nos lo dirían con tanta mala leche o con tanta distancia que no nos aprovecharía, porque tendríamos que liarnos a repartir hostias a esos herejes a continuación.-
Gaspare no quería para naaaaaaada, niente di niente, proprio nulla, comprometerse a hablar de esa delicada cuestión, y le parecía una manera de proceder indiscreta y violenta eso de repartir sagradas formas a los herejes, aunque ellos no hubiesen expresado para nada su deseo de compartir el rito de la comunión católica, y se le ocurrió enseguida un tema-cortina de humo, que iba a desviar hacia él la atención de los dos españoles:
-¿Y las mujeres en Portugal, qué tal?
-En lo físico, a mi no me parecen diferentes de las españolas, -Opinó el señor Puime, cayendo en la trampa con entusiasmo, tal como él esperaba.- ...En su vestimenta, modas y maneras, tienen un aspecto más recatado, por lo menos las de las clases populares. Usted ya sabe que los nobles y la alta burguesía siguen las mismas modas en toda parte... Por si le sirve de algo, los hombres portugueses hablan de las fogosas españolas igual que los hombres españoles hablan de las libertades que se toman las francesas.-
-Amigo Puime, cuidado con lo que habla de las francesas -dijo don Xosué en tono de chanza.-...Que el joven señor Masetti viene de vivir en Francia... Gaspar, usted ya sabe que no se puede generalizar sobre ningún pueblo, cada uno es cada uno, y cada una o cada uno da mejor o peor resultado, dependiendo de como cada uno o cada una supo o no supo estimular lo mejor o lo peor del otro, o de la otra.-
Masetti quería saber más cosas sobre los portugueses, pero cuando el grupo pasaba de dos, aquel par de gallegos estaba de broma todo el tiempo, chanza va, chanza viene, coña marinera, el juego al que ellos también llamaban "retranca" y que les encantaba. Hubo que esperar a que el señor Puime se marchase, para que el señor Quinteiro siguiese contándole algo coherente.
-Con todo lo que lograron en su historia, grandes hazañas, los lusos son más modestos y pacatos que los españoles, nada altivos ni extremistas en política y bastante tolerantes, ya que son un pueblo de navegantes y comerciantes, cosmopolita, acostumbrado a conseguir más de la negociación con todo tipo de gentes, que de la fuerza. Aunque, cuando han tenido que emplearla, no desmerecen ante ningún hispano, ya que ellos mismos son hispanos, igual que son tan italianos los toscanos como los genoveses.
-¿Han tenido los portugueses muchos héroes?- preguntó Masetti.
-Claro que han tenido y siguen teniendo. Héroes valerosos hay muchos en la historia de todos los pueblos.- Explicó el Señor Quinteiro-. Para convertirse uno en un héroe sólo necesitamos entender que todos hemos de morir, y entonces mentalizarnos que más vale morir intentando cumplir nuestros objetivos cuando aún podemos disfrutar de nuestros éxitos (o, al menos, de nuestras honrosas tentativas), que morir del puro desgaste de la vejez, sobre una cama, poco a poco, dando trabajo y pena a nuestra familia, por mucho que nos ame, y perdiendo facultades cada día.
Yo admiro a los hombres y mujeres valerosos, igual que la mayoría de la gente. Y me gusta animarme a ser y comportarme como valeroso. Pero ¿Sabe? No es lo que más admiro.-
-¿Qué es lo que usted más admira entonces, don Xosué?-
-Lo que yo más admiro, amigo Gaspar, son los hombres animosos que además son inteligentes, sabios, habilidosos y útiles. Aquellos capaces de conseguir para su comunidad, usando su talento, su osadía y su creatividad, la victoria incruenta de una paz duradera, de hacer excelentes negocios y pactos, de fomentar el progreso y la cultura y, lo más difícil, la victoria de conseguir que funcione y se aplique la justicia.-
Continuaban navegando hacia el norte, pero tan alejados de tierra que nunca se vio la costa portuguesa. El señor Quinteiro le gustaba mucho a Masetti, tal vez su talante reflexivo y ejecutivo al mismo tiempo, un viejo joven, le recordaba a su abuelo, Don Sixto. En cuanto lo encontró en un momento de relax después de cenar, le propuso una conversación filosófica.
-Don Xosué, cuando yo era más joven estaba completamente de moda un filósofo ilustrado llamado Rousseau, que escribía sabiendo convencer.
En contraposición a otro filósofo llamado Hobbes, que decía que el hombre es malo por naturaleza, cainita y lobo para los demás hombres, Rousseau afirmaba que el niño o buen salvaje que todos llevamos, dentro es bueno por naturaleza, pero, al desarrollarse dentro de un modelo de educación que corresponde a los intereses de la sociedad en la que vive, su naturalidad se fuerza y se pervierte y él se vuelve egoísta, competitivo e impositivo, en lugar de participativo y colaborador. ¿Quién de los dos cree usted que tenía más razón?-
-Amigo Gaspar - dijo el viejo señor-: Teorías de filósofos son ideologías. Si nos ponemos a discutir ideologías, es decir, vagas preferencias intelectuales, jamás saldremos de sus marcos, que son totalmente subjetivos, sentires personales influenciados por pensamientos ajenos.
-Bueno, sí, Don Xosué.- Eso es nuestra educación y formación social. Fabricamos nuestros sentires personales escogiendo entre los pensamientos ajenos que más resuenan con nuestras preferencias mentales subjetivas.-
-Es una forma de escoger nuestra mentalidad muy superficial ¿No le parece? Puede usted estar seguro de que seguiríamos discutiendo las teorías mismas durante siglos, incluso habiendo dejado de creer en ellas, sin resolver la cuestión de fondo que generó esas ideas u opiniones. Sus cuestiones de fondo sólo se pueden resolver poniéndose usted mismo en su propio fondo. Y, cuando logra ponerse en él, todas las ideologías se desvanecen.-
- Fue en ese momento -contaba Gaspare a Sofía- que los vigías avisaron que acabábamos de superar el nivel de la ciudad de Oporto. A partír de entonces ya nos podíamos considerar cerca de Vigo y con licencia de caza. Lo que ocurrió antes de nosotros entrar en esta ría, querida mía, ya te lo he contado.
CONTINÚA MAÑANA.
Nenhum comentário:
Postar um comentário