sábado, 3 de julho de 2021

12 - LO QUE ME LEGITIMA

 Masetti se veía muy elegante, muy caballero y muy seguro de sí mismo, desde que se había afirmado y mudado de imagen, haciendo caso de los consejos de doña Teresa. Con frecuencia saludaba a Sofía cuando la chica pasaba  frente a su nave, y la mayoría de las veces cruzaban unas cortas frases sobre cómo iba mejorando el tiempo y sobre lo bonito que estaba el paisaje bajo el cielo azul despejado.

Las palabras no importaban, importaba el tipo de comunicación que se iba estableciendo entre ellos, el contento del uno por la continuidad de la presencia del otro, la chispa de las miradas, el calor en el pecho, la paz emocional.


Cada trimestre, Gaspare se reunía con Buenaventura Marcó en el despacho de él para examinar las cuentas conjuntas, y aquella vez ambos estaban muy satisfechos por los excelentes resultados que estaba rindiendo su asociación. Al concluir, el gran empresario le convidó a pasar a un lujoso salón contiguo, donde compartieron un café sentados ante una galería desde la que se veía la ría, los buques anclados y la península de Morrazo al frente, con las villas de pescadores de Cangas, a la izquierda, y Moaña, a la derecha.

Estaban hablando de la economía y de la política nacional y, en cierto momento, hubo un largo silencio en el que los dos sólo permanecieron disfrutando la visión de la llegada al puerto de un bello bergantín, que iba acompañado de una gran bandada de gaviotas.

-Cada día que amanece, agradezco más a Dios por continuar vivo y, cada día, esta tierra me parece más linda y también agradezco por la belleza  -dijo después el señor Marcó, reflexivo-. Llegué a los 61 años, Gaspar, y siento que el tiempo pasó a toda velocidad. Me parece que fue ayer, pero fue hace cuarenta años, que entré en esta villa de Vigo en un barco como ese, con recursos materiales mínimos, con un saber hacer de hombre joven y osado que no tenía nada que perder y con una autorización del rey para usar todo eso, dentro de sus reglas de juego, en este lugar desconocido, junto a gentes por conocer, de tal manera que él ganara una buena parte de cualquier ganancia que yo fuera capaz de obtener.

Después de todas las décadas transcurridas y de todos los sucesos que las cubrieron de recuerdos, contemplo la figura del rey que me autorizó a desarrollar aquí mi potencial, don Carlos III de Borbón, como la de un dios lejano que, simplemente, estaba allí, en Madrid, para garantizar que yo era un enviado legítimo a su servicio y no un pirata, porque yo no estaba actuando tan sólo por mi cuenta y conveniencia, sino de acuerdo con la voluntad de un monarca designado por la gracia del Altísimo para regir una buena parte del mundo, cumpliendo su ley y bajo sus órdenes y amparo.

Ahora bien, Gaspar, aquel rey no era, para nada, un dios. Murió como muere cualquier hombre y fue sucedido por su hijo, un hijo no tan brillante, a quien sigo devotándole lealtad y servicio por todo lo que representa de mantenimiento de la estabilidad para la sociedad en la que vivo, en el país al que amo, en competencia con enemigos tan poderosos.

Yo ya había prestado grandes cantidades de dinero a su padre, que nunca me devolvió, y él heredaba, junto con un mundo de privilegios, la deuda de su padre para conmigo que yo sabía que nunca me devolvería, sino en forma de nuevas autorizaciones para aquello que yo solicitara de él, si él hallaba conveniente concedérmelas. En mi apreciación, yo tenía más valores concretos que ofrecerle a él que él a mí... Puede usted entender lo que yo sentía con respecto a él?

-Puedo un poco, desde mi propia modestísima experiencia -respondió Masetti-. Puedo percibir lo que siento frente al poder, sin tener yo ningún poder. Más difícil me resulta imaginar lo que debe ser tener suficiente poder para vivir de forma independiente, como estoy seguro que lo debe tener usted y, aun así, tener que seguir rindiendo vasallaje a un supuesto protector.-

-Eso es, usted captó bien esa sutil diferencia. Y mire, nadie puede vivir de forma totalmente independiente, a menos que sea un náufrago en una isla bien remota, que da alimentos.

Añada ahora que yo tenía consciencia de que la inmensa mayoría de lo que yo había conseguido, se debía a mi propio esfuerzo continuado por hacer que siguieran creciendo mis recursos, y no mermaran, al frente de una comunidad de fieles colaboradores por la que yo tengo que velar. Y que mis recursos no los heredé de mi padre ni podía, de manera ninguna, descuidar aquella carga y toda su responsabilidad diaria y entregarla a segundos, para yo descansar un poco de ella.-

-Usted tiene varios hijos -dijo Gaspare- y, por lo que me dijeron, hijos muy bien preparados y muy competentes... No le están ayudando a sostener sus negocios?-

-Sí, es verdad, Gaspar.- Dios me dio excelentes hijos que me colaboran mucho y que, en muchos aspectos, mejoran mi eficacia. Doy gracias por eso. Y también tengo varios colaboradores excelentes en quienes puedo confiar bastante.-

-Le felicito, don Buenaventura, hay reyes que no pueden decir lo mismo.-

-Los hay. Y los compadezco. Uno pode crear una gran empresa con su talento y su cuidado, sin embargo, las buenas relaciones con su familia y con sus mejores amigos no dependen enteramente de uno. Son, en gran parte, si fluyen en armonía, un regalo de la vida. Aunque uno tiene que regar ese jardín todos los días, y este es un mundo en continuo cambio. En cualquier momento nos puede caer encima un problema inesperado.-

-Puede usted contar conmigo de llegar ese caso, don Buenaventura, pruébeme si quiere. Le tengo el mayor respeto y sé muy bien que ahora navegamos en el mismo barco.-


CONTINÚA MAÑANA

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