sexta-feira, 16 de julho de 2021

59 - CATALUÑA

-¿ Y cómo fueron tus  primeras impresiones de España, Gaspar?- Preguntó  Sofía la tarde siguiente.

-No me duró mucho mi maravilloso rencuentro con la sensación de libertad. En cuanto salí de la cordillera de los Pirineos y llegué al pie del lado español, bien al despuntar el día, me dieron el alto una patrulla de uniformados. Estaban muy acostumbrados a recibir fugitivos de Francia, y me llevaron a su oficial.

Cuando dije que había nacido cerca de Bolonia, en la Emilia-Romaña, Estados Pontificios, hacía 29 años, el oficial dejó el francés y ya sólo me hizo preguntas en español. yo me sorprendí de cómo entendía el sentido de lo que él decía y muchísimas frases completas, y respondí en varias formas dialectales de italiano del Sur que conocía, de Nápoles a Sicilia, donde sabía que había habido siglos de contactos con los españoles. Y funcionaba muy bien.

El oficial dijo llamarse Capitán Juan Clarós y andaría cerca de los cincuenta años. Siguió preguntándome sobre m vida y mis razones para venir a España, pero, de repente, comencé a percibir que ahora le entendía mucho mejor que antes.

-Es que lo que estoy hablando con usted ahora mismo no es español castellano, señor Masetti, es catalán.-

-¿Catalán? Dejé las formas del sur de Italia y comencé a probar con las del norte y, al cabo de un rato, ya casi nos entendíamos del todo, simplemente hablando despacio o aclarando significados ambiguos.

Entonces sentí que podía ser totalmente sincero frente a aquel hombre, que tenía aspecto de persona seria y correcta, y le conté cuanto él quiso saber. 

-Bien, Señor Masetti- Dijo al cabo el capitán-.... Creo que ya tengo suficientes datos sobre usted para elaborar un primer informe destinado a mi superior inmediato. Ahora, por favor, intente decirme en pocas palabras: ¿Cuál es su solicitud concreta a las autoridades?-

- Solicito acogimiento en España.- Respondió él con determinación.- No deseo otra cosa que iniciar una vida nueva, residiendo en paz en este país y ganándome la vida de forma honesta y de acuerdo a la ley, con aquello que mejor sé hacer, que es fabricar y comercializar aguardientes y licores.-

El oficial colocó su petición por escrito en buen español y me hizo las dos preguntas fundamentales: 

-¿Jura usted que es católico?-

-Juro que lo soy desde que me bautizaron de niño y me criaron en ello.-

-¿Jura usted fidelidad a Su Católica Majestad, don Carlos IV de Borbón, y cumplir sus leyes mientras resida en cualquiera de sus reinos?-

-Lo juro-

El militar me lo hizo firmar y pasó después a las preguntas secundarias:

- ¿Dispone usted de capacidad económica para mantenerse por sí mismo en este país y para pagar una licencia que le autorice de forma oficial a desarrollar su actividad y para iniciar su negocio?-

-Creo que sí, al menos durante un año o más, y si no fuese suficiente, podría buscar socios españoles que estuviesen dispuestos a invertir en mi saber hacer, que tiene un buen nivel.-
 
-Bien- dijo el militar, después de concluir el documento y extendérselo-, he redactado aquí su solicitud. Ahora tenemos que esperar respuesta de la superioridad.-

Gaspare leyó atentamente, y comprobó que podía comprender mejor el español escrito que el hablado. 

Pasé casi todo el día durmiendo en la posada que me indicaron. Casi anocheciendo, me levanté, me vestí y pregunté al posadero donde podría cenar. Él me indicó un mesón a medio camino entre la posada y el cuartel. Había una iglesia, un río y un puente en el pueblo. Me di cuenta enseguida de que el centro estaba reconstruido, pero todo circundado de casas más viejas, en ruinas, por las que visiblemente había pasado el fuego unos años antes.

Pregunté al mesonero cuantos habitantes tenía España y él dijo que no había manera de saberlo, porque no se había hecho un censo más que de la Península Ibérica, y las islas Baleares y Canarias, allá por 1787, que daba unos diez millones y un poco más, tal vez doscientos o trescientos mil más, concentrados en la periferia y en Madrid, estando el centro sur del país, lo que llamaban Castilla la Nueva y Extremadura, bastante vacíos, igual que gran parte de Aragón. 

Nadie me supo decir cuantos habitantes tendrían los enormes territorios de las Españas Ultramarinas, aunque sí que el virreinato de Nueva España, el más poblado, pasaría bien de los cinco millones y medio, unos dos millones entre blancos y mestizos, y el resto, indios, así que no debía ser verdad lo que contaban los ilustrados franceses, de que los crueles conquistadores exterminaron a la mayoría de ellos.

Tomando mi cena en el mesón, el Capitán Clarós y su asistente entraron por la puerta, me saludaron y se fueron a sentar con otros clientes en una mesa al fondo, cerca de un fuego encendido bajo una gran chimenea. Cuando terminé, el cabo vino hacia mí y le pidió el honor de que compartiese un licor con el capitán y sus acompañantes.

El capitán me dio la mano y me presentó al resto de la gente de su tertulia. Además del cabo, se encontraban con él el alcalde del pueblo, el médico, el maestro y dos curas católicos, uno viejo y otro joven. “Las fuerzas vivas del local” pensé. Agradecí el convite y traté de mostrarme muy reverente con los curas, recordando las siniestras historias que me habían contado en Francia sobre la Inquisición Española.

El propio capitán se encargó de explicar a sus contertulios un resumen discreto de lo que yo le había declarado sobre mi historia. Cuando terminó, el alcalde o regidor, Señor Borí de nombre, un hombre de aspecto hidalgo y muy amable, me dio la bienvenida a su pueblo y me dijo, francamente, que, aunque mi petición de asilo en España dependiese de lo que decidiesen las autoridades superiores, podía, entretanto, relajarme y disfrutar de Campodrón y de sus gentes.

 

Añadió que era fácil ver como la mayor parte del pueblo había sido incendiada por las tropas del general Dagobert durante la última guerra contra la Convención, cuando el rey Luis XVI fue guillotinado, pero que, después, el rey de España había firmado la paz con Francia en Basilea y que ahora hasta colaboraban contra el peor enemigo de ambos, que eran los marinos de guerra y corsarios ingleses. De todas maneras, si yo era un italiano, me consideraban como de la familia, pues ya veía lo bien que podíamos entendernos en catalán.

El alcalde llenó mi vaso con un licor dorado y me dijo: -Para mejor darle la bienvenida, Señor Masetti, acepte esta bebida que todos nosotros apreciamos mucho, a ver qué le parece.-

Yo la caté en su olor, primero, y en un sorbo degustativo después. –Mmmm...- dije- ...Bocatto di cardinale… ¿De qué está hecha esta delicia?-

-No de cardinale, precisamente, amigo, más bien de fraile… Ésto es un licor de monasterio, llamado Ratafía, una receta artesanal que pasa de padres a hijos, en muchas zonas al pie de los Pirineos catalanes y aragoneses ...Pero la leyenda dice que nos llegó desde un monasterio benedictino italiano, allá tan lejos como el año 1000. Su nombre viene del latín Rata fiat….”Así sea” pronunciado a la hora de elevar las copas de licor para brindar.-

-Increíble. Rata fiat, señores.- Dije brindando con ellos- ¿Y de qué está hecho este licor?-

 -Bueno, cada familia le va añadiendo sus secretillos –dijo el alcalde.- Pero éste es de una gente que conozco, y me dijeron que la elaboran a base de guindas, aguardiente, canela, menta, nuez verde, también puede llevar  clavo de olor, corteza de limón, rama de zarza y hasta flor de clavel rojo... todo macerado sobre una base de aguardiente de uva, claro está, y tenemos muy ricas variedades de uvas en nuestra región.- 

El cura mayor, el padre Miguel, añadió luego, ya creado un cordial ambiente, que aún me consideraban más de la familia por ser un italiano de los antiguos Estados Pontificios y por haber sido tan afectado en la pérdida de su familia y en sus sentimientos patrios por la invasión francesa. Con mucha diplomacia y respeto, me preguntó si todavía pervivía en mi espíritu un poco de mi catolicismo familiar, a pesar de haber convivido con todo el proceso de la Revolución.

-No un poco, sino un mucho, padre -Respondió yo con sinceridad-. Yo aprendí lo mejor de mí en una familia bien cristiana. Bien es verdad que, cuando era más joven, me dejé fascinar por los cantos de sirena de la Revolución, que pretendía un mundo más libre, más igualitario y más fraterno, Pero en lugar de libertad tuvimos que aguantar la dictadura de un Estado de lo más tiránico, impositivo y sanguinario…

En lugar de igualdad vimos, simplemente, que el poder había cambiado de manos, pero que la inmensa mayoría de la gente tenía que seguir soportando una terrible carestía, impuestos más pesados que en el tiempo de los reyes y una continua leva obligatoria de los jóvenes del pueblo llano para que fuesen a servir de carne de cañón en las muchas guerras interiores y exteriores, dirigidas por la nueva clase dominante, que raramente moría en ellas y que siempre se llevaba la parte del león en el botín conquistado.

En cuanto a la fraternidad… eso ha sido lo más decepcionante para mí, señores, mi concepto de fraternidad estaba hecho, ahora me doy cuenta, de todo lo que yo había mamado del mensaje amoroso de Jesús, que no hacía distinciones entre los hijos de Dios, y que fustigó muchas veces la hipocresía y el fanatismo de fariseos, escribas y rabinos, que se sentían los representantes y hasta los maestros de la máxima moralidad. Durante la Revolución, la fraternidad se entendía exclusivamente entre los revolucionarios, entre los que, de ellos, pensaban igual, vamos, el resto eran gusanos a eliminar…

…Pero ni eso, enseguida pude ver como los propios revolucionarios se erigían en virtuosos dictadores del pensamiento único política y civilmente correcto, en fariseos de la moral revolucionaria de cada momento, y se ensañaban más en cortar las cabezas de sus antiguos hermanos de ideología, en una enloquecida lucha por el poder, que las de los pretendidos reaccionarios o contrarrevolucionarios…-

Cuando callé, toda la mesa me acompañó un rato en su silencio melancólico.

-No crea usted que ha sido el único en decepcionarse.- Habló ahora el maestro de escuela- Todos los que estamos sentados aquí ahora, y muchos otros españoles, tuvimos un día esperanza en que las nuevas ideas que aparecieron, primero con la Ilustración y después con la Revolución, podían llevarnos a mentalizar y luego desarrollar un nuevo modelo de sociedad que mejorase aquel en el cual nacimos y nos criamos. Pero luego las obras de los hombres nos decepcionaron, igual que a usted…

…El fin es apenas un ideal, pero no es cierto que justifique a los medios, a las obras. No importa lo que yo piense u opine, lo que va a afectar de forma positiva o negativa a mi mundo, a mi gente, son las maneras en las que yo voy a intentar alcanzarlo sobre la práctica, sobre el mundo material y sobre la vida de las personas que me rodean. Mi comportamiento en esa práctica es lo justificable o no justificable, y no mi intención o mi objetivo.-

-Sin embargo yo creo que aún debe ser posible una mejor manera de hacer las cosas- dijo el cura joven, el Padre Diego-. Se trataría de encontrar la síntesis de lo mejor de las viejas y de las nuevas ideas, en lugar de desechar unas u otras en bloque. Si hay nuevas ideas es porque responden a una demanda de nuestro tiempo. Si entramos por nosotros mismos en una verdadera justicia y fraternidad, como una pacífica evolución del mensaje de Jesús, evitaremos que nos llegue desde fuera o desde una crisis una violenta revolución anticristiana, como la que hubo en Francia.-

-Bueno padre- respondí yo, teniendo mucho cuidado con las palabras que usaba-, el pueblo francés ha tenido, en todas sus clases y estamentos, una educación tan cristiana como los españoles o los italianos. No ha sido, en realidad, una revolución anticristiana, sino una revolución anti-aristocrática y anticlerical, porque los reyes, los nobles y el clero vivían en la presunción de ser cultos y refinados y dueños de la moral, de la verdad y del país, sin pagar impuestos por ley, y el resto del pueblo era menospreciado por pobre, ignorante y vulgar... Y no era dueño de nada, ni de las tierras que trabajaba. Se mataba a trabajar para pagar impuestos y, lo que le quedaba, no le llegaba para sustentar a su familia.-

Se produjo un silencio en la mesa que pareció apoderarse del mesón todo. En aquel momento, Sofía, me arrepentí inmediatamente de haber hablado y me vi a si mismo en la cárcel, o quemado en una hoguera, o, en el mejor de los casos, expulsado del país.

Pero el silencio se rompió como un nubarrón cargado de lluvia que se descarga en un diluvio, y todos se pusieron a discutir apasionadamente con todos, y ninguno conmigo. Entonces me sentí aliviado. Había tocado con el dedo en la llaga del problema, más allá de la falacia de las ideologías, y los españoles no tenían más remedio que reconocerlo, y cada uno veía una manera de solucionarlo de forma práctica, pero las posibles soluciones volvían a convertirse, inmediatamente, en humareda relampagueante de discusiones ideológicas que sólo enfrentaban y dividían a todos, pero no resolvían nada.

Me di cuenta de que no podía dejar que la noche acabase en aquella agria y estéril confusión sin esperanza, porque si no, todos me iban a recordar como un agente provocador. Así que, al cabo de un rato, llamé la atención dando unos toquecitos en mi vaso con una cucharilla y, cuando todos callaron y me miraron, lo levanté y dije:

-Señores, estoy muy contento y muy honrado de haberles conocido. Me doy cuenta de que los españoles son un pueblo cristiano, inteligente y noble, que encontrará la manera de resolver la cuestión clave de distribuir con justicia las cargas y las riquezas del país entre toda la comunidad nacional, sin dejarse arrastrar por los extremistas que, infortunadamente, convirtieron esa cuestión práctica en una guerra civil, en un pueblo tan racional como el francés. Brindo por la gentileza española y les agradezco mucho por haberme acogido en ella. ¡Rata fiat!-

-¡Rata fiat!- Corearon todos brindando. Y, a partir de ahí, el resto de la noche transcurrió en la mayor alegría y cordialidad.

En los días siguientes, que fueron muchos, yo me encontraba todos los  atardeceres con el grupo de contertulios, cultivando cada vez más su amistad y confianza, pues me daba cuenta que aquellas personas podrían ser mis valedores en el nuevo país, a medida que nos fuéramos conociendo. Pedí al capitán Clarós que me permitiera tomar unas muestras de miss productos, y les ofrecí una degustación en el mesón, que mucho apreciaron.

Después de la degustación todos se volvieron mucho más alegres y comunicativos de lo que normalmente parecían los hispanos, que ya lo eran mucho sin mayores estímulos. Aún les serví un "Canopa Don Sixto", repotenciado para aumentar la soltura y la locuacidad, y les tiré de la lengua en el momento oportuno, en plan extranjero ingenuo e ignorante, sobre el tema de la monarquía española.

No demoraron en conformarse con libertad cuatro tendencias bien claras, incluso apasionadas, entre los contertulios: En un arco de derecha a izquierda (siguiendo el modelo asambleario francés), los ultraderechistas de la montaña, como resultó ser el médico, estaban muy nostálgicos de cuando España era primera potencia mundial, en el tiempo de los Austrias.

Deploraba que, con la llegada de los Borbones, además de subyugarse la política exterior a la dictada por los descendientes franceses del Rey Sol, que era nefasta, se hubiesen apagado las libertades y fueros que diferenciaban los antiguos reinos o condados de las Españas, especialmente en Cataluña. 

-Nuestras alianzas con Francia sólo han servido, toda la vida, para fortalecer a Francia a nuestra costa. -Decía el doctor-. Al mismo tiempo que nuestras élites se contagiaron con el virus del afrancesamiento, también han ido contaminando de indiferencia lo que era el alma sana del pueblo español: su insobornable catolicismo.-

En la derecha del centro, o de la llanura, el alcalde, el cura viejo, había la opinión contraria: Los Borbones, sobre todo el gran Carlos III, a pesar de las pérdidas territoriales, habían traído un muy necesario soplo de modernidad ilustrada y de enciclopedismo, al tiempo que supieron orquestar, dirigiendo a buenos ministros, la organización centralizada necesaria para seguir manteniendo cohesionado un imperio universal tan vasto. 

Bien era verdad que el buen rey Don Carlos IV había regresado a un  cierto absolutismo en su manera de gobernar, parando las reformas para proteger al reino del desarrollo de locuras revolucionarias como la que ensangrentó Francia, pero que, a medida que las cosas fueran volviendo a su equilibrio en el país vecino. El rey, que era un buen padre para sus súbditos, seguiría en su talante abierto y modernizador, protector de las artes y las ciencias, y cada vez más pacífico y tolerante.

A la izquierda del centro, el maestro reconocía que el rey tenía buenas intenciones, pero que las demandas de esta época exigían una constitución parlamentaria, tal como la británica, que cambiase un absolutismo que legisla, juzga y gobierna por medio de validos, por una efectiva separación de poderes: un legislativo formado por diputados elegidos por sufragio censitario, un judicial independiente que cuide de que se hagan las leyes de acuerdo a un contrato social y se cumplan, y un ejecutivo formado por ministros elegidos por aquellos que pueden votar.

... Así, le quedaría al rey la única misión de mantener la unidad de los distintos reinos hispánicos bajo su dinastía, el respeto a la religión y a las buenas costumbres (pero sin la censura de la Inquisición, que ya de poco servía), y la facultad de poner orden y equilibrio, si el parlamento de los representantes de los ciudadanos libres o el gobierno y sus ministros incumplieran sus programas o se polarizasen demasiado.

En la ultraizquierda montañesa de la mesa sólo estaba el joven padre Diego, con el que el Padre Miguel, claramente de centro-derecha, discutía más divertido y paternal que enfadado, pues sabía, por experiencia propia, que era natural que un joven que no conoce el mundo, sino un ideal presuntuoso y moralista de mundo, tuviese tendencias radicales. 

El Padrecito Diego llegó a decir, igual que luego dijiste tú, Sofía, que si Cristo regresase, hubiera expulsado a trallazos, tanto de la Iglesia como del Estado, a los fariseos hipócritas, junto a los Pilatos que se lavan las manos ante los sufrimientos del pobre pueblo ovejuno. 

Tanto el capitán como el cabo conversaban y opinaban con todos, pero dejando bien claro que militar era militar y que, ante eso, sus preferencias políticas se volvían secundarias.

El Padrecito Diego sí que anhelaba una Revolución en las Españas de todas las orillas de los océanos, pero una Revolución del amor, que trajese verdadera libertad y cultura para la plebe ignorante y manipulada, igualdad en dignidad como la de los primeros cristianos, y la verdadera fraternidad predicada por quien dijo "ama a tu prójimo como a ti mismo, porque todos somos hijos del mismo padre".

Al final de la velada, después de todos despedirse, invité al capitán Clarós a dar un paseo por el pueblo antes de cada uno irse a dormir, y ambos acabamos conversando sobre el bello arco del puente que cruzaba el río, espejo brillante bajo la luna. El capitán me dijo que las mismas cuatro tendencias que había observado, y sus variantes, también se encontraban representadas dentro del ejército, aunque él confiaba que ningún buen militar permitiría que sus opiniones personales prevaleciesen sobre su juramento de servicio incondicional al rey y la patria hasta la muerte y obediencia a la jerarquía legítima, sin cuestionarla, y que, si no, no sería militar de verdad, ni habría orden en su vida ni en su mundo.

 Clarós me contó sus experiencias en la guerra contra la Convención, entre 1793 y 1795, que los catalanes llamaban la Guerra Gran. Tras la prisión de Luis XVI, que el valido anterior del rey de España , un ilustrado, no fue capaz de rescatar, Manuel Godoy lo sustituyó como  hombre de toda su confianza, al frente del  gobierno. Pero Godoy tampoco pudo impedir la obscena ejecución del rey de Francia, que parecía una blasfemia contra todo lo sagrado. Entonces,  firmó con el Reino de Gran Bretaña su adhesión a la Primera Coalición que debía vengarlo.

-La primera parte de la Guerra Gran nos  fue muy bien, pero ante una terrible falta de medios que Godoy no fue capaz de suplir -decía- , y una vez 
Perdido nuestro general,  y muertos los dos jefes que le sustituyeron, uno tras otro, las tropas francesas de Dugommier, tras ganar varias batallas, nos acabaron echando del Rosellón, y penetraron en Cataluña, las provincias vascas y Navarra, llegando hasta a ocupar, para nuestra vergüenza, casi todo el margen norte del río Ebro.
Viendo que Francia era más fuerte de lo que parecía y asustado ante la posibilidad de que vascos, navarros y catalanes se separaran de España durante su mandato, porque Francia quería quedarse con los territorios ocupados, Godoy firmó por separado con la Convención la Paz de Basilea. 

Yo creo que no conocía para nada a los catalanes, que sabíamos muy bien, por experiencia histórica, que el centralismo francés, ya realista o revolucionario, es más temible para nuestras libertades que el centralismo español, como demostraron después de que se anexionaron el Rosellón.-
  
-¿Cuándo fue esa anexión, capitan? -Preguntó Gaspare.

-En tiempos de nuestro rey Felipe IV, que perdió muchos territorios en Europa frente a Luis XIV de Francia. El Rey Sol. A pesar de lo pactado con él en la Paz de los Pirineos, prohibió los fueros catalanes en el Rosellón anexionado, y hasta el uso del catalán en documentos legales, so pena de invalidarlos.-

-Sí, Señor Masetti-, seguro que hubiésemos resistido y recuperado el terreno. Y los vascos y navarros, seguro que también.- Afirmó el capitán con fuerza.
-A cambio de terminar con la guerra, y de recuperar los territorios ocupados de este lado de los Pirineos, el rey cedió a Francia la riquísima parte hispana de la isla Española en el Caribe, un emporio de azúcar, sin importarse por sus habitantes, reconoció a la República Francesa y normalizó las relaciones comerciales. Al retirarse, los franceses quemaron muchos pueblos españoles de la frontera, entre ellos, éste donde estamos. A mí me enviaron para defenderlo mientras se reconstruía.

A raíz de aquella chapuza, Godoy obtuvo el rimbombante título de "Príncipe de la Paz", a falta de una victoria en la guerra. Pero además quedó muy mal con Portugal y con las otras monarquías contrarrevolucionarias, porque sólo las informó de su  tratado unilateral cuando ya lo había ratificado. De no haber sido por aquello, hubiésemos seguido unidos con las otras monarquías, hasta sacar del poder en Francia a aquellos asesinos de reyes, nobles y curas, que, aún después de Robespierre, continúan siendo un virus de radicalismo y polarización muy contagioso.- 
 
Al cabo de bastante tiempo en Campodrón, el capitán Clarós me comunicó , por fin, que mi solicitud había sido aceptada y que el gobierno me concedía un permiso de residencia provisional por seis meses, prorrogable a un año, en el plazo del cual tendría que tener claro el tipo de negocio que querría desarrollar, dónde y en compañía de quién, para poder obtener mi licencia, por la cual habría de pagar.
Por de pronto, tenía que abonar un impuesto razonable por los productos que había introducido en España y se me recomendaba que fijase cuanto antes una primera dirección residencial en el país.

El alcalde me hizo llamar y me dio una carta de recomendación para un pariente suyo, llamado Genaro Borí, que vivía en Barcelona, y se dedicaba a la comercialización de aguardientes y licores. -Vaya a verle de mi parte, tal vez pueda darle las mejores indicaciones.-Me dijo.

La última noche en Campodron, me despedí de mis primeros amigos españoles con gran cordialidad y otra degustación de mis más especiales licores. Durante ella, se comentó mucho que el Directorio Francés había enviado en mayo al general Napoleón Bonaparte  a la loca aventura de conquistar Egipto, Siria y Persia, tal como un nuevo Alejandro Magno, con el fin de estrangular el flujo de materias primas entre la India e Inglaterra y arruinarla, ya que no tenía el suficiente dominio naval necesario para conquistar la Gran Bretaña. 

Varios de los contertulios comentaban que, más bien, los politicastros del Directorio le tendrían tanto miedo a Napoleón Bonaparte, que le aprobaron su proyecto de  aquella expedición megalómana, costosísima  y absurda, sólo para mantener al ambicioso corso lejos de sus intrigas por el poder, para lo cual habían comprometido una buena parte de la flota francesa, más de trescientos navíos, sumados a las flotas de varias de sus repúblicas títeres italianas y mucha infantería y artillería, a lo que sumaron un millar de civiles y centenar y medio de sabios, para que estudiasen el Egipto Antiguo, que estaba de última moda en París. 

Salimos juntos del mesón y el capitán Clarós me acompañó hasta la posada. Por el camino, le pregunté quién creía que ganaría, en la disputa entre franceses e ingleses.

-Ganarán los ingleses, seguro -respondió él-, porque son una isla, sus murallas son sus flotas y no paran de invertir en construirlas y mejorarlas. Y tienen un pueblo realista, muy trabajador, disciplinado, tenaz y con genio comercial. 

Los franceses, por lo contrario, son un pueblo continental, mucha gente, muy agresiva, país grande y rico, rodeado de enemigos, que se alzarán siempre contra ellos, contra su prepotencia y su soberbia, como muchos enanos contra un gigante, en cuanto muestren un momento de debilidad. Además, tienen una élite demasiado vanidosa y, como tal, obsesionada por que la identifiquen con la última ideología de moda, cuanto más extremista mejor, o su contraria extrema, y eso divide a cualquier potencia, más que la une.

 Los británicos, por lo contrario,  son siempre más británicos y flemáticos que Whigs o Tories. Hicieron su revolución más o menos democrática ciento cincuenta años antes que la francesa; sin tan alto grado de barbarie, son capaces de sopesar más de un punto de vista y ya mostraron hace tiempo que no confían en ideologías fanáticas ni puritanas, salvadoras del mundo.-

-Si usted tiene esa opinión tan favorable a los ingleses -pregunté yo- ¿Cómo le irá a España en su disputa con ellos?-

-Yo pertenezco al ejército de tierra y sobre la tierra no les tengo ningún miedo. Es más, estoy seguro de que a los discretos ingleses jamás se les ocurriría invadir España; no son como el gallo francés, que cree que el sol sale para oírle cantar. Nuestra pugna de siglos no se resolverá en la tierra, sino sobre el mar.  Nosotros hemos tenido la mejor Marina del mundo, pero ahora ellos llevan la delantera.

Para tener y mantener una buena Marina se necesita una excelente administración del presupuesto del Estado, lo cual es muy difícil, o dar libertad a los emprendedores para que ellos mismos compitan por mejorarla.  

Cuando los españoles tuvimos un  ministro excelente, como lo era el marqués de la Ensenada, que hizo todo lo posible por promoverla,  los británicos lograron su destitución  por parte del rey en 1754, a causa de una serie de intrigas en palacio. La razón fue su actuación al margen del monarca, que se quería mantener neutral, porque Ensenada pretendía preparar en La Habana una flota dispuesta a asaltar las posesiones inglesas de Campeche y Belice.

Cuando Roma pasó de expandirse a defender lo que tenía, comenzó su decadencia. No hay manera, amigo Gaspar, de mantenerse neutrales frente a dos potencias que quieren crecer a nuestra costa. Nuestro problema es que a quienes dirigen España y nuestra economía, parece gustarles más el fasto presumido y centralizador de los franceses que la discreta y medida administración o el libre comercio de los ingleses.-

-Alguien me dijo una vez, capitán, que lo único que podría conservar la grandeza de la civilización española sería volverse como franceses, y franceses bien modernos y progresistas.-Me atreví a decirle yo, queriendo dar bien a entender , por mi gesto y tono, que yo no tenía por qué compartir aquella opinión.

-No lo creo, Gaspar, estoy seguro de  que lo único que puede conservar la grandeza de cualquier pueblo, civilización o persona, es dejar de compararse con los demás, reconocerse en lo mejor de si mismo que siempre ha sido y no perder jamás esa buena guía ni bajar la guardia. -Respondió el militar, ofreciéndome su mano y una sonrisa, para despedirme con todo afecto.



Cuando Gaspare llegó con su carro a Barcelona, encontró una ciudad hermosa, rodeada de murallas, extendida entre el Castillo de Montjuich, que la protegía de invasores extranjeros que llegasen a sus costas, y el gran pentágono fortificado de la Ciudadela, edificado para controlar las  rebeliones de su oligarquía contra la Corona. 

Frente a ella acababa de abrirse un gran jardín público, llamado Paseo Nuevo o de la Explanada. Gaspare escuchó que, a causa de la guerra contra Inglaterra y el bloqueo, el capitán general de la ciudad había mandado construirlo con el objetivo de dar trabajo a gran parte de la.población que había quedado desocupada, por causa de la paralización del grueso del comercio marítimo.  

A pesar de la guerra en el mar, el Paseo estaba lleno de gente bien vestida tomando el sol y departiendo de forma muy animada, ya sentados en los bancos de piedra y hierro forjado, ya deambulando a pie por tres avenidas, o luciéndose en otras dos los coches de lujo y jinetes, mientras discurrían por las de los lados los carruajes de carga. El paseo central  estaba decorado con cuatro fuentes que representaban personajes mitológicos, muy lindas de admirar para el numeroso público.

Masetti estaba encantado con la belleza de Barcelona, magnificada por la espléndida luz mediterránea, que invita a la población a vivir en la calle, la que mucho había disfrutado en Niza desde los 20 años, y no tanto en Marsella, donde le tocó vivir un período convulso, en el que no era muy prudente salir de casa.

Gaspare no estaba muy seguro de cómo dirigirse a las personas en España. Había un tratamiento de don, que antecedía al nombre de pila, que en principio, parecía reservarse para las personas que tenían ejecutoria de nobleza. Desde Campodrón, leía libros y revistas para aprender español, y encontró que, en 1611, el rey Felipe III mandó que el uso del don estuviese limitado a obispos, condes, mujeres e hijas de los hidalgos y los hijos de personas tituladas, aunque fuesen bastardos. Pero medio siglo después, cuando los monarcas españoles necesitaron aumentar sus ingresos, pusieron en venta tanto los títulos de hidalguía como el derecho al uso del don y doña. 
Por real cédula del 3 de julio de 1664 se estableció que su costo sería de doscientos reales por "una vida", de cuatrocientos por "dos vidas" y de seiscientos "a perpetuidad". En no pocos casos incluía un escudo de armas. Un poema famoso decía que "poderoso caballero es don Dinero".

Sin embargo, la mayoría de los españoles parecían usar el don, en el lenguaje coloquial y no escrito, para transmitir consideración o afecto a cualquier persona a quien se quisiese mostrar respeto, ya por ser instruida o de edad avanzada, aunque fuese un pechero, es decir, un ser de condición plebeya, que estaba obligado a la infamia de pagar impuestos al Estado so pena de castigo. También dejaban de usarlo cuando uno se dirigía a un amigo de mucha confianza, o más joven que uno. En la duda, Gaspare decidió tratar de don a cualquiera que le mereciese respeto, sin ser un muchacho o un niño, y nadie le reclamó por ello jamás.

Don Genaro Borí le recibió en su despacho, en un enorme almacén cercano al puerto, con muchos empleados y gran actividad, todo aromatizado por los cientos de toneles y barricas de aguardientes y licores de todas las variedades que comercializaba. Y muchas otras mercancías.
-Viene usted muy bien recomendado, joven, pero yo no tengo nada que ofrecerle en Barcelona, por ahora. Mi negocio ya está bien encaminado aquí desde hace más de diez años, a pesar de la mucha competencia... No necesito a nadie más. 
...Sin embargo, podría darle una carta para que se presentase usted, si quiere, en Vigo, a mi señor primo, don Buenaventura Marcó Del Pont y Borí. Allá sí que puede haber campo para una fábrica de licores y, si a mi primo le pareciese bien asociarse con usted, nadie tan influyente como él para conseguir la licencia de fabricación y venta, que en otras regiones está dificilísimo que se la concedan.-
-¿Vigo, dice usted, don Genaro? ¿Por dónde queda eso?-
-Justo al otro lado de España, al noroeste, hacia el Atlántico. Es un puerto muy prometedor en la costa sur de Galicia, provincia de Pontevedra, que es la de mayor densidad de población en España en este momento. Hay muchísimo que emprender por allí.-
-¿Un puerto en crecimiento en el Atlántico? ¿Hay industrias allá?-
 - Cada vez hay más. Mi primo Buenaventura fue el primero de nuestro pueblo de la provincia de Gerona, Calella de Palafruguell, que decidió instalar en Vigo una fábrica de salazones hace unos cuarenta años, allá por 1758, cuando aquello no era más que un villorrio donde vivían unos quinientos pescadores rústicos, pero situado en una excelente bahía, muy bien abrigada, larga y profunda.
Buenaventura está tan rico ahora que hasta presta dinero al rey... detrás de él se marcharon para allá muchos otros emprendedores de nuestro pueblo, porque ya casi no se encontraba sardina en el Mediterráneo. Allí sobraba, y él les ayudó. Y otros muchos ampurdaneses y otros catalanes también fueron. Ahora es un polo de progreso, con más de dos mil habitantes, autorizado a comerciar con todos los puertos de ultramar... Y mi primo es quien más manda.- 

-¿Sólo dos mil habitantes?- Se decepcionó Masetti- Eso es apenas un pueblito.-

-Un pueblito que se va a convertir en una ciudad importante antes de que usted alcance mi edad, joven. Marina, pesca, industria, comercio, intercambio con las Indias, una ciudad de empresarios y trabajadores de lo más pujante, donde se puede adquirir terrenos urbanos a la mitad de precio que aquí ¿Cuántos años tiene usted? ¿Treinta? Tiene usted treinta más para hacerse un hombre rico en un polo de desarrollo como Vigo. Si se estableciese en Barcelona, estaría bien apretado y no pasaría de un tendero más, en todo ese tiempo.- 

Masetti se lo estaba pensando. ¿Cuánto había progresado en Niza o Marsella haciendo de simple productor para que Masséna comercializase? Sintió al abuelo Sixto dentro de sí, animándolo a ser su propio señor antes de los cuarenta.

-...Mire, Gaspare- insistió don Genaro-, mi primo y otros empresarios de Galicia me envían sus productos en sus barcos, y yo les doy salida aquí. A la vuelta, los cargo de cuanto se produce o comercializa en Barcelona, y todo se vende muy bien allá, o ellos lo envían a las Indias, junto con sus propias producciones, cuando pueden organizar una flota respetable. 

En tres días salen dos de los barcos que estoy cargando, que no le tienen miedo a los ingleses y que se apoyarán mutuamente. Le ofrezco ir en uno de ellos con un excelente capitán, avezada tripulación y muy buenas defensas.

...Si lo desea, colabore desde esta misma tarde con el sobrecargo del "Santa Victoria", señor Puime, a supervisar y cuadrar el inventario y a hacer que el embarque aproveche bien el máximo de espacio disponible, y yo le convido a ir y echar un vistazo a Galicia. 

No le voy a ofrecer pagarle, pero le daré pasaje y manutención gratis y puede pedirle al contramaestre, señor Fontán, para encajar a bordo su carro y sus caballos, siempre que me haga un buen trabajo y que ayude luego a bordo en todo lo que le pidan el sobrecargo Puime y el señor Quinteiro, secretario de mi primo, el armador del barco. En Vigo tiene un joven como usted un gran futuro, si es trabajador y valiente.-

Gaspare miró al mapa que  cubría la pared a espaldas del señor Borí y pensó rápidamente: Si iba hasta Vigo navegando, tendrían que bajar por todo el Mediterráneo español hasta el Estrecho de Gibraltar, y cruzar luego el Golfo de Cádiz, pasar el Cabo de San Vicente y toda la costa portuguesa de sur a norte, corriendo siempre el riesgo de ser cañoneados o apresados por los ingleses, pero entraría desde el primer momento en contacto con el poderoso empresario, hasta habiendo trabajado para él, ya que el navío era suyo. Por lo contrario, si iba por tierra en su carro cruzando España de este a oeste...

-No dirigiría esta empresa si no tuviese un buen "seny", es decir, no dejaría que salieran estos barcos si tuviese certeza de un exceso de probabilidades de perderlos, por tener un mal encuentro con fragatas inglesas.- Dijo don Genaro, que debía adivinar lo que pasaba por su cabeza.- Puede estar tranquilo, el grueso de la flota británica debe estar concentrada en intentar pescar a la francesa en Egipto o Palestina, que es por donde andará el tan peligroso general Bonaparte, en este momento.-

Masetti dejó de pensar. Aceptó la oferta, agradeciendo, y esa tarde se puso a trabajar de forma intensiva en el inventario de don Genaro, junto al señor Puime, siendo que inventariar era tema al que ya estaba de sobra acostumbrado, aunque, realmente, aprendió muchas cosas nuevas del sobrecargo y del contramaestre, en cuanto a las maneras correctas de distribuir la carga en un buque.



CONTINÚA MAÑANA

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