sexta-feira, 16 de julho de 2021

57 - LA MASACRE

Fue en marzo de 1796 cuando Napoleón Bonaparte había sido nombrado por el Directorio comandante en jefe del ejército francés en el frente italiano, el cual llevaba luchando desde cuatro años antes contra las tropas austriacas y piamontesas de la Primera Coalición. Los franceses, después de haber  tomado Niza y toda la costa mediterránea y, en un rápido avance, derrotar a los ejércitos de Piamonte-Cerdeña y sus aliados imperiales en media docena de batallas, pusieron bajo asedio al castillo de Milán y a Mantua, el principal bastión austríaco. 

Napoleón aseguró las zonas de mayor importancia estratégica mientras tanto él como el enemigo esperaban refuerzos. Con los primeros que le llegaron del ejército de los Alpes, se puso a aterrorizar al resto de estadillos italianos cercanos, para convencer a sus élites de que les convenía someterse, mientras confiaba en que los burgueses progresistas de las ciudades se pondrían de su parte e instigaba sus revueltas contra las noblezas u oligarquías del viejo régimen.

En el verano del mismo año, el Papa se quedó sin aliados. Una vez paralizados el reino de Cerdeña, Nápoles y Génova, Napoleón ordenó a  Pierre Augereau cruzar la frontera con los Estados Pontificios, hasta entonces neutrales.  

El general Augereau avanzó con sus tropas hacia Bolonia desde el río Mincio, por Borgo-Forte, siguiendo la carretera que pasaba precisamente por Crevancole. 

Tres órdenes tenía: La primera, peinar la Emilia-Romaña, la tierra natal de Masetti,  a fin de abastecer a su ejército de todo cuanto necesitase, arrebatándoselo sin misericordia a los campesinos, tal como era el procedimiento habitual del Corso para avanzar rápidamente, con gastos mínimos de intendencia y estimulando a sus soldados con el saqueo. 

La segunda, fusilar en la hora a cualquier civil que fuese encontrado con armas en la mano, considerándolos como bandidos,  y diezmar y quemar sin ningún reparo cualquier distrito donde guerrilleros hostigasen a sus tropas, para disuadir a los invadidos de cualquier resistencia.

La tercera orden consistía en respetar al máximo a los habitantes de las ciudades, entre los cuales habría muchos burgueses ilustrados que aceptarían con gusto repudiar al Papa y cambiar el Viejo Régimen por una moderna república, hermana de la francesa. 

Muchos campesinos, apegados a sus tradiciones y azuzados por los curas a defender su religión, su patria y sus alimentos, plantaron resistencia y fueron masacrados por las tropas invasoras. Entre ellos, toda la familia de Massetti, salvo dos primos que se encontraban lejos. Muy lejos de allí, en Marsella, Gaspare sintió otro desgarro del corazón y una lúcida angustia que le confirmaron su mal presagio anterior.

También quemaron hasta los cimientos la casa familiar. Los cuerpos fueron enterrados en una fosa común por los campesinos locales supervivientes, después de que las tropas de la República se hubieron alejado, produciéndo devastación por donde pasaban.

Gaspare había escrito algún tiempo antes a Massena, rogándole que intentase salvaguardar a su familia, pero él se encontraba muy ocupado en áreas distantes y Augereu era un rival suyo a quien no podía pedir ningún favor. Cuando se enteró de la masacre no se atrevió a comunicársela, y Masetti sólo acabó recibiendo aquel durísimo mazazo en el sentimiento mucho después, a través de las personas por las que hacía llegar dinero a su familia.

Por medio de ellas mismas envió un socorro cuantioso para sus dos primos supervivientes y después intentó dejar de pensar en aquel lugar amado donde la brutal guerra había arrancado de cuajo todas sus raíces. Sin embargo, no pudo evitar indignarse cuando leyó en los periódicos que la clase media de Bolonia había recibido a Napoleón como un libertador, a pesar de que, lo primero que había hecho Augereau, al llegar antes que él y encontrar la ciudad abierta y a los burgueses y burguesas sonriéndole y vitoreándole, fue saquear el Monte de Piedad Municipal.

Napoleón anunció allí mismo ante ellos sus intenciones de entrar a Roma y de llevar igualmente a los romanos la libertad de las cadenas mentales que sometían a los ignorantes al pontífice y al oscurantismo clerical. Sin embargo, no se decidió aún, pero se anexionó las legaciones pontificias de Bolonia, Ferrara y Rávena. Dejó creada con ellas, más con Reggio y Módena, la República Cispadana (o del lado sur del río Pó), a la que dotó de su misma bandera tricolor, sólo que sustituyendo el azul de Francia por el verde. Luego regresó al norte, para seguir ocupándose del cerco de Mantua, la plaza decisiva, portal de la victoria total.

En febrero de 1797 Mantua se rendería por fin, y en mayo, Bonaparte pudo avanzar sin oposición sobre el resto de Lombardía para luchar contra los austriacos, a quienes derrotó. El día 15 entró en Milán, creando allí otra República, la Transpadana, o la del norte del Pó, que habría de acabar uniéndose a la Cispadana, para formar la República Cisalpina el 9 de Julio. 

Ante la superioridad abrumadora del ejército francés, y para evitar la total conquista de los Estados Pontificios que el Directorio demandaba (a pesar de la declarada neutralidad de la Santa Sede), el Papa Pío VI, que se había quedado sin príncipes cristianos que lo protegieran, envió al diplomático español José Nicolás de Azara a negociar un acuerdo preliminar.

 El 23 de junio de 1796 se firmó el Armisticio de Bolonia bajo las condiciones de Napoleón: Pagarle ventiún millones de escudos, liberar a todos los presos políticos, permitir el libre acceso de naves francesas a todos los puertos papales, permitir a las tropas napoleónicas la ocupación y anexión de la Emilia-Romaña y a Napoleón la elección de 100 obras de arte y 500 manuscritos de los Museos Vaticanos. 

Sin embargo, el Directorio francés, implacable, se negó a ratificar este rapaz armisticio, y forzó al máximo la extorsión, exigiendo, además, que el papa se retractase de los breves que desde 1790 había publicado, condenando las actividades revolucionarias francesas. Además de un sometimiento material, estaban exigiendo un sometimiento mental. Y una rendición del mismo espíritu.

Pío VI se negó a ello, tal como se esperaba de su dignidad y, en respuesta, Bonaparte marchó, tal como quería, con su ejército hacia Roma. Aplastó fácilmente al pequeño ejército del Papa en Faenza, obligándole a retirar sus desechos hasta Tolentino. A pesar de las órdenes del Directorio de ocupar Roma por la vía militar, Bonaparte que, consciente de su poder, empezaba a actuar con alguna independencia del Gobierno Republicano, al tiempo que cultivando su imagen futura, prefirió, mejor que parecer el huno Atila, acordar un tratado. 

En septiembre de 1797, Napoleón acorraló las ciudades pontificias más importantes. Siete días más tarde, entró triunfante en Ancona, instalándose en el palacio del marqués de Triorfi, donde convocó al vicario general, a los curas, prelados regulares y al inquisidor, a quienes dio una orden terminante: "Dedíquense a predicar el Evangelio sin entrometerse para nada en asuntos políticos". 

Entre tanto, la ciudad de Lugo, en la Romaña, provincia de Rávena, cuyos dignos habitantes quisieron resistir a las abrumadoras fuerzas de los franceses, fue conquistada y saqueada, hasta que su obispo, (que habría de ser el siguiente Papa), suplicó personalmente al general Augereau, echado a sus pies con la mayor humildad, que hiciese cesar la violencia.

Al año siguiente, las tropas del general Louis Alexandre Berthier se apoderaron de todo lo que quedaba de la Emilia-Romaña y del puerto de Ancona. El 17 de febrero, una delegación de cardenales enviados por el Papa se reunió con Napoleón para suplicar, de la misma manera, un acuerdo humillante. Así, el 19 de febrero se firmó el Tratado de Tolentino, acuerdo que obligaba a pagar otros 30 millones de escudos sobre lo anterior, para evitar la ocupación militar de Roma.  

Bonaparte explicó en una carta al Directorio la razón por la cual había decidido no marchar sobre Roma:

-"Treinta millones valen para nosotros diez veces más que Roma, de donde no hubiésemos sacado ni cinco millones... Y esa vieja máquina se descompondrá ella sola."-

Además de entregar su dinero, diez millones de libras tornesas en especie y 5 millones en diamantes, que deberían pagarse antes del 5 de marzo, añadidas a las 1.600.000 restantes. Otros quince millones adicionales deberían ser pagados antes de abril, junto con ochocientos caballos y otras tantas reses… se obligó al Papa a reconocer de modo oficial la posesión francesa del Condado Venaissin y de la ciudad de Aviñón, ocupados militarmente desde 1790, junto con la cesión para siempre de las legaciones de Bolonia, Ferrara y Romaña. Y Ancona hasta el fin de la guerra, dando cierre total a los puertos de la Santa Sede para los enemigos de Francia.

Las condiciones impuestas en el tratado de Tolentino dejaron vacías las arcas y el patrimonio pontificios. Con respecto a las duras concesiones hechas por la Santa Sede, el cardenal Mattei escribiría: «Roma está a salvo, y también la religión, gracias a los grandísimos sacrificios que se han realizado».

Pero la ingenua tranquilidad en Roma habría de durar poco. El Directorio, insatisfecho con las condiciones impuestas en el tratado porque estaba  decidido a deponer al Papa destruyendo estatalmente a la Iglesia, envió a José Bonaparte como embajador a la Santa Sede, con la misión de organizar una revolución dentro de los Estados Pontificios. 

En diciembre, agentes secretos franceses agitaron a la población, provocando una rebelión en la que murió accidentalmente el general francés Duphot, hecho que el Directorio aprovechó, con toda gana y alevosía,  para acusar al Papa de asesino y reanudar las hostilidades.

Napoleón había regresado a Mantua, disponiéndose a dirigir la guerra en Alemania contra los austríacos, y dejó que otros hicieran el trabajo más sucio ante los católicos del mundo, que observaban aquel apocalipsis profundamente asombrados y avergonzados de la impotencia, la cobardía o la incapacidad negociadora de sus reyes y príncipes.

A fin de sofocar la rebelión, su principal sustituto, el general Berthier, se dirigió con sus tropas a Roma en enero de 1798. Napoleón le había transmitido la orden de apresar al Papa Pío VI, enviarlo como prisionero a Francia y comenzar a organizar la nueva República Romana en los territorios de los antiguos Estados Pontificios. Esta actuación supuso el primer intento por parte de un estado para destruir el poder político de la Iglesia. 

El propio Berthier, declaró entonces: «Toda autoridad temporal que emane del antiguo gobierno del Papa ha de ser suprimida y éste no ha de volver a ejercer jamás ninguna función semejante».

Las tropas francesas entraron en Roma el 15 de febrero de 1798, precisamente el día en que se cumplía el veintitrés aniversario del pontificado; el papa fue apresado la noche del 20, recluido en un convento de Siena y luego trasladado a un monasterio cartujo a las afueras de Florencia. Los franceses temieron que su presencia en Italia sirviera de foco para los contrarrevolucionarios, por lo que decidieron trasladarlo a Cerdeña. Sin embargo, el estado de salud del anciano no les permitió viajar por mar a la isla. 

En marzo, Pío VI, con 81 años, estaba casi completamente paralizado; fue subido a la fuerza en un carruaje que atravesó los Alpes con rumbo a Francia. 

El papa llegó exhausto a Valence-sur-Rhône, deportado en calidad de prisionero de estado. Aunque fue tratado con todos los honores, se lo privó hasta de la escolta de su Guardia Suiza, que fue sustituida por soldados de la República.  

Masetti sufrió otro gran desgarro por la destrucción de la patria en que nació. Algunos reyes y papas fueron asesinados en Europa, pero era la primera vez a lo largo de toda la historia de lo que se llamara La Cristiandad, en que uno de sus estados suprimía los Estados de la Iglesia y provocaba, al mismo tiempo, la prisión y la muerte de un Papa.  


CONTINÚA MAÑANA

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