domingo, 18 de julho de 2021

68 - EL MOTÍN DE ARANJUEZ

El ritmo de vida de Jean-Andoche Junot  le suponía unos gastos que no podía asumir y se vio envuelto, además, en numerosas peleas y conflictos, haciendo gala de un carácter cada vez más desequilibrado. Por si fuese poco, mientras Napoleón y su Gran Armée luchaban en Polonia, Junot hizo la corte a Carolina Bonaparte, hermana del emperador y esposa del mariscal Murat, convirtiéndose en su amante. Al regreso del ejército a Francia, un indignado Murat retó a Junot a un duelo, pero nunca se llegó a celebrar por prohibición expresa de Napoleón.

La consecuencia fue la destitución de Junot de su puesto en París y su nombramiento como comandante en jefe de un ejército que cruzará los Pirineos en 1807, con la misión es invadir Portugal, el eterno aliado de Inglaterra.  Napoleón le animó «su bastón de mariscal está ahí». Ilusionado por la posibilidad de lograr su máxima ambición militar, Junot planificó cuidadosamente la campaña en Salamanca. 

Apoyado por la logística hispana, acompañado por unos veinticinco mil soldados españoles, el ejército francés organiza la invasión por caminos difíciles, que concluye con la toma de Lisboa, justo cuando desaparecen en el horizonte las naves en las que escapan de Portugal toda su clase dirigente, todos los exquisitos de la corte y los tesoros del país , camino del Brasil, escoltados por la flota británica, y abandonando al pueblo en manos del enemigo. 

Satisfecho por su rapidez y eficacia, Napoleón le concedió el título de duque de Abrantes y le nombró gobernador de Portugal, aunque no le asciende aún a mariscal. Pese a estos éxitos, Junot acabará demostrando una vez más su incapacidad para llevar a cabo funciones civiles y administrativas, pues su desacertada gestión y su negativa a involucrar a los portugueses en el gobierno le granjean numerosas revueltas. 

Por si fuera poco, un tiempo adelante, las tropas inglesas al mando de Wellington desembarcaránn en Portugal y derrotarán al ejército de Junot en la batalla de Vimeiro. El Convenio de Sintra acordó la retirada del ejército francés de Portugal y su vuelta a Francia, pudiendo incluso llevarse todo el botín de lo que habían robado..


Pocos meses antes, la noche del 19 de marzo de 1808, el populacho, dirigido por una parte de la nobleza desdeñosa ante el recorte de sus privilegios realizado por Godoy, asaltó el palacete del favorito, en el llamado motín de Aranjuez, tras el cual fue destituido de sus cargos y honores, como lo fue el rey Carlos, anonadado ante el golpe de Estado perpetrado por su hijo, tras abdicar la corona para que no matasen a Godoy, siendo encerrado en el castillo de Villaviciosa de Odón en Madrid, por orden del príncipe Fernando.

Aún así, el valido a duras penas salvó la vida gracias a la intervención de os soldados de Murat, quien lo condujo a Bayona, en donde se vio por primera vez directamente con Napoleón. Allí se encontró también con sus señores y con su enemigo Fernando; ni padre ni hijo eran ya reyes por haber hecho cesión de sus derechos sobre la corona española a la dinastía Bonaparte, en las abdicaciones de Bayona.

Carlos IV, hombre del antiguo régimen, no podía concebir la traición de su hijo en El Escorial (aunque la perdonó) o en Aranjuez (que le costó la corona) y tampoco podía concebir que el emperador de los franceses le hubiera engañado sin hacer ningún honor a su palabra, y sometiendo España a la destrucción, la sangre y el fuego. Ese comportamiento traicionero en un emperador era algo que no era capaz de comprender, que no le podía entrar en la cabeza. Se dice que por no seguir un comportamiento semejante, que implicaba engaño, Carlos IV había retrasado indefinidamente la expansión de España por el norte de África.

Los palacios y posesiones de Godoy fueron objeto de rapiña. El Motín de Aranjuez o Levantamiento de la ciudad de Aranjuez ocurrió entre el 17 y el 18 de marzo de 1808. 


 ¿Qué fue lo que motivó el motín y el golpe de estado? Tras la derrota de Trafalgar, la oposición al gobierno recayó fundamentalmente en las clases bajas. A ello hay que sumarle el descontento de la nobleza, la impaciencia del príncipe de Asturias (el futuro Fernando VII) por reinar, la acción de los agentes de Napoleón, las intrigas de la Corte —donde se iba creando un núcleo opositor en torno al Príncipe de Asturias, formado por aristócratas recelosos del poder de Manuel Godoy y escandalizados por las relaciones de este con la reina María Luisa de Parma—, ​ así como el temor del clero a las medidas desamortizadoras.

La presencia de tropas francesas en España, en virtud del tratado de Fontainebleau, se había ido haciendo amenazante a medida que iban ocupando (sin ningún respaldo del tratado) diversas localidades españolas (Burgos, Salamanca, Pamplona, San Sebastián, Barcelona o Figueras). El total de soldados franceses acantonados en España ascendía a unos 65 000, que controlaban no solo las comunicaciones con Portugal, sino también con Madrid, así como la frontera francesa.

La presencia de estas tropas terminó por alarmar a Godoy. En marzo de 1808, temiéndose lo peor, la familia real se retiró a Aranjuez para, en caso de necesidad, seguir camino hacia el sur, hacia Sevilla y embarcarse para América, como ya había hecho Juan VI de Portugal.

El 17 de marzo de 1808, tras correr por las calles de Aranjuez el rumor del viaje de los reyes, una pequeña multitud (compuesta por empleados de los nobles llegados al efecto, puesto que al ser sitio Real y Villa, Aranjuez no tenía una población villana que pudiera alzarse por sí sola), dirigida por miembros del partido fernandino —nobles cercanos al príncipe de Asturias—, se agolpa frente al Palacio Real y asalta el palacio de Godoy, quemando aquellos enseres que no fueron directamente saqueados. El palacio era realmente propiedad del rey, ya que Godoy se lo había vendido en 1803, pero este lo siguió habitando durante las jornadas de los reyes en Aranjuez. El motín perseguía la destitución de Godoy y la abdicación de Carlos IV en el príncipe Fernando.

Su esposa, María Teresa de Borbón y Vallabriga, y su hija, Carlota Luisa, que también se encontraban en el palacio, fueron conducidas entre vítores al Palacio Real de Aranjuez, por conocer el pueblo la actitud desdeñosa de Godoy hacia aquella, humillada por sus públicas atenciones a su amante Josefa Tudó.

El día 19, por la mañana, Godoy es encontrado escondido entre esteras de su palacio y trasladado hasta el Cuartel de Guardias de Corps, en medio de una lluvia de golpes. Ante esta situación y el temor de un linchamiento, interviene el príncipe Fernando, verdadero dueño de la situación, en el que abdica su padre al mediodía de ese mismo día, convirtiéndolo en Fernando VII.

Los acontecimientos de Aranjuez fueron los primeros estertores de la agonía del Antiguo Régimen en España. El pueblo había sido manipulado, pero en cualquier caso, su intervención fue decisiva, puesto que no solo consiguió la renuncia de un ministro odiado (ya había ocurrido en el motín de Esquilache en 1766), sino también la renuncia de un soberano y el acceso al trono de un nuevo rey, legitimado por la voluntad popular.   

Carlos IV escribió a Napoleón "ponerse en los brazos de un gran monarca, aliado suyo", buscando la recuperación del trono usurpado por su propio hijo. Esto indujo a que Napoleón confirmara su idea sobre la debilidad e ineficiencia de la corona española y se decidiera a invadir España.

-Sire,- había dicho uno de sus lameculos- ¿Por qué derrocar a los Borbones? ...Si ya son nulos... harán cuanto usted les mande.-

-Son nulos, pero ya no quiero ni mandarles ni verlos delante.- Respondió el Corso.

Cuando el príncipe Fernando llegó a Bayona, dispuesto a rogar que Napoleón le reconociese como rey, se lo encontró sentado en compañía de sus padres, El Corso le miró con severidad y dijo algo como ésto:

-Usted es un golpista. Devuelva la corona a su padre, firme aquí.-

Fernando firmó de inmediato. Carlos IV firmó también aceptando la corona, y otro documento, acordado previamente, por la que se la cedía a Napoleón, a cambio de un retiro dorado.



67 - LAS INVASIONES INGLESAS

Después de Finisterre y Trafalgar, el predominio de los cien modernos y poderosos navíos de guerra que Inglaterra manejaba en dos grandes escuadrones por todos los mares, invadiendo los puntos estratégicos entre ellos, como el Cabo de Buena Esperanza, era prácticamente imbatible. Durante aquella época, pocas naciones del mundo dejaron de ser afectadas por su agresividad depredadora, salvo las que se encontraban bien al interior de los continentes.

No obstante, los corsarios de Vigo eran los corsarios de Vigo y no dejaron de arriesgarse a escoltar convoyes de transporte tripulados por valientes bien armados, para escabullirse entre los británicos y continuar comerciando con América dentro de lo posible y, a veces, hasta dentro de lo imposible.

En una de aquellas expediciones, que resultó exitosa, volvió el señor Puime, el sobrecargo, de transportar mercancías y realizar negocios entre Buenaventura Marcó y su hijo Ventura Miguel, síndico del comercio de la rica ciudad de Buenos Aires.

Aquella tarde se le hizo una gran recepción con merienda y luego cena en la casa de don Xosué Quinteiro y su esposa Teresa, y también habían sido convidados Gaspare Masetti y Sofía, que traían a su hijo Sixto, para escucharle las noticias que Puime podía relatar sobre los acontecimientos de las tierras hispanas del otro lado del mar.

-Hace ya bastante tiempo- comenzó él- que las élites de Buenos Aires, ante la dificultad de comerciar con España, lo hacen con los Estados Unidos, lo cual está autorizado, y desde luego, con los británicos, con el enemigo, en playas escondidas, lo cual permite hacer lucrativos negocios que no pagan impuesto alguno ni a la Corona Española ni al Virreinato del Plata. Por causa de eso, no para de crecer un sector de la clase comerciante que preferiría emanciparse totalmente de España, administrarse ellos mismos con sus propias reglas, autodirigirse por sus propias oligarquías y poder hacer intercambio libre con quien mejores ventajas ofrezca para ello.

Dentro de ese sector están los que conservan algún aprecio o lealtad por sus raíces y cultura tradicional y otros, cada vez más, que son decididamente anglófilos, y que piensan que a su tierra les vendría mejor estar relacionada con un imperio joven en crecimiento, como el británico, que con otro viejo y en decadencia, como el hispánico. Por toda  parte donde he ido, me he encontrado a representantes velados o desvelados de las dos tendencias de opinión.

Algunos de mis contactos en Buenos Aires, no voy a decir nombres, eran la verdadera voz de Inglaterra en aquella ciudad. Ellos me confidenciaban que se ve bien claro que Napoleón acabará por dominar toda la península ibérica, y que, incluso, cuando el príncipe de Asturias sustituya a su padre y a Godoy, Fernando no pasará de ser un criado coronado lamiendo la mano del Emperador de Europa. 

Los ingleses suponen que, en otro momento, llegado a ese punto, Napoleón hubiese intentado dividir las Indias Hispanas en republiquetas títeres de la República Francesa, como las italianas o neerlandesas, aparentemente hermanas de ella y dotadas de autonomía, pero sin verdadera soberanía, que concentraría exclusivamente en sus propias manos.

No obstante, desde su coronación, ha abandonado definitivamente la farsa de las republiquetas y ahora, lo que está poniendo de moda, son reinos sobre cuyos tronos va colocando a su numerosa parentela o a la parentela de su parentela, que no dejarán nunca de ser reyezuelos al servicio de la voluntad del Emperador. 

Cuando ese nuevo orden mundial napoleónico esté implantado ampliamente, por mucho barniz "liberté, egalité e fraternité" con que adorne su fachada, no dejará de ser, de verdad, un imperio mucho más controlador que lo que ya fueron el romano y el español, como ya pudimos ver en su tentativa de dominar su colonia de Saint Domingue.

Aquellos contactos míos consideraban bien preferible a ese férreo control centralista, el estilo más laxo y liberal con que la dirigencia británica trata a las oligarquías de los países con los que comercia, incluso a sus propias colonias directas, después de la lección que aprendió cuando quiso explotar de más a los colonos norteamericanos.

Con toda esa quinta columna de anglófilos en muchos puertos hispanoamericanos, y ante la actual debilidad española y francesa en el mar, Inglaterra tuvo claro que, o Napoleón se apoderará de estos países a su propio estilo, o mejor sería adelantarse y apoderarse de ellos al suyo propio. Se fraguó todo un proyecto en el que se consideró que la primera fruta que podían coger del árbol era Buenos Aires, para dominar desde ella toda la cuenca del Plata y anexársela.-

Uno de los agentes británicos en Buenos Aires informó de que el virrey Sobremonte custodiaba un tesoro de un millón de pesos procedente de las minas peruanas, con lo que se consideró el momento ideal para apoderarse de aquella ciudad de cuarenta y cinco mil habitantes.

¿Se acuerda usted, Gaspar, que, cuando nos acompañó usted a Vigo desde Barcelona le contamos en Formentera acerca de un militar de origen francés al que habíamos conocido en Buenos Aires, llamado Santiago de Liniers?-

-¿No era uno que luchó como un héroe en Menorca y Gibraltar?- Se acordó Masetti.

-Exacto, Liniers dirigía ahora una escuadra de cañoneras que defendía el Río de la Plata, supo de la llegada de laescuadra británica y avisó al virrey Sobremonte. Pero éste lo único que hizo fue agarrar el tesoro y escapar con él al interior, dejando a Buenos Aires abandonada.-

-Lo que sigue ahora me lo contó allí Ventura Miguel, el hijo de don Buenaventura Marcó, que lo vivió directo:

El 25 de junio de 1806 una fuerza de unos mil seiscientos hombres al mando de coronel William Carr Beresford, desembarcó en las costas de Quilmes. Sobremonte intentó una estrategia de defensa, armando a la población y apostando a sus hombres en la ribera norte del Riachuelo, confiando en poder atacar a los británicos de flanco. Pero el reparto de armas fue un caos, y las tropas no pudieron detener el rápido avance inglés, de modo que el virrey quedó fuera de la ciudad, sin posibilidad de intentar nada.

El 27 de junio las autoridades virreinales aceptaron la intimación de Beresford y le entregaron Buenos Aires. El territorio bajo dominio británico fue rebautizado bajo el nombre de Nueva Arcadia.

Manuel Belgrano, amigo de Ventura Miguel, secretario del Consulado de Buenos Aires (y de todo el virreinato) y Capitán Honorario de Milicias Urbanas, se dirigió ante Beresford a presentar la solicitud de reubicar el Consulado en el lugar en donde el virrey estuviese; pero los demás miembros del Consulado juraron el reconocimiento a la dominación británica. Belgrano prefirió retirarse a la Banda Oriental, dejando en claro su postura: «Queremos al antiguo amo o a ninguno».

El virrey se retiró a Córdoba junto con algunos centenares de milicianos que no tardaron en desertar. Beresford demandó la entrega de los caudales del Estado y advirtió a los comerciantes porteños que, si no se lo entregaban, retendría las embarcaciones de cabotaje capturadas e impondría contribuciones. El virrey Sobremonte, debido a la presión de los representantes del Cabildo, en su mayoría comerciantes acaudalados, se vio forzado a entregar los fondos públicos a un destacamento inglés enviado en su persecución. Este tesoro fue trasladado a Londres por Bererford y paseado como trofeo de guerra, antes de ser depositado en un banco.

El 14 de julio, Sobremonte declaró a Córdoba la capital provisoria del virreinato, instando a que se desobedecieran todas las órdenes provenientes de Buenos Aires mientras durara la ocupación. Se dedicó a organizar un ejército con el que reconquistar la capital, pero sólo dos meses más tarde lo tuvo listo.

Los porteños estaban, en general, descontentos con la metrópoli y, por tanto, en un primer momento los británicos fueron recibidos con entusiasmo. Una de las primeras medidas que tomó Beresford fue decretar la libertad de comercio y la reducción de aranceles. 

Pero aunque aquello beneficiase a la egoísta oligarquía, que no sentía otra patria que el dinero, el pueblo no tardó en darse cuenta de que los ocupantes no tenían otros planes más que convertir al Plata en una colonia británica. Cuando el coronel inglés prohibió las procesiones católicas en la calle y explicó que entre sus objetivos no se incluía abolir la esclavitud de los negros, los populares porteños comenzaron a agruparse para preparar una rebelión.

Santiago de Liniers consiguió cruzar el río, aprovechando una tempestad que dejó inmóviles a los buques británicos. En medio de la niebla se le sumaron  miles de hombres entusiasmados. Avanzaron en furiosa batalla campal en distintas calles de Buenos Aires, hasta acorralar a los británicos en el fuerte de la ciudad. También salieron a la calle centenares de voluntarios organizados y entrenados por el alcalde Álzaga. Beresford capituló el 20 de agosto, después de un dominio británico de 46 días. 

El coronel inglés, prisionero de Liniers, fue ayudado a lberarse y fugarse por los oligarcas anglófilos, que querían asegurarse el agradecimiento británico.


Temiendo un segundo ataque, ya que se habían pedido refuerzos, la Real Audiencia de Buenos Aires asumió el gobierno civil y decidió entregar la Capitanía General a Liniers.

Como se dieron cuenta de que no podían contar sino con ellos mismos, los porteños comenzaron a organizarse en milicias según su procedencia. Ventura Miguel Marcó del Pont  organizó y dirigió el Tercio de Gallegos. Liniers entrenó cuanto pudo a los tercios.


En los primeros días del mes de marzo de 1807, el teniente general John Whitelocke fue nombrado comandante de la segunda invasión, con la orden de su gobierno de recapturar Buenos Aires.

Whitelocke llegó a Montevideo, conquistado previamente, el 10 de mayo y tomó el comando general. El 17 de junio el formidable ejército de Whitelocke, compuesto de unos 10 000 hombres, partió. Sitiaron la capital el 4 de julio.

Mientras tanto, había llegado al virreinato la resolución de la corte española declarando al gobernador Ruiz Huidobro, virrey interino. Pero el gobernador había sido embarcado hacia Londres por el enemigo, luego de la caída de Montevideo. Por lo tanto, Liniers, siendo el militar de mayor rango presente, fue nombrado virrey por la Audiencia. Era la primera vez en las Indias en que los ciudadanos elegían a tan alto cargo, normalmente designado en exclusiva por el rey.

El ejército del flamante virrey interceptó el primer avance del enemigo cerca de Miserere, pero la brigada de la vanguardia comandada por Craufurd logró dividir y hacer retroceder a los hombres de Liniers. Al caer la noche, la lucha cesó y muchos milicianos se retiraron a sus casas.

Parecía que todo estaba perdido para los defensores, pero Whitelocke decidió esperar. Suspendió el avance de Craufurd hacia la ciudad y exigió rendición inmediata, aunque, de forma imprudente, dio a los porteños tres días de plazo, que los trercios utilizaron para reorganizar mucho mejor su defensa.

El alcalde de Buenos Aires, Martín de Álzaga, ordenó montar barricadas, pozos y trincheras en las diferentes calles de la ciudad por las que el enemigo podría ingresar. Reunió todo tipo de armamento y continuó los trabajos en las calles bajo la luz de miles de velas.


En la mañana del 5 de julio, la totalidad del ejército británico volvió a reunirse en Miserere. Confiado de la supremacía de su ejército, Whitelocke dio la orden de ingresar a la ciudad en 12 columnas, que se dirigirían separadamente hacia el Fuerte y Retiro por distintas calles. 

Sin embargo, los invasores se enfrentaban a una Buenos Aires muy diferente, laberíntica, llena de trampas, a la que se había rendido ante Beresford.los vecinos en la calle San Pedro arrojaron sobre las cabezas de los "casacas rojas" piedras y agua con grasa vacuna derretida e hirviendo, la cual era muy económica para freír.  Liniers y Álzaga habían logrado reunir un ejército de 9000 milicianos, apostados de forma casi invisible en distintos puntos de la ciudad. 

El avance de las columnas se vio severamente entorpecido por las defensas montadas y por el fuego permanente desde el interior de las casas. Whitelocke vio cómo sus hombres eran embestidos por sorpresa en cada esquina. Mediante la lucha callejera, los vecinos, en el centro de Buenos Aires, superaron la disciplina de  los soldados profesionales. Tras una encarnizada lucha los ingleses se apoderaron de la Residencia y el Retiro, pero iban perdiendo, entre muertos y heridos, unos 1070 hombres. Aquella escabechina los desanimó.

Cuando la mayoría de las columnas habían caído, Liniers exigió la rendición. Craufurd, atrincherado en la iglesia de Santo Domingo, rechazó la oferta y la lucha se extendió hasta pasadas las tres de la tarde. 

El 7 de julio, el general Whitelocke, ante tanta mortandad inesperada, sin esperanza de ganar ni de mantenerse después, comunicó la aceptación de la capitulación propuesta por Liniers y a la cual —por exigencia de Álzaga— se le había añadido un plazo de dos meses para abandonar Montevideo. Las tropas británicas se retiraron de Buenos Aires. Y de Montevideo, el 9 de septiembre. Las bajas inglesas, según sus propios archivos, fueron 311 muertos, 679 heridos, y 1808 capturados o desaparecidos.


La derrota popular de las dos invasiones de soldados profesionales británicos, hizo ver que los grupos de milicias urbanas locales y no la corona, la sociedad civil organizada por pocos militares, eran la fuerza soberana que podía defender el país. Esto formó un primer sentimiento de nacionalidad pre-estatal. La voluntad del pueblo jugó un papel sin precedentes en la destitución de un virrey y en el nombramiento de su sucesor. Todo aquello inició el avance hacia la independencia de los territorios sudamericanos bajo dominio español.-


Hasta aquí el relato del sobrecargo Puime aquella noche. Lo que sigue ahora son informaciones que sólo se tuvieron mucho más tarde en la Biblioteca Marcó, procedentes de documentos capturados por los corsarios de Vigo en buques ingleses:


El gobierno de Londres reconsideró la idea de una tercera intervención militar en América. Esta vez planeaba presentarse como libertador y no como conquistador, para así obtener el beneplácito de los criollos.

El general Arthur Wellesley, futuro Duque de Wellington, tomó a su cargo esta nueva acción, asesorado por el independista venezolano Francisco de Miranda. Tras el fracasado intento de liberar Venezuela en 1806 con la cooperación de los Estados Unidos e Inglaterra. Wellesley tuvo la idea de crear en América una monarquía constitucional, con dos cámaras como en Gran Bretaña, donde los integrantes de la Cámara Baja serían elegidos por los cabildos y terratenientes. Las demás instituciones coloniales españolas serían en principio conservadas.

Las tropas destinadas a América se comenzaron a preparar en el puerto irlandés de Cork, a fines de 1807, serían más de trece mil soldados británicos divididos en tres fuerzas con diferentes objetivos:  

El plan consistía en enviar nuevamente al Río de La Plata, con fecha de desembarco en junio de 1808, una fuerza poderosa y llevar armamento tanto para las tropas británicas como para un ejército criollo que se pensaba reclutar al llegar. También se enviaría una expedición militar a México, cuya antesala serían ofensivas contra Pensacola y Nueva Orleans para dominar el valle del río Misisipí. 

Sin embargo, el principal ejército, unos diez mil británicos, iría a Venezuela a apoyar a Miranda que llegaría antes a alzar a los locales. Tras apoderarse de Barbados y Puerto Cabello, atacarían Caracas, luego Guayana, Cumaná y Barinas para terminar conquistando Panamá y Cartagena de Indias.

Con los veinte mil venezolanos que esperaba reclutar Miranda, Wellesley avanzaría contra la Nueva Granada. Una vez conquistadas Nueva Granada y Venezuela se podrían enviar flotas contra Chile y el Río de La Plata. El plan de operaciones era increíblemente similar a lo escrito en «Una propuesta para humillar a España»─, documento anónimo surgido en Londres en 1711, según el cual se debían promover los odios entre americanos y peninsulares para facilitar una invasión inglesa por Venezuela y el Río de La Plata, avanzando sobre Nueva Granada y Chile, y por último sobre Perú. Con la división de los territorios dominados por Madrid, Londres esperaba monopolizar el comercio en dichas tierras.

Los desastres del Río de la Plata y la evolución de los próximos acontecimientos en Europa, convencieron a los británicos de desistir en sus sueños de conquistar la América española; desde entonces decidieron utilizar tácticas indirectas, financiando las revoluciones, el separatismo y las guerras civiles que fragmentarían el Imperio español. Aprovecharon con ese fin la propaganda hecha durante años entre los criollos por agentes británicos para crear un sentimiento de hostilidad contra la metrópolis, por los supuestos abusos que cometía contra ellos.


 CONTINÚA MAÑANA

sábado, 17 de julho de 2021

66 - GODOY EN LA ENCRUCIJADA

La playa viguesa de Guixar siguió sirviendo de varadero aquellos días y meses  a los buques españoles España y América, y el francés Atlas. Los carpinteros de ribera de Vigo se aplicaron a arreglar el destrozo causado por los cañones ingleses en Finisterre. Masetti contó hasta 60 balazos en el América, mientras que el España se quedó sin alcázar ni segunda batería. 

El Atlas, sin tanta destrucción, una vez ocultas sus quemaduras bajo parches y capas de pintura, quedó convertido en hospital flotante, luego que se desmanteló el primeramente improvisado en la playa.  Allí se iba reponiendo, poco a poco el capitán Rolland bajo los cuidados del boticario y cirujano Alberto el Toscano, que también estaba recuperando a muchos heridos franceses y españoles.

Tratando al capitán, Gaspare  reconocía que no se puede juzgar a un pueblo entero por la actuación de sus dirigentes. Ni siquiera Napoleón era un francés de verdad, sino algo mucho más parecido a un italiano, un patriarca italiano buscando reinos donde colocar a sus hermanos y hermanas bien colocados, como haría cualquier paterfamilias latino, si llegase a tener  oportunidad. Por su parte, los ingleses supieron defenderse muy eficaz y bravamente  de la nueva invasión proyectada  contra su isla-hogar. Viva la famiglia.

Masetti contó al capitán como, el día que a él y a sus hombres los desembarcaron en camillas, tan ennegrecidos que parecía que nada se podría haber hecho por ellos, la villa tuvo que adoptar medidas especiales y drásticas para acoger el gran número de heridos de todo tipo y de enfermos de tifus que traía la flota franco-española.. Especialmente preocupante fue el caso del tifus.

La junta de Sanidad se alarmó tanto ante la posibilidad de que todo aquel tifus pudiese contagiar a la comarca entera que decidió que estos enfermos fuesen trasladados a las casas de campo que tenían el Conde de Priegue y de la señora de Montenegro, es decir, a los pazos de La Pastora y Castrelos. Eran las únicas casas aisladas y bien aireadas del contorno, y los señores aceptaron colaborar desde el primer momento.

El día 30 habían desembarcaron los enfermos de tifus y para evitar deserciones infecciosas de algunos irresponsables, se ordenó la creación de un cordón formado por paisanos desde el arenal de Coia, donde se había improvisado otro hospital epidémico de campaña, hasta las puertas de los citados pazos, que permanecieron muy vigilados. 


Tras el desastre de Trafalgar, y el nuevo bloqueo británico del comercio transatlántico hispano, como no se podía culpar a los reyes por aliarse con Francia para que su hija tuviese un reinecillo de fantasía en la Toscana, se buscó un nuevo chivo expiatorio. Entonces Godoy se dio cuenta de que su privanza tocaba a su fin. 

En torno al heredero Fernando, príncipe de Asturias, se agruparon los descontentos con la política del favorito, quien, al temer por su suerte y la de Carlos IV, creyó que, por el momento, lo mejor era volver a fugarse hacia adelante, arrimarse a la sombra que mejor cobija y unirse más estrechamente al destino del emperador francés, por el momento tan gloriosamente victorioso en tierra, aunque tanto hubiese perdido en el mar.


Rolland comentaba que, a su parecer, Napoleón apreciaba a Godoy como hombre y como ministro, pero que su astucia corsa fomentó aquellos recelos y ambiciones para sus fines. Entre 1805 y 1806, o Godoy le propuso entrar en un reparto de Portugal y que le concediera una de las porciones o tal vez fue el propio Emperador quien se lo propuso a él por medio de sus agentes en Madrid. 

Rumoreaban los franceses que  incluso uno de los dos planeó cambiar el orden de sucesión al trono español, para eliminar al príncipe heredero Fernando o ejercer Godoy la regencia. En el invierno de 1806, el emperador perdió todo el respeto a los Borbones italianos y concedió el Reino de Nápoles a su hermano José Bonaparte, tras expulsar a Fernando IV de Nápoles, hermano del soberano español y padre de María Antonia, esposa del príncipe de Asturias. 

Rolland le hacía ver que lograr la aprobación silenciosa de Carlos IV al derrocamiento de su hermano, y al agravio que aquello suponía para él mismo, no hubiera sido fácil sin contar con la animadversión de Godoy al príncipe. Porque Nápoles y Sicilia eran como provincias españolas desde Fernando el Católico y el Gran Capitán, durísimos enemigos de Francia, hacía casi quinientos años antes e incluyendo luego toda la dinastía de los Austrias.


-Yo no creo, de ninguna manera, que Godoy sea un estúpido, habiendo ascendido a las más altas cimas desde simple guardia de corps- decía don Xosué Quinteiro , con aquella cautela gallega que permitía suponer que estaba expresando opiniones del círculo selecto de consejeros de Marcó, sin mencionarlo para nada.- Le sigue el juego a Napoleón y deja que le pongan tentaciones e ilusiones por delante sus agentes, pero no se chupa el dedo y ya debe tener clarísimo que después del rey de Nápoles y del de Portugal, el próximo que se comerá el Gran Manipulador será el Borbón de Madrid, y que, en ese momento él ya no le servirá ni para limpiarse la boca con su piel.-

De lo que no decía don Xosué con palabras, pero sí con sus cejas y sus ojos,  Masetti podía adivinar que Napoleón, en la soberbia de su gloria de conquistador, exigió al favorito hombres para sus próximas carnicerías, dinero, la adhesión de España al bloqueo continental contra Inglaterra, el puerto de Pasajes, e incluso las islas Baleares, para compensar con un reinecillo de cuento de hadas al rey que destronó en Nápoles. 

Pero también sugería  el bibliotecario, con el doble sentido de su conversa, que Godoy ya tenía claras para  entonces las verdaderas intenciones del Emperador y anhelaba alejarse de su órbita, y hasta pensaría en aliarse con sus enemigos de la Cuarta Coalición. Pero la victoria francesa de Jena en la que derrotó totalmente a Prusia, tomó Berlín y obligó a la familia real prusiana a exilarse, fue tan apabullante que le obligó a disimular y a seguir haciendo el papel de aliado fiable. Por ahora, no había quien pudiese contra él, pero todo cambia.

El príncipe de la Paz se plegó entonces a las exorbitantes exigencias napoleónicas. mientras el Corso, por un lado, fingía creer en la sinceridad de Godoy, por otro, se aliaba con los partidarios del príncipe Fernando, jugando a dividir y enfrentar las élites hispanas para debilitarlas y mejor manipularlas.

Napoleón se había autoproclamado rey de Italia en 1805, desintegrando las republiquetas títeres que antes había creado para dar la ilusión de que venía a dar la democracia a los italianos, al año siguiente conquistó el reino de Nápoles en 1y nombró rey a su hermano mayor, José; desintegró también las Provincias Unidas, que en 1795 había constituido como República de Batavia, y fundó el Reino de los Países Bajos, al frente del cual situó a su hermano Luis, y estableció la Confederación del Rin, que agrupaba a la mayoría de los estados alemanes y que quedó bajo su protección.

Prusia y Rusia forjaron  laCuarta Coalición y atacaron a la Confederación. fue entonces que Napoleón derrotó al ejército prusiano en Jena y Auerstädt  y al ruso en Friedland. En julio de 1807 estableció el Tratado de Tilsit con el zar Alejandro I, por el que se redujo el territorio de Prusia. Además, Westfalia, gobernado por su hermano Jerónimo, y el Gran Ducado de Varsovia, entre otros estados, pasaron a formar parte del Imperio.

Así, España se adhirió al bloqueo continental contra Inglaterra desde el inicio de  1807 y siguió otorgando al dueño de Europa  su concurso militar. Pero como era preciso que Portugal entrara también en el bloqueo y el regente de aquel reino se oponía, el emperador francés preparó, con un agente secreto de Godoy, el tratado de Fontainebleau, por el que Portugal se dividiría en tres partes: la del norte, para compensar a los por él mismo destronados reyes de Etruria, la del centro, para cambiarla por Gibraltar y demás colonias arrebatadas por los ingleses (cosa que estaba claro que nunca haría), y la del sur, para Godoy, como príncipe de fantasía de los Algarves y payaso del Rey del Mundo. 

Carlos IV, a quien Napoleón garantizaba la posesión de sus Estados de Europa, tomaría el título de emperador de las Américas. Un ejército francés entraría en España camino de Portugal, al que seguiría otro español. Pensaba él que, cuando Godoy descubriera que en los cálculos napoleónicos, además de someter a Portugal, se hallaba el de ocupar la propia España, ya no habría posibilidad de oponerse a la colosal Grande Armée..


Poco antes de la ratificación del tratado, tropas francesas franquearon los Pirineos con el beneplácito de Godoy, que no tenía más remedio que hacer que confiaba en lo pactado, y del príncipe Fernando, que aproximado a Napoleón para hacer caer al favorito, había intentado patéticamente, sin conseguirlo, emparentar con una sobrina del emperador, al enviudar de la princesa napolitana destronada oportunamente. Pero Godoy descubrió los planes del partido fernandino para derrocar a Carlos IV. En el proceso de El Escorial (octubre de 1807-enero de 1808) el príncipe de Asturias, al ser perdonado por el buenazo de su padre después de admitir su culpa y denunciar a sus compinches, contribuyó a que el desprestigio de Godoy fuera en aumento.

Las tropas franco-españolas dirigidas por Junot se apoderaron de Portugal, mientras las principales plazas de España eran guarnecidas por tropas del emperador. Entonces Napoleón osó exigir un camino militar hasta Portugal o, si no, la línea del Ebro como frontera con Francia. Los reyes no podían, de ninguna manera, aceptar lo segundo ante la vista de sus súbditos, pero hicieron que no lo escucharon y siguieron negociando el permiso para el ejército francés cruzar España. Tigre jugando con el ratón en sus garras.

Ya viendo lo que habían llegado a permitir por ceder tanto con tan poca dignidad, decidieron, desde Aranjuez –aconsejados con urgencia por Godoy–, salir en dirección a Cádiz, pues así estarían más protegidos del emperador y tendrían vía libre para partir hacia América si lo veían necesario, tal como había hecho, justo a tiempo, el regente de Portugal con su familia, con los quince mil exquisitos principales de su corte y con todos los tesoros del reino, escoltados por una flota británica y dejando al pueblo portugués totalmente abandonado a su suerte.

El pueblo hispano se alarmó ante aquella posibilidad, y aunque la propaganda del gobierno fijó una proclama en la que se declaraba falso el proyectado viaje, el partido fernandino hizo culpable al chivo expiatorio Godoy de la desgraciada política llevada hasta entonces, siendo que el Príncipe de la Paz no era más que el fiel transmisor y ejecutor de la política de sus amigos, el rey y la reina.

Sofía estaba desolada por la transformación de héroe democrático y revolucionario en un autócrata  coronado, creador de una nueva dinastía imperial. Con todo, seguía diciendo que si siempre vamos a tener a un señor de la guerra dirigiendo nuestros destinos, más valía que tuviésemos a un tirano fuerte, como Napoleón, con un inteligente proyecto global y mano de hierro frente a sus enemigos, que a unas momias decadentes y parásitas, incapaces de defender el patrimonio recibido de sus antepasados y edificado sobre la brava sangre de incontables generaciones de españoles, de las cuales no eran dignos para nada.



CONTINÚA MAÑANA.

65 - FATAL INDECISIÓN

El  27 de julio de 1805, un multitudinario clamor en el bastión de la Laxe y en el Arenal hizo que Masetti y sus empleados salieran de la fábrica y se asomaran a la playa. Una gran escuadra de guerra estaba evolucionando para echar anclas en posiciones ordenadas. La mayoría eran bellos e impecables navíos franceses aliados, adornados con la bandera tricolor, con un águila imperial en lo alto del mástil. 

Detrás, llegaron los navíos españoles, con sus banderas rojigualdas, escoltando a los barcos que habían quedado maltrechos y renqueantes en la batalla naval librada un día antes. Los que mostraban evidentes destrucciones y velas agujereadas por todo tipo de proyectiles, eran todos españoles, menos un único francés, el "Atlas" que venía muy quemado. 

Fue el único buque galo en ser aplaudido por los corsarios del Arenal, cuyos ojos guerreros de lobos de mar calibraron enseguida, por los destrozos, que todo el peso de la batalla había recaído exclusivamente sobre los navíos españoles, así como sobre los dos que supieron capturados por el enemigo, habiéndose reservado prudentemente los franceses, a los que abuchearon, menos al Atlas, que era el más próximo a los hispanos en la formación de combate.

Los barcos y hombres heridos o enfermos fueron situados para su reparación y cura ante la playa de Guixar, en la que se montó un hospital de urgencias improvisado, muy cerca de la nave de Masetti, quien los socorrió, llevándoles licores reconfortantes.

Estaba en el hospital el teniente general de la flota española, Federico Gravina, interesándose como un padre por el estado de sus hombres, y el cirujano Alberto el Toscano le dijo en italiano, mientras vendaba el muñón de un paciente desmayado, que, aunque nacido en la siciliana Palermo, Gravina era el más prestigioso marino de guerra del rey de España, y que la flota combinada hispano-francesa, comandada por el almirante Pierre Charles Silvestre de Villeneuve, y la inglesa, comandada por el vicealmirante Robert Calder, se habían cañoneado duramente, a escasas millas del cabo Finisterre. 

Al cabo de un cuarto de hora, el cirujano mandó a que le llamaran, para que le hiciese de intérprete ante los heridos graves del francés Atlas, casi todos quemados por una explosión de munición que, afortunadamente, no hizo estallar entera la santabárbara contigua. El capitán del Atlas, cubierto de llagas negras y con voz vacilante por el dolor mientras le aplicaban cremas, le dijo llamarse Jean Pierre Nicolas Rolland y que era de Dieppe. Uno de los marinos, precisamente un joven marsellés, todo desfigurado, murió allí mismo, en su cara, mientras intentaba que le diera su nombre y sus datos.

Movido por la compasión, Masetti visitó con frecuencia el hospital después de que la flota combinada marchó hacia Cádiz, dejando en Guixar a los barcos y hombres heridos. A medida que el capitán Rolland se iba desagravando y recibiendo mayores informaciones, pudo entablar una cierta amistad con Gaspare y le fue transmitiendo, en su propio idioma, su perspectiva de aquel combate. 

Rolland estaba indignado por el pésimo cumplimiento de las principales órdenes  que había recibido y no realizado el jefe superior de la flota franco-española, su compatriota, el almirante Villeneuve.

Aquel incumplimiento impidió a aquella flota el acceso al canal de la Mancha para escoltar el paso del enorme ejército de Napoleón, destinado a  invadir Inglaterra y acabar en su casa con su principal enemigo.


-Napoleón planeó invadir y conquistar Inglaterra para terminar con el bloqueo naval británico -contó aquella noche a Sofía, durante la cena-. El ejército destinado a la invasión era de ciento cincuenta mil hombres, y se encontraban acampados en Boulogne. Si este gran ejército lograba cruzar el Canal, era casi segura su victoria sobre unas fuerzas inglesas terrestres pobremente equipadas y entrenadas.

El plan del astutísimo Corso consistía en un engaño que hiciese que la flota escapara del bloqueo británico delos puertos de Tolón y Brest, y se dirigiera a las Indias Occidentales para amenazar a las ricas las colonias británicas del Caribe. Cuando los espías les avisasen de que las flotas inglesas del Atlántico y el Mediterráneo venían a proteger sus islas, las flotas combinadas franco-españolas comandadas por Villeneuve, se reunirían en la isla Martinica y retornarían con la mayor rapidez posible a Europa, desembarcando sus tropas terrestres en Irlanda para promover la rebelión de la isla mártir, para derrotar a las débiles patrullas inglesas que hubiesen quedado en el canal de la Mancha y para ayudar al transporte de la Grande Armée a través del estrecho de Dover.

La Grande Armée estaba de sobra entrenada para, una vez desembarcada en tierra inglesa, dividirse en maniobras envolventes por el este mientras los rebeldes irlandeses ayudados por la infantería gala desembarcada previamente en su tierra, envolvían por el oeste y por el norte, a fin de devorar toda Gran Bretaña rápidamente. Era un plan genial.

Pero los planes de los genios tienen que ser realizados por subordinados a veces no tan geniales, mi amor- decía Gaspar- tales como Villeneuve.-

-El capitán Rolland me contó que Villeneuve salió de Tolón el 29 de marzo de 1805 con once navíos de línea, seis fragatas y dos bergantines, consiguiendo evadir el 8 de abril al gran almirante Horacio Nelson, que bloqueaba el estrecho de Gibraltar. Al llegar a Cádiz, evitando de nuevo el bloqueo inglés, se unió con 6 navíos de línea españoles. Todos juntos lograron llegar a la caribeña Martinica el 12 de mayo.

Nelson, mientras tanto, se vio forzado a permanecer en el Mediterráneo, atrapado por vientos del Oeste, y no pudo pasar el estrecho hasta el 7 de mayo, así que la flota inglesa no llegó al Caribe hasta el 4 de junio.


Por su parte Villeneuve esperó en Martinica a la flota de otro almirante proveniente de Brest, quien no pudo salir del puerto debido al bloqueo de los ingleses. 

Villeneuve tampoco atendió las peticiones de los oficiales del ejército francés de atacar las colonias inglesas durante su espera, así que no se pudo conquistar nada importante, porque Villaneuve no se consideró con fuerza suficiente para llevar a cabo la campaña de ataques destinados a atraer al grueso de la flota de guerra inglesa. El 11 de junio ordenó el regreso a Europa.

Así que la expedición no cumplió con su propósito distractor en el Caribe. Y la flota inglesa no localizó a los hispano-franceses... El Corso había calculado que si Nelson hubiese encontrado a la flota de Villaneuve, se habrían entretenido en uno o varios enfrentamientos en el Caribe, y esto quizá habría permitido a Napoleón intentar su invasión militar de las islas británicas con sus barcos de transporte, aunque no tuviesen tanta escolta de buques de línea. 

La flota combinada llegó a cabo de Finisterre el 9 de julio, pero vientos opuestos provenientes del Noreste le impidieron entrar en el golfo de Vizcaya hasta el 22 de julio.

Las cruciales noticias de los espías navegantes sobre el retorno de la flota franco-española llegaron al vicealmirante Calder el 19 de julio. Calder tenía órdenes de levantar el bloqueo de los puertos de Rochefort y Ferrol, y navegar hacia el cabo de Finisterre para interceptar a Villeneuve. Las flotas se encontraron finalmente sobre las 11 horas del 22 de julio.

Calder disponía de quince navíos de línea dos fragatas así como dos buques menores. Villeneuve tenía veinte navíos de línea  así como siete fragatas y dos bergantines.

La acción se inició a las 17:15 cuando el buque inglés Hero, en vanguardia, se aproximó a la línea de batalla franco-española. Con poca visibilidad, la batalla se convirtió rápidamente en una confusión. Sobre las 20 horas, el Firme y el San Rafael se rindieron. Calder hizo señales para detener el combate a las 20:25 y continuar la batalla el día siguiente. Con poca luz y el máximo de desconcierto, algunos buques continuaron disparando durante otra hora más.

Al romper la mañana del 23 de julio, las flotas se encontraban separadas unos 27 kilómetros. Calder estaba poco dispuesto a un nuevo ataque sobre fuerzas muy superiores, y además debía proteger a dos de sus buques que los españoles habían dejado muy dañados el día anterior. 

Sobre todo, temía que las flotas enemigas que anteriormente bloqueadas en Rochefort y Ferrol pudieran unirse a la flota combinada de Villeneuve, pillándole también por el norte y por el sur y, por todo ello, decidió rehuir un nuevo combate y tomar rumbo a casa con sus capturas, "porque algo es algo y mejor que nada para salvar el honor", como explicara el capitán Rolland. 

Mucho más tarde se supo que las pérdidas de Calder en la batalla de Finisterre habían sido de 39 oficiales y marineros muertos y 159 heridos. Rolland tenía claro que las de Villeneuve fueron de 476 oficiales y marineros heridos o muertos y dos barcos de guerra hispanos capturados.

Con aquella paliza más todos aquellos temores, Villeneuve decidió de nuevo no atacar para intentar rescatar los dos barcos capturados. Ni siquiera seguir hacia Irlanda. En lugar de esto, viró hacia rumbo sur y Galicia.

Al llegar al puerto de La Coruña el 1 de agosto, recibió órdenes estrictas de Napoleón de dirigirse de inmediato a los puertos de Brest y Boulogne para embarcar a la Grande Armée, pero en lugar de cumplir, y creyendo algunos informes falsos de espías dobles sobre la superioridad numérica de la flota inglesa en el golfo de Vizcaya, dejó sus buques y hombre heridos en Vigo y buscó el refugio bien fortificado del puerto de  Cádiz, a donde arribó 21 de agosto. 

El emperador no quedó nada satisfecho de los informes sobre sus marinos, mientras que llegó a decir de los españoles que «se habían batido como leones».

En Cádiz, Villeneuve tuvo plena consciencia de que había perdido el tiempo en una larga distracción inútil y fracasado en sus tres misiones fundamentales encomendadas: no había desembarcado tropas en Irlanda, no pudo proporcionar naves de transporte al ejército invasor de Napoleón, que esperó inútilmente en Boulogne, como tampoco dar protección con sus barcos de guerra a los pocos barcos de transporte franceses disponibles para la invasión.-


Por su parte- explicaba Gaspare a Sofía cuando le llegaron nuevas informaciones mucho más adelante- El almirantazgo inglés no pudo darse cuenta del contexto generado por la batalla de Finisterre que había echado para atrás a Villeneuve y a la invasión de Gran Bretaña por dos frentes. Incluso el Almirante Calder fue juzgado en consejo de guerra, recibió una severísima reprimenda por rehuir el combate y lo condenaron con deshonor a no servir nunca más a bordo de ninguna nave de la Armada Real británica.

Villeneuve y la flota combinada permanecieron en Cádiz hasta que finalmente Nelson consiguió bloquearlos. Los altos jefes españoles aconsejaron no salir y defenderse en la plaza, pero Villeneuve estaba ahora con más miedo de la furia de Napoleón que de la superioridad de la tecnología y de la oficialidad británica, con lo que decidió forzar el bloqueo y ahora sí, por fin, nos vamos a Nápoles.

 Pero el genio naval de Nelson partió su línea de combate en tres partes, la envolvió entre dos fuegos cruzados y destruyó sus barcos y una buena parte de los de España en la batalla de Trafalgar, el 21 de octubre de 1805. Si hubiese perdido su flota, Inglaterra todavía disponía de otra igual de fuerte y numerosa con la que volver a bloquear Cádiz o defender el Canal.

Inglaterra se hacía dueña indiscutible de los mares. Napoleón se vio forzado a abandonar sus planes de invadir Inglaterra. Cambió de estrategia y ordenó que la flota combinada sita en Cádiz se dirigiera a apoyar el bloqueo de Nápoles, al tiempo que enviaba un sustituto para Villeneuve, que había caído totalmente en desgracia ante sus ojos y que ni siquiera se decidió a romper el bloqueo. La llegada del sustituto de Villeneuve pudo ser uno de los motivos por los que volvió a la confusión, adelantando la salida de la flota en el momento menos adecuado, y perdiéndola tras salir del puerto. 

Nelson murió heroicamente durante su gran victoria y Federico Gravina unos meses después, a consecuencia de las heridas que recibió en aquel combate. En Trafalgar murieron también, entre muchos otros famosos marinos españoles como Cosme de Churruca, Dionisio Alcalá Galiano y Francisco Alsedo y Bustamante y quedó bien patente que por hábiles y valerosos que fuesen, no se puede competir en el mar sin una actualización continua de la flota y del armamento por parte del estado, que sí se la tomaban bien en serio los británicos.


Pero el Emperador no perdió el tiempo en lamentaciones. En su lugar, la Grande Armée dejó Boulogne el 27 de agosto de ese año y cruzó Europa en diagonal a marchas forzadas, para contribuir en nuevas acciones contra Austria y Rusia, que se disponían a atacarle por oriente mientras él estuviese ocupado en occidente, intentando invadir Gran Bretaña. Hasta se salvó por no haberlo hecho.

El 2 de diciembre de 1805, Napoleón alcanzó su obra maestra de táctica militar aplastando totalmente los ejércitos austríacos y rusos de la Tercera Coalición contra Francia en la batalla de Austerlitz, en Moravia, tras nueve horas de dificilísimo combate. El centro del continente estaba a sus pies.  

En cuanto a Villeneuve, los ingleses lo tuvieron cautivo en su isla hasta que le dejaron regresar a Francia al año siguiente, bajo su palabra de honor de no volver a combatirles, cortesías que se reservaban exclusivamente para las altas oficialidades. Se le encontró muerto en su habitación del humilde hotel en que se alojaba en Rennes. Según la versión de la policía francesa, se suicidó apuñalándose en el pecho seis veces. Pero fueron muchos los que vieron en aquella muerte tan sanguinaria  la venganza de Napoleón ejecutada por parte de los sicarios de su régimen.


CONTINÚA MAÑANA


64 - LA FELONÍA INGLESA

-He visto muchas felonías y piraterías andando por el  mundo como hombre de negocios- contaba el agente comercial, Florencio Delgado, cuando consiguió que los ingleses le permitiesen volver a Vigo-, pero ninguna felonía como la que acaba de padecer la escuadra que nos traía de las Indias. Soy un hombre de paz, pero juro que no quiero más ser español si nuestro rey no les declara la guerra.-

-Por favor, cuéntenos por orden todo lo que ocurrió, a ver si conseguimos comprenderlo- pidió Masetti.

-Justo un año después del tratado de Amiens que a todos nos hizo felices porque de nuevo se podía navegar y comerciar sin amenazas, los ingleses lo incumplieron, y de nuevo le declararon la guerra a Francia. Nuestro país tenía un pacto previo de alianza militar con Francia, pero hizo todas las maniobras posibles ante los ingleses para poder mantenernos neutrales, seguir comunicándonos con nuestros reinos ultramarinos y regenerar el tesoro real.

Napoleón, por su parte, aceptó nuestra neutralidad poniéndoles a nuestros diplomáticos tres condiciones: que daríamos refugio a sus barcos en nuestros puertos, que traspasaríamos a Francia, bajo su bandera, un número de nuestros navíos de guerra, y que compensaríamos nuestra falta de apoyo militar en oficiales y hombres, dándoles como indemnización una enorme cantidad de oro y plata.  

Asegurada nuestra neutralidad ante ambos beligerantes, el rey mandó fletar, en noviembre de 1802, desde Ferrol, una flota de cuatro fragatas para que llevase mercurio al Perú, con el cual se pudiese extraer la plata y convertirla en monedas y lingotes para llevarla de vuelta a España, además de todos los impuestos para la Corona que se habían ido acumulando durante los años de bloqueo.  

Yo me encontraba en Montevideo cuando las cuatro naves, después de un accidentado cruce del Cabo de Hornos, desembarcaron en aquel puerto para reponerse, antes de saltar el Atlántico. Había conseguido del brigadier José Bustamante y Guerra, el que había comandado la famosa expedición científica de Malaspina a Alaska, amigo mío, pasaje en la flota para regresar a la Península con todas mis ganancias del año anterior. En mi misma situación se encontraban bastantes comerciantes y funcionarios, que también se llevaban a sus familias. 

Bustamante me presentó a otro militar notable, Diego de Alvear. En fin, la flota iba a zarpar desde Montevideo hacia Cádiz. En la Mercedes viajaban el general Diego de Alvear, su esposa y ocho hijos, un sobrino y cinco esclavos negros. Regresaban con toda la fortuna que él había amasado durante treinta años de servicio en las Américas.

Alvear iba a viajar en la fragata Mercedes, junto con su esposa María , a la que también conocí, su familia y deudos. En el último momento, el comandante de la fragata Medea enfermó y tuvo que hospitalizarse en Montevideo. Cumpliendo el reglamento naval, Alvear lo sustituyó en el comando por ser el siguiente en el escalafón, así que tuvo que separarse de su familia durante la travesía. Su hijo primogénito de dieciséis años, Carlos María de Alvear, que era cadete en el Regimiento de Dragones de Buenos Aires y su asistente, se vino  con él a nuestro barco

Las cuatro fragatas españolas eran la Medea (que era el buque insignia), la Fama, la Mercedes y la Santa Clara montaban un total de 148 cañones y estaban dotadas con una tripulación 1.089 hombres.

Muy cerca de Cádiz, el 5 de octubre de 1804, cuando ya se avistaba el cabo de Santa María, en el sur de Portugal, cuatro fragatas británicas de un porte superior al nuestro, nos salieron al paso. Yo iba en la Medea con Bustamante, que era un guerrero avezado, y, a pesar de encontrarnos en paz con los ingleses, dio señales a todas las naves de que se pusiesen en alerta.

La flota británica estaba compuesta por las fragatas Indefatigable, Medusa, Amphion y Lively, que iban armadas con 184 cañones y dotadas con 1.110 hombres de tripulación. Formó línea de combate a barlovento nuestro, a medio tiro de cañón. Los ocho buques se encontraban emparejados en dos líneas paralelas

Nos hicieron una señal imperativa de detenernos para proceder a un reconocimiento. Lo hicimos, y nos enviaron un oficial en un bote. Aunque yo hablo buen inglés, Bustamante hizo venir a Alvear, que domina esa lengua, para que el británico tuviese como interlocutor a un alto oficial uniformado, quien llegó escoltado por su hijo.

De cerca, pude escuchar como el emisario tenía órdenes de su rey de conducirnos a un puerto de su país. Alvear le respondió que éramos una nación en paz con la suya, que nos dirigíamos a nuestra tierra, que ya estaba próxima, y que las leyes marítimas les impedían imponernos nada. 

Llamaron entonces al emisario con una salva de su capitana, él agitó un pañuelo en dirección a ella, y dijo que iba a transmitir su informe a su superior, el comodoro Graham Moore, y que volvería con su respuesta. En cuanto subió a su navío, el Indefatigable  abrió fuego sobre nosotros con mortíferas carronadas, lo que dio señal al resto de sus fragatas para hacer lo mismo. Y Bustamante ordenó responder con todas nuestras fuerzas. Yo vi como volaban brazos y piernas arrancados de nuestra tripulación y caí al suelo golpeado por aquellos despojos como por un trallazo. En un momento, todo se volvió un infierno.

De repente oí una gigantesca explosión y Diego de Alvear y su hijo Carlos María estaban rígidos como estatuas asomados a las amuras y mirando hacia el mar. Me medio incorporé, siempre protegiéndome tras la borda, y vi que la fragata Mercedes se estaba volatilizando en mil pedazos sobre el aire, que ascendieron hasta el doble de altura que nuestras velas más altas, llevándose con ellas las vidas de doscientas cuarenta y nueve personas de su tripulación, junto con las de la familia Alvear, madre y siete hijos menores de dieciséis, todos sus bienes y los del rey que transportaba.

Un disparo incandescente de "angeles", balas unidas por eslabones y calentadas al rojo vivo para que fueran incendiarias, proveniente de las carronadas del Amphion, había penetrado en el pañol de municiones o santabárbara de la Mercedes y la convirtió en una nube de gas en expansión, causando heridos incluso entre la tripulación de su asesino a sangre fríaEn medio de los restallidos mortíferos que arreciaban sobre mi cabeza como latigazos de metralla, pude ver que, donde hacía un momento que se encontraba la fragata, sólo flotaban incontables escombros despedazados, a los que intentaban agarrarse unos pocos náufragos medio quemados. Sólo después que acabó el combate pudimos buscar a los supervivientes en las aguas, rescatando con vida y muy heridos apenas unos cincuenta.- Terminó Florencio Delgado su trágico relato.


Aunque las fragatas españolas combatieron duramente, y ya en total inferioridad de condiciones, el navío cabeza de línea intentó escapar con su carga, pero todos los supervivientes, después de muy maltrechos los barcos, fueron rendidos y capturados por fin. Los condujeron a Gibraltar y, enseguida que estuvieron razonablemente navegables, a Plymouth en Inglaterra.

 269 muertos tuvieron los españoles en el asalto, la inmensa mayoría en la Mercedes. Los ingleses sólo habían tenido 2 muertos.

Aunque algunos políticos y periódicos abroncaron a su Gobierno por un acto de piratería estatal tan a la descubierta, lo cierto es que Gran Bretaña saldó el asunto con unas indemnizaciones que rondaban los 250.000 pesos, la moneda más valiosa y global de la época, cuando el botín pirateado ascendía a tres millones. Los marinos españoles muertos de clase baja, no recibieron nada. Se hizo consejo de guerra en sus respectivos países, el comodoro inglés salió tan absuelto como el brigadier hispano, aunque el Almirantazgo le retiró su parte del botín como captor, alegando hallarse los dos países en paz, se la embolsó, con el resto, con cara de cemento y sin escrúpulos, en el tesoro de Su Majestad Británica. En realidad le castigaron por la torpeza de  hundir la plata de la Mercedes.

Estaba claro que, además de robar de esta forma indignante el tesoro español, parte del cual suponían que iría destinado a Napoleón, los ingleses se propusieron provocar de nuevo a la guerra. Una vez recuperados los pasajeros y tripulantes, no quedaba otra, por honor, que aceptarla. España le declaró la guerra a la Gran Bretaña dos meses después, en diciembre de 1804.

El cadete de dieciséis años Carlos María de Alvear, que vio volatilizarse a su madre y a sus siete  hermanos, ha de volver a aparecer más adelante en este relato, haciendo un papel de gran transcendencia histórica. Atención a recordar su nombre. 

  

 CONTINÚA MAÑANA

63 - AÑOS FELICES

 Aquellos años de paz, que coincidieron con el nacimiento y el primer desarrollo de su hijo Sixto, fueron felicísimos para Gaspare y Sofía. Tras la decisión de doblar la producción de licores finos, decidieron postergar  la compra de una casa, que era el primer proyecto que tenían y, en su lugar, alquilaron una bastante elegante en Santiago de Vigo, aunque, la verdad, sólo la usaban desde la hora del atardecer, por la noche y durante los domingos. 

Los días laborables, en cuanto Sofía se repuso bien de su maternidad, uno de los carros de la fábrica los iba a buscar a su casa de mañana, dejaba a Masetti en su trabajo y llevaba a Sofía y al bebé en la Casa de los Hermanos de Teis. Cada uno almorzaba por su cuenta, ella con los catorce huérfanos y las voluntarias que hubiese, y él en una fonda de Guixar cercana a la fábrica o en la biblioteca, mientras tomada cualquier cosa preparada sin casi prestarle atención.

 Sólo algo antes del atardecer, el carro los iba a buscar y los devolvía a ambos y al hijo a la casa de Santiago de Vigo, donde una muchacha contratada les servía la cena y luego hacía de niñera, para que ellos pudiesen compartir un poco de intimidad.

Masetti, efectivamente, consiguió doblar su producción de gama alta, contratando al doble de trabajadores y ampliando la fábrica hacia atrás hasta que prácticamente se quedó sin jardín. Antes de transcurrir un año, Florencio Delgado consiguió pedidos importantes para sus productos en Nueva España, Cartagena de Indias, Montevideo y Buenos Aires. Los barcos de Marcó los llevaban, sus seguros protegían el envío y su casa de finanzas le pagaba su parte cumplidamente. Viva la paz y el comercio libre de amenazas.

Al año siguiente los pedidos le llegaron también de los Estados Unidos y del Brasil y hasta un comerciante portugués de Oporto, recomendado por Delgado, le visitó y le encomendó una partida de cajas de Canopa Don Sixto para ser presentadas a sus clientes británicos.

Gaspare sólo tenía tiempo de compartir con su mujer y su hijo los domingos y entonces les daba completa atención y muchas atenciones durante el día todo.  durante la semana, estaba con Sixto apenas una o dos horas antes de mandarlo a dormir, pero eran las horas más bellas para él, disfrutando de todas las expresiones del bebé. Era el descubrimiento de la ternura y del amor incondicional. El preocuparse por alguien más que por uno mismo, que era preocuparse por la Vida, su mejoramiento y su continuidad. Toda la idolatría italiana por la familia que mamó en su infancia en Crevalcore, afloraba a raudales en él.

Y, cuando trabajaba, se esforzaba mucho más, al tiempo que se cuidaba mejor,  porque ahora trabajaba y cuidaba su salud por su familia, por el bienestar de la descendencia y, cuando las noticias internacionales se volvían amenazantes, temblaba por su mujer y su hijo y se juraba que los defendería hasta la muerte, a ellos y a los bienes que para ellos acumulaba. La energía regresaba a él, después de un extenuante día de trabajo, cuando cogía a su hijito en los brazos.

Sofía, por su parte, no parecía tan enmadrada como él, se lo tomaba con la naturalidad de haber hecho de madre de familia numerosa durante varios años más. Era una madre veterana, y su cuidado de su hijo, aunque atento, no disminuía el cuidado que seguía prodigando al grupo de huérfanos, que a veces se mostraban como excelentes niñeros.

También compartía con ellos cuando tenía oportunidad, y celebraba cuanto preguntaban y cuando veía que habían comprendido. Él mismo contribuyó a  enseñarles a leer y a escribir y les talló almenas, ventanas y puertas levadizas con un formón a unas cajas de madera de la fábrica, para que los críos jugasen con ellas a los castillos. 

A veces les leía en italiano partes de la Divina Comedia del Dante, haciendo teatro para que entendiesen lo que estaba ocurriendo por sus gestos. Sin embargo, los niños aprendieron de memoria algunas estrofas, y cuando él llegaba gritando que era la puerta del Infierno, los chavales respondían al unísono, poniendo caras de pavor:

-“¡¡Lasciate ogni speranza voi chentrate!!

Algún domingo, un poco más adelante, durante el verano, Masetti mandaba traer tres carros de la fábrica y se llevaba a Sofía, Sixto y toda la rapaceada de la Casa de los hermanos, con el permiso de don Camilo, a pasar el día en la playa de Samil, donde les hablaba de su defensa contra la posible invasión inglesa, o en la del Bao, más al sur, situada frente a la isla de Toralla, donde podían correr y extenderse con libertad sobre un gran plano de arena en el que los adultos los tenían a buen ojo. De ninguna manera les permitió acercarse a la orla de la playa, ni siquiera a la zona de arena húmeda. 

La comida colectiva bajo los pinos era una fiesta. Los gallegos cultivaban en sus campos maíz de las Indias para las gallinas y unos tubérculos venidos del Perú, a los que llamaban patatas, y habían aprendido a hacer con ellas, más huevo, sal y cebolla, todo mezclado y frito en sartén, algo a lo que se llamaba "tortilla española" y que, metido en trozos entre dos pedazos de pan, daba un plato lindo de color, gustoso y muy nutritivo, ideal para llevar al campo.


Tanto británicos como franceses incumplieron el tratado de Amiens, y en apenas un año, rompieron hostilidades entre ellos. El objeto del conflicto había cambiado, para los anglos, desde el deseo de restaurar la legítima monarquía en Francia,  al claro empeño de acabar con el peligrosísimo Napoleón Bonaparte y con la descomunal fuerza militar terrestre de Francia, Así que redobló su financiación y sus intrigas para unir a Europa contra aquel genio de la guerra, y después de eliminarlo, seguir manteniéndola dividida.

Por su parte, el Corso creó un inmenso campo de ejercicios y maniobras militares enfrente de Inglaterra, en Boulogne-Sur-Mer, y comenzó a entrenar allí a ciento ochenta mil soldados para cruzar el Canal de la Mancha, invadir Gran Bretaña y acabar con su predominio naval y con su principal competidor para el dominio del mundo, al tiempo que intentaba rebelar contra sus seculares opresores al pueblo mártir de Irlanda.

El resto de naciones  apostaron por uno u otro posible vencedor y escogieron su campo. Después e que Napoleón venciese definitivamente al Austria en la batalla multitudinaria de  Hohenlinden y en Marengo, obligándola a aceptar en 1801 el control francés sobre el Rin y la creación de repúblicas-títere en Italia y los Países Bajos; después de que amenazase de invasión a Dinamarca y Portugal si continuaban comerciando con Inglaterra, Godoy no tuvo más remedio que seguir apostando por Napoleón.


Pero hizo malabarismos diplomáticos para parecer neutral, a fin de mantener la paz con Inglaterra, mientras recuperaba el imprescindible  comercio con las Indias y la regeneración de la economía española y el tesoro real consecuente. Entre 1802 y 1804, más de mil cuarenta naves hispanas cruzaron hacia las Américas, varias de ellas transportando los preciosos licores finos de Masetti.


Europa se conmocionó al conocerse la noticia de que en la madrugada del 21 de marzo de 1804, Napoléon, después de enviar un comando militar a secuestrar, bien lejos de la frontera francesa, al descendiente adulto más legítimo del rey borbón guillotinado, ordenó el fusilamiento, en los fosos del castillo de Vicennes, a las afueras de París, del Duque de Enghien, primo de Luis XVI. Un tribunal militar lo condenó a muerte “por inteligencia con el enemigo, alta traición y complicidad de complot”. Se supo que al secuestrado se le negó la petición de derecho de gracia y otras elementales opciones de defensa jurídica civilizada. 

 

Como una cortina de humo cara al público, aquel mismo día se promulgó el Codigo Civil Francés, que derogaba todas las leyes del Viejo Régimen aún vigentes, sustituyéndolas por otras, elaboradas por una comisión y supervisadas por Bonaparte, que eran la expresión de la burguesía en el poder y que serían, en adelante, las mismas para todas las provincias francesas.

Napoleón había centralizado toda la administración bajo su mando en pirámide jerárquica; Además de sus victorias militares, consiguió  un período de una cierta prosperidad  y mejoras urbanísticas, dotando a las principales ciudades de su primera red de alcantarillado y controló la prensa y la propaganda para hacer creer que se diferenciaba del absolutismo, porque establecía la división de los tres poderes. Sin embargo, tras la fachada, los tres estaban bajo sus órdenes. 

 Con aquella misma manipulación de la opinión pública y, una vez asesinado el pretendiente a la corona, consiguió que, en Mayo 1804, su Senado de palmeros hiciese una propuesta para que, a su muerte, el poder legítimo fuese a un heredero designado por "el Salvador de la Patria", y no volviese a los Borbones. Napoleón fingió que no lo aceptaría a no ser que el propio pueblo, además de sus representantes,  se lo pidiese por medio de un plebiscito, de manera que su consagración fuese por la gracia del pueblo, y no por la "gracia de Dios", como la de los reyes absolutos. 

Así pues, se hizo un referendum en Noviembre de 1804 y, aunque la mitad del electorado, que era de siete millones, se abstuvo de votar, los que sí votaron le dieron el sí por una abrumadora mayoría. 




-¿Te has enterado de lo del Cónsul Vitalicio Bonaparte en Notre-Dame?- Preguntó Gaspare a Sofía.

-No, ¿Qué ha ocurrido?-

-Pues que ya no es cónsul vitalicio de la República, mi amor, el día 28 de mayo se ha coronado como emperador y tampoco hay más república en Francia, sino imperio, monarquía hereditaria..
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-Bueno... ¡Estás de broma! ¡No puede ser!-

-Creo que quien está de broma es él, Sofía... después de coronarse a sí mismo por su propia mano, en pie y delante del Papa, ha coronado a su esposa Josefina como emperatriz; y todo, con el más elegante estilo romano-cesariano.-

Sofía no acababa de creerlo, hasta que su hermano Telmo apareció con un periódico y se lo confirmó.

Los dos días siguientes, ella se estuvo callada, esquiva y con dolor de cabeza en la cama, sin querer hacer ningún comentario. En el tercero, cuando alguien tocó el tema, dijo:

-Bueno... Si las repúblicas no dieron buen resultado, seguro que será un emperador más competente y progresista que la mayoría de los reyes europeos, y que se preocupará más que ellos por dar bienestar y justicia a la base de su pueblo, que será su principal apoyo.-



CONTINÚA MAÑANA.

62 - EL AGENTE COMERCIAL

La Paz de Amiens lo cambió todo: No había más bloqueo británico y, después de mucho tiempo restringidos al corso de barcos ingleses y portugueses, los marinos de Vigo podían dedicarse de nuevo al comercio con las Españas Ultramarinas. Buenaventura Marcó mandó llamar a Gaspare Masetti a su despacho y allí le presentó a un señor que ya se encontraba con él.

 -Gaspar, el señor Florencio Delgado es uno de los mejores agentes de comercio con quien llevo los últimos años trabajando. Yo le entrego gran parte de mis productos y de los de mis colaboradores, y él, que vive navegando, se las arregla, no sólo para distribuirlos en las Españas del otro lado del Atlántico, sino para que nuestros barcos regresen cargados de otros que encuentra interesantes en los mismos países donde los vendió, y que, llegados aquí, él busca quien los puede comprar en España y en nuestros países amigos de Europa y, ahora, hasta en la misma Inglaterra.

 Nuevos tiempos, nuevas oportunidades -continuó-. Ahora, yo me voy a concentrar cada vez en las finanzas y los transportes marítimos con seguro, y toda la comercialización de su producción que yo le hacía, se la hará, desde hoy, el señor Delgado, que también está asociado a mí y a quien yo financio y le facilito sus transportes, asegurando sus mercancías contra cualquier eventualidad. Así que me gustaría que se hiciesen buenos amigos y que ganemos los tres mucho más dinero juntos.-

 Masetti y el señor Delgado salieron juntos del despacho del empresario y se lo llevó a la fábrica de aguardientes para que la conociera. Le hizo degustar un sorbo mínimo de sus mejores licores. Después lo invitó a comer en su casa, le presentó a Sofía, y, ya solos en la mesa tomando un café, respondió a todas sus preguntas y se enteró un poco de la historia de vida de su nuevo agente comercializador. 

-Mi familia se vino a Vigo desde un pueblito del interior de Orense y yo nací aquí, en una casa del barrio de la Herrería, en el Casco Viejo, desde la que se veían las Cíes y el horizonte marino. Empecé a viajar muy joven, en los barcos de don Buenaventura, y me enamoré completamente de la belleza y grandiosidad de las Indias. Tuve un buen maestro comercial, que era uno de sus primeros secretarios, que ya falleció, y heredé sus conocimientos y su lista de clientes. 

Me muevo a mis anchas en Veracruz, en la ciudad de México, en La Habana y San Juan de Puerto Rico, en Panamá, Caracas y Cartagena de Indias, en Belem do Pará, Recife, Salvador de Baía y Rio de Janeiro, en Montevideo y Buenos Aires, He hecho negocios en Nueva Orleans, Charleston, Norfolk, Nueva York y Boston, y en Londres, Liverpool y Amsterdam durante nuestros períodos de paz. Hablo inglés, francés y portugués con fluidez y he trabajado en varios puertos atlánticos franceses como Burdeos, la Rochelle y Brest; y hasta en Hamburgo, También en Marsella, Génova. Nápoles, Palermo, Siracusa, Messina y Tarento.

 No, no estoy casado ni tengo familia, señora. Sería bastante incompatible con el tipo de vida que llevo y que me encanta.  Dejo eso para cuando me retire, que deseo que sea a mis cincuenta años. Aún me quedan unos buenos quince para seguir conociendo el mundo y haciendo unos ahorros.-

-Imagino que podría usted escribir un libro muy interesante con todo cuanto ha recorrido, don Florencio- dijo Gaspare con admiración.

-Podría ser, don Gaspar, pero es algo que también dejo para cuando me retire y tenga que vivir más de mis recuerdos del pasado que de mi actividad del presente. Por ahora, mis libros de cuentas y de informes comerciales son mi diario de viajes.-

-¿Cómo es el comercio con esos mundos de las Indias?-

- Se sorprendería usted de ver que las capitales peninsulares españolas son apenas villitas comparadas con las grandes ciudades del otro lado del mar. No hay una sóla ciudad en toda Europa con el esplendor de Ciudad de México o Lima, en ninguna viven tan bien sus habitantes.-

-¿También los indios y los mestizos?- inquirió Sofía.

-Mire usted, señora, desde la época de los Austrias, la política de los reyes fue permitir que en aquellos reinos los blancos pudiesen organizarse a su manera en una república de blancos y los indios a la suya, en una república de indios, y los mestizos pueden escoger en cual de ellas encuadrarse. Se permitió que los caciques o curacas constituyesen una suerte de nobleza indígena, siempre que acaten al rey y a la religión, ayuden a defender el territorio de los ingleses, a mantener la paz, a hacer producir a su gente lo que se pueda y a pagar sus impuestos a la corona, igual que los blancos.

La Católica Monarquía, tanto allá como aquí, siempre se apoyó en dos columnas, como las del escudo, que eran los principios fundamentales que hacían de muchas etnias diferentes situadas en territorios muy distantes una misma nación: La fe en Cristo y la fidelidad al rey. Nada que ver con lo que la Revolución definió en Francia como nación. Es otro sistema bastantes siglos más antiguo.

Cuando se cambió la dinastía de los Austrias a los Borbones, ocurrió que, con su mentalidad de ilustrados y viendo la mina de metales preciosos y materias primas que allí tenían, intentaron racionalizarla para hacerla producir mucho más y cargar mayores obligaciones impositivas sobre la nobleza indígena, queriendo reducir intermediarios. Eso provocó revueltas, no contra la monarquía, sinó contra el mal gobierno, como la de Tupac Amaru y la de Tupac Catari, que acabaron siendo vencidos y ejecutados.

Entre las Españas de esta orilla y las de la otra hay una simbiosis completamente necesaria, es más, imprescindible. La península es su mercado fundamental, tal como ellos son el mercado fundamental de la península. Todas las tentativas de los británicos por apoderarse de aquellos reinos, han sido rechazadas por blancos e indios luchando unidos. Ahora bien, el bloqueo británico ha sido terrible. Si no se les puede enviar mercurio de las minas andaluzas, ellos no pueden extraer plata y enviarnos lingotes, para pagar con ellos la deuda externa continuamente creciente de la corona, y que les podamos enviar manufacturas sofisticadas. Durante los años de bloqueo se les tuvo que autorizar a que comerciasen con naciones neutrales, como los Estados Unidos.-

-Bueno-dijo Gaspare cuando Sofía se retiró para que hablasen-, qué me propone usted?-

-No sabemos cuanto va a durar esta paz con los ingleses. Yo no creo que dure mucho, porque ellos ganan más en tiempo de guerra que en tiempo de paz. Napoleón, por su parte, está loco por invadirlos; para eso necesita nuestra armada y nos arrastrará al conflicto. Yo que usted, don Gaspar, pediría una ampliación de crédito al señor Marcó, a fin de doblar su producción de licores finos y caros, reduciría a la mitad la de las gamas medias y baratas y aprovecharía esta tregua para introducirlos en las Indias y en los Estados Unidos. De eso me encargaría yo. Luego, aunque se vuelva a interrumpir el comercio atlántico, los productos ya estarían introducidos.

Ingleses y franceses no van a parar hasta que uno de los dos consiga la hegemonía. En ese momento volverá a haber un nuevo orden mundial y un período de paz. Entonces tendremos oportunidad de seducir al hegemón y sus aliados con sus licores. En cualquier circunstancia, la gente pudiente siempre va a seguir comprando licores selectos, y si hubiese carestía, mayor valor tendrán en el mercado.

El resto de la reunión se pasó en hablar de números, costes, impuestos, transportes, seguros y comisiones. Por fin, ambos hombres llegaron a un acuerdo inicial.

-Me parece muy bien su propuesta, don Florencio.-dijo Massetti- Aprovechemos entonces esta oportunidad que se acaba de abrir, mientras dure.-


-¿Qué me aconseja usted hacer para motivar a mis trabajadores a esforzarse para conseguir doblar la producción? -Preguntó Gaspare a Buenaventura.

-Haga usted lo mismo que los Borbones en las Indias -respondió él -: Ofrézcale una buena comisión a su mejor trabajador, sólo a él, si logra imponer a los demás su propia disciplina de trabajo, fidelidad y competencia. Y dele libertad para él tratar con el resto del personal siguiendo su personal criterio.

Si le va bien, manténgalo. Si le va mal, reduzca sus comisiones sin perderlo y sustituya su mando intermediario y sus primas por el del siguiente empleado más fiel y eficaz. Y sólo le exija a él, no al grupo. Así, no usted, sino él, se quemará si el resto de sus empleados se siente sobreexplotado. En ese caso gritarán: "Viva el rey, y abajo el mal gobierno". Dirija como un rey, sin nunca meterse en política.-


CONTINÚA MAÑANA