sexta-feira, 16 de julho de 2021

56 - INQUINA A NAPOLEÓN

-A mí me parece que tú tienes una especial inquina a Napoleón Bonaparte, Gaspar- le dijo Sofía aquella noche. Yo no veo que sea un jefe de estado peor que nuestro rey o que la mayoría de los reyes europeos. Es más, su nuevo código de leyes muestra que tiene una verdadera mentalidad progresista, con avances para la ciudadanía que ya quisiéramos tener por aquí.-

-Reconozco eso, mi amor, ya las quisiéramos tener por aquí -respondió él-. Si a mí no me gusta Napoleón es, sobre todo, porque su desarrollo de ascensión al enorme poder que ahora tiene, lo hizo a base de arrollar sin misericordia a muchísima gente y, entre ella, a personas inocentes muy queridas para mí. Yo no he visto los toros desde la barrera, como me parece que los ves tú, perdona que te diga.- 

-Ven aquí. Cuéntame eso, sácate esa espina, te escucho.-Dijo ella.

 -Yo ya te conté ante tu familia el fin de los terroristas jacobinos. Tras ello, los termidorianos pusieron fin a la influencia de los sans-culottes y de toda la izquierda en París, que seguía dirigiendo el estilo y el rumbo de toda Francia. Parecía que, por fin, los burgueses pudientes de derecha recuperaban el control de la Revolución.

La Convención Antijacobina obedeció a los deseos generales de una representación plural, y llamó a su seno a los girondinos supervivientes, formando con ellos la mayoría parlamentaria. Tardaron dos meses en redactar una nueva constitución, poniendo el acento sobre la moderación, porque no querían ser confundidos para nada con los terroristas,  proponiendo someterla a la sanción del pueblo.

Cuidaron mucho, también, de no volver a confiar el poder a uno solo. Para evitar dictaduras, los redactores de la Constitución del año III tuvieron la idea de dividir la magistratura suprema entre un Directorio de cinco personas, todas ellas partidarias de la continuidad de la República.
Pero, politicastros sin verdadero amor a la democracia real, como demostró ser la mayoría de los hijos de la Revolución, no resistieron a la tentación de hacer trampa, y añadieron dos artículos adicionales, estableciendo que dos terceras partes de los diputados llamados a formar la nueva legislatura debían de ser antiguos miembros de la última Convención conformada. para asegurar la continuación, por mayoría de diputados, del espíritu revolucionario. La verdad era que sólo se permitía a los electores que eligieran a la tercera parte de los nuevos nombramientos. 
Esta trampa levantó quejas en París, que se hallaba dividida en cuarenta y ocho secciones y diferentes clubs políticos. Algunas de las secciones  se reunieron para alborotar por las calles gritando "¡Abajo los dos tercios!".
La mayoría eran jóvenes de clase acomodada, de familias que habían sufrido el reinado del Terror de los jacobinos, y que estaban hartos de dictadura y de autoritarismo revolucionario.

En septiembre y principios de octubre de 1795 tuvo lugar el proceso electoral. En París,  todas las secciones, menos una, rechazaron la antidemocrática imposición de que sólo pudieran ser elegidos libremente por los votantes apenas un tercio de los escaños.  

El pueblo bajo, que había sido desarmado a la fuerza desde el golpe de Termidor, se mantenía indiferente, porque ya todo le daba igual y estaba harto de servirle a los pequeños o grandes burgueses de saco de golpes. Pero la clase media tenía a su favor a los guardias nacionales o milicias armadas, que se habían sumado a la revuelta de las secciones.
Cuando la Convención Tramposa se sintió amenazada por los descontentos dispuestos a dar un golpe de estado (a los que la memoria histórica de la Revolución acabó llamando "realistas" sin que la mayoría lo fueran), designó a Barras, que ya había dirigido las fuerzas del gobierno durante el 9 de Termidor, para comandar las tropas destinadas a defender su lideranza.
Barras nombró al general Buonaparte, al que había conocido como guerrero demoledor en el sitio de Tolón, que estaba en París sin dinero y sin empleo, para encargarse de la parte militar de la defensa del gobierno tramposo. El corso, apoyado por mil quinientos antiguos afiliados jacobinos, los cuales a pesar de sus resentimientos contra la Convención, se habían puesto a sus órdenes por el odio que sentían por el partido moderado y altoburgués, envió a trescientos hombres a caballo al mando del comandante Murat a recoger los cuarenta cañones disponibles, antes de que se hiciesen con ellos los insurrectos de los clubs políticos de París, 
Conseguidos, los colocó frente a las calles por donde podían avanzar los descontentos.  Desde el lado occidental del centro de la ciudad, unos ocho mil insurgentes marcharon en protesta por la insufrible imposición hacia la sede de la Convención en las Tullerías, donde estaban apostados unos cinco mil soldados regulares bajo el mando de Buonaparte, quien ordenó cañonearlos y ametrallarlos por sorpresa y sin piedad, causando cuatrocientos muertos en un infierno de quince minutos, lo que aseguró la dispersión de los manifestantes por las calles. Era el 13 de Vendimiario o 5 de Octubre de 1795. 

Al día siguiente, las fuerzas del gobierno asaltaron las barricadas que habían levantado los descontentos en los barrios de donde procedían. Los aplastaron completamente y sin piedad. Con esto, la gente no tuvo otra opción que aceptar tragar con la trampa. 
Aquella carnicería fue la primera acción políticamente importante que proyectó a Nabolione hacia el poder. La Asamblea, victoriosa y soberana, esperó que terminaran las elecciones para resignar sus poderes. Divulgaron los resultados a su favor a los quince días.
La victoria ganada por la terrible represión de Buonaparte dio algún soplo de vida a la nueva constitución, así amañada, que duró unos tres años. Más tarde, el mismo militar que favoreció su promulgación con aquella matanza, habría de derribarla. 
El amante anterior de Josefina de Beauharnais, Barras, ayudó a facilitar el matrimonio entre ella y Buonaparte, lo que le alivió bastante de una mujer que le salía tan cara. Barras fue candidatado como uno de los cinco directores que controlarían al nuevo ejecutivo de la República Francesa.
Un nuevo ciclo de poder comenzaba, y yo, la verdad, esperaba que los burgueses ricos que ahora mandaban condujesen a Francia a un período de paz y de razonable prosperidad, después de tanto radicalismo cainita y de tanta guerra y carestía... Pero estaba totalmente equivocado.

Un mes después de haber aplastado la rebelión, se formó el Directorio, en el que se integró Barras, quien sería el único hombre fuerte que formó parte de él de manera continua, durante los cuatro años que duró el régimen directorial.


Al nuevo gobierno francés del Directorio se le ocurrió que lo mejor para evitar que continuasen las disensiones ideológicas internas, era encuadrar en disciplina militar al pueblo y unificarlo en fervor patriótico, con el pretexto de luchar contra enemigos exteriores. Así que declaró la guerra al Austria, buscando, también, financiar a Francia con los posibles botines, estabilizar su economía y lucrarse con lo que consiguiesen arramblar sus dirigentes, volviendo a poner su atención sobre el norte italiano, tratándolo como una moneda de cambio para obtener ventajas en Alemania.


Sin embargo, pese a los pequeños triunfos de generales como mi patrón, Masséna, Francia estaba perdiendo con claridad la guerra en el frente sur, por lo que, en marzo de 1796, el Directorio, por influencia de Barras, nombró un nuevo y joven comandante en jefe, aquél que todo el mundo llamaba ahora Napoleón Bonaparte, por mucho que siguiese hablando francés con un muy marcado acento italiano. Bonaparte llegó al estado mayor en Niza, esperando encontrar un ejército de  verdad, pero no había allí más que sufridos guerreros mal vestidos, mal armados, mal pertrechados, aunque, eso sí, muy entrenados y motivados por Masséna. 

 A su llegada, Bonaparte prometió a las tropas que todo iba a mejorar cuando se le arrebatasen sus recursos al enemigo, para lo cual concedió derecho al saqueo. Confirmó a Masséna en su puesto y comenzó junto a él, Augereau y otros jefes, una espectacular campaña que produjo cinco victorias heróicas. 

En el verano, Bonaparte y Masénna se cubrieron de gloria en la Batalla de Rívoli y en invierno en el cerco y  toma de los bastiones más importantes del imperio austríaco, en el centro norte de Italia.

Esta campaña francesa de Italia aseguró el futuro político de Napoleón Bonaparte, que era un hombre práctico: Más preocupado en derrotar al poder imperial austriaco que en imponer la ideología revolucionaria (ya que defender  la democracia era para él más un medio de trepar que un fin), firmó un armisticio  que preservaba el absolutismo del rey Víctor Amadeo III de Cerdeña, aunque anulándolo militarmente.  

La victoria de Lodi, el 10 de mayo, puso en retirada a los austríacos y los franceses entraron en la rica Lombardía, aunque todavía resistía el castillo de Milán. Los soberanos de Parma y Módena tuvieron que pedir otro armisticio, pagando bien caro para no ser molestados. Antes de proseguir la persecución a los austríacos, los franceses se propusieron asegurar la retaguardia, con el objetivo primordial de conquistar Mantua.

A este fin estuvo dirigida durante el mes de junio la ocupación francesa de las ciudades italianas más norteñas; y también la firma de una tregua con Nápoles, que les hacía dejar de temer un ataque desde el Sur. De aquí los franceses expulsaron a los ingleses de Livorno e invadieron el Gran Ducado de Toscana, imponiéndole otra sustanciosa contribución.

Los sucesivos intentos austríacos por liberar el asedio de Mantua resultaron infructuosos. En Génova, los feudos partidarios de Austria estaban en insurrección, hostigando al ejército galo, por lo que se forzó un tratado en octubre de 1796, para imponer la presencia francesa en la República Ligur y fusilar como bandolero a todo el que se considerase sedicioso. 

Ahora, con todo el norte neutralizado, llegaba el momento de vengarse de antiguas ofensas, tales como el apoyo que el Papa había proporcionado a los austríacos, así como de conquistar el que se esperaba que fuese el más rico botín: Los tesoros que todos los cristianos habían ido donando a la Iglesia durante muchos siglos. A tal fin, el Directorio ordenó la invasión de los Estados Pontificios.


Tomasso Conti vino a celebrar la gran ocasión que se presentaba junto a Masetti: Por fin había llegado el momento de liberar del oscurantismo feudal y clerical a la tierra natal de Gaspare, todo el norte de Italia se convertiría en una moderna y progresista república democrática, hermana de la francesa. Hasta se había diseñado una bandera tricolor para ella, sólo que sustituyendo el azul de Francia por el verde de las praderas del valle del Pó. Después de la República Bátava, Italia sería la tercera nación en la que amanecería la Nueva Era de Libertad, Igualdad y Fraternidad que garantizaba la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano.

-...Y el paso siguiente -decía Tomasso con exaltación-, será echar al Papa de Roma, amigo Gaspare, y resucitar la República Romana. Es el gran momento de renacimiento triunfal para todos nosotros, los italianos, dirigidos por nuevos héroes itálicos como Bonaparte y Masséna. En el momento más glorioso de nuestro pasado, la República Romana conquistó la Galia y la romanizó.

¡Ahora, los ciclos de la historia se repiten: después de dieciocho siglos  de barbarie procedente del norte y de fanatismo religioso retrógrado venido del Cercano Oriente, que pretendió obligarnos a renegar de los placeres de la vida! ¡Por fortuna, una revolución humanista surgida en la Galia e inspirada en Roma está venciendo a las hordas germánicas y va a romanizar también a la dividida Italia, para devolverle su grandeza!-

Tomasso estaba entusiasmado, llenó unas copas con un vino dorado de la región de Champagne, espumoso de burbujas, e hizo brindar por la Nueva Roma a Masetti y sus ayudantes, y luego otros dos brindis por Masséna y Bonaparte, y algunos más por la Revolución y la Democracia, libertadoras de pueblos. 

Cuando por fin se marchó, Gaspare empezó a sentirse algo mareado por aquella bebida que, en principio, parecía un vino de señorita. Al irse a acostar, se encontraba muy alegre, pero, al levantarse a la mañana siguiente, mirarse en el espejo y pensar en su familia, sintió  un presentimiento tempestuoso. Algo pareció saltar y quebrarse de repente en 
su corazón.


Tomasso había confirmado que Andrea Massena, que ahora se hacía llamar André, mostró brillantemente sus capacidades militares durante las guerras de la Revolución Francesa contra el Austria y sus vasallos. Después de haber sido el teniente principal de Napoleón Bonaparte, con contribuciones decisivas a las victorias de Arcole y Rivoli, se afirmó como uno de los mejores generales de la República. 

Dotado de un sólido sentido táctico y estratégico, capaz de mostrar energía y prudencia en el ejercicio de su mando, Masséna disfrutó de la estima de Napoleón, que lo consideró su mejor subordinado, llegando tan lejos como a llamarlo "el querido hijo de la victoria" después de su brillante comportamiento en la batalla de Rivoli. 

A pesar de que conocía de sobra su falta de escrúpulos morales, su lujuria, su codicia de pirata y sus métodos de guerra a veces despiadados, Bonaparte  hacía la vista gorda cuando le convenía, y nada le convenía más que poder contar con generales tan efectivos como Massena a sus órdenes, porque sus éxitos acrecentaban su propia gloria.

Cuando Napoleón y Massena sustituyeron a los austríacos en el dominio de las ricas repúblicas, reinos y señoríos del Norte de Italia, y obligaron a Viena a firmar un tratado de paz para no ser invadida,  la Convención, rabiosamente anticlerical y ávida de más botín, los mandó a que acabasen con el poder temporal del Papa, que no era enemigo  para Francia, pero sí el representante de la ideología opuesta a la de la Revolución. 

Con Nápoles sometido, no había peligro de que el rey de poco carácter que ahora padecía España, nacido precisamente en la lujosa capital del Sur de Italia, Carlos IV de Borbón, interesado sólo en cazar perdices, dominado por el valido que, según los chismorreos, le hacía cornudo ante toda la corte, pudiese pensar en arriesgarse a defender activamente al pontífice, ya que estaba muy escarmentado por la pérdida del Rosellón y por la invasión de Cataluña y el País Vasco en 1794, cuando intentó vengar a su primo, el Borbón guillotinado en París. 

Para recuperar aquellas regiones de su península tuvo que pasar la vergüenza de permitir que su valido, Manuel Godoy,  negociase cambiarlas por la entrega a  Francia de la mitad de la Isla Española, en el Caribe, vendiendo a sus habitantes y mandándoles al exilio. 


-Por cosas como esa, los españoles, desde luego -recordaba Masetti que le había dicho un día Massena-, ya no son ni sombra de los gigantes, émulos de los antiguos romanos, que un día fueron. El chocolate, la siesta, los Borbones y el empeño paleto de sus élites en seguir la cultura y las modas francesas para diferenciarse del pueblo, acabaron por considerar retrógradas  todas las virtudes de la vieja Castilla que aún los dignificaban. 

...Se creyeron la Leyenda Negra que creamos nosotros, los italianos, los franceses y los bárbaros luteranos del norte, para desprestigiarlos y minimizarlos cuando eran primera potencia mundial, ya que no teníamos otra arma que oponer a aquel poder más que la maledicencia, Gaspare, se tragaron nuestra propaganda antiespañola como quien degusta chocolate. Les ganamos la batalla cultural. Se lo creyeron y negaron su propia alma original, se perdieron de sí mismos. Don Quijote se dejó fascinar por los encantadores.

...Ahora sólo les puede salvar el volverse franceses del todo, pero franceses de la Nueva Era, es decir, hombres modernos, naturalmente, como también todos los ítalos deberían volverse ahora mismo hombres modernos según el modelo francés actual, compadre, tal como yo escogí volverme... Y mira lo bien que me va.

La Nueva Era es la Nueva Roma, compadre, y se construye con la fuerza francesa romanizada por la Revolución, más la maquiavélica astucia italiana, que ya dejó muy atrás la fuerza de los antiguos romanos, pero que por vieja, por dividida, por sometida y puta, amigo Gaspare, aprendió a adaptarse y a trepar sobre el fuerte de turno como nadie. Ya fueron los españoles y los austríacos, ahora son los franceses, mañana pueden ser los ingleses... o hasta los rusos, quién sabe.-

Massena estaba muy consciente de cómo Francia quiso emular, a su vez. al Imperio Romano, por lo que se cambió hasta la forma de pensar en el tiempo, incluso introduciendo una nueva datación, y también se quiso crear una nueva religión del Estado: En Roma se divinizó al Emperador y en París se inventó el culto a la Razón y a un Ser Supremo abstracto y distante, que creaba el Universo pero luego se lavaba las manos, como Pilatos, y dejaba a los hombres que diseñaran su propia ética.

Durante el Terror, la Revolución Francesa, doloroso parto de luz y oscuridad, extremo opuesto de la idealista guerra revolucionaria norteamericana, inspirada en la democracia de los hombres libres de Atenas y sus confederados, marcaba una clara ruptura histórica, al mismo tiempo que un recomenzar, que se revestía de la estética de la vieja República Romana, con su parafernalia, su nomenclatura, sus cónsules, sus magistrados y su prepotente aparato estatal y militarista dispuesto a transformar el mundo a cañonazos. 

Gaspare reconocía la influencia del pensamiento de Massena en su ahijado y asistente, Tomasso Conti, que parecía un calco suyo más joven. 

También reconocía cuanto Massena le había influenciado a él, y como los últimos años de su vida se había dejado encandilar por toda aquella hermosa  ideología del hombre nuevo y de la sociedad libre, igualitarista y fraterna, que parecía que sólo podía imponerse con militarismo violento y despótico, a base de sangre y terror.

...Porque el filósofo Rousseau, sin duda, pecó de ingenuo y buenista y estaba equivocado: Más bien parecía que el hombre sólo podía ser devuelto, de la degeneración egoísta y rebelde a su bondad y virtud natural, amenazándolo con la prisión o la muerte y adoctrinándolo desde niño con ideologías cívicas que le enseñaran a obedecer a los gobiernos progresistas del Estado.



CONTINÚA MAÑANA

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