quinta-feira, 8 de julho de 2021

23 - CELEBRACIÓN

Fondeados ante las islas, los anglos se mantuvieron dos largas semanas en ellas, sin volver a provocar enfrentamientos, en tanto que Buenaventura, sin querer hacer caso al teniente LLanza, lograba la hazaña de situar en Bouzas y Alcabre hasta ochocientos hombres y muchos cañones, la mayoría procedentes de los buques corsarios, que se quedaron, fuera de los cuatro mayores, con apenas dos o cuatro cada uno, porque sabían que no eran rival posible contra aquella poderosa armada. Al mismo tiempo consiguió que diversas columnas de refuerzos próximos de militares o de milicias fueran confluyendo hacia Vigo desde el interior de la provicia. El empresario, de ninguna manera quería ceder al enemigo su villa y sus bienes, antes de defenderlos cuanto pudiese.

Finalmente, la escuadra enemiga, que ya debiera recibir órdenes de Inglaterra, consideró que su objetivo prioritario había perdido su oportunidad, y todas las naves fueron desapareciendo hacia el sur. Sólo mucho más tarde llegaron noticias de que arribaron a Gibraltar, justo cuando acababa de declararse un brote de peste en aquel puerto.


La partida de los ingleses generó una inmensa alegría en Vigo y un incontenible deseo de disfrutar de la vida y del momento, porque nada da más felicidad a las personas que poder hacer sus vidas en paz y sin amenazas perentorias colgando sobre las cabezas como espadas.

Vigo y su vida cotidiana, tal cual era, era una fiesta. Todo el mundo corrió a reencontrarse, abrazarse y celebrar con todo el mundo, de mil maneras. La buena vida española, el verano gallego, en el que cada día varias villas o villiñas de los cuatro puntos cardinales celebraban a su patrón o patrona con campanadas, romería, feria, comilona colectiva, gaitas y danza.

Masetti entró con buen pie en la casa de la familia Sitge como amigo y camarada de Telmo, y entonces se enteró de que así como el padre de Sofía evacuara con la madre y con el resto de los hijos pequeños a Taborda, ella, junto con las otras colaboradoras del padre don Camilo, habían llevado a los huérfanos en dos carros hasta la casa campesina de una de ellas en el valle interior del Rosal, y los tuvieron allí durante las dos semanas de ocupación de las islas Cíes por la flota extranjera.

Ahora Gaspare podía llamar cuando quisiera a la puerta de los Sitge, ya que era íntimo amigo de Florencio, y no sólo compartía con él, sino con todos los miembros de la familia y, a veces, había momentos en que hasta se quedaba solo con Sofía.

Fue entonces que comenzó a descubrirla cómo persona y como universo. Su primera atracción intensa por ella había sido motivada por causas absolutamente subjetivas, extrañas a su comprensión, u ocultas. Todo aquello abría paso, ahora, a un conocimiento de una nueva persona que, en cuanto al campo magnético de lo femenino para un hombre joven, representaba, ante Gaspare, algo completamente diferente de cuanto había conocido en su pasado.

Ella no se parecía a su madre, ni sus hermanas, ni tenía que ver con sus vecinas en Italia, con la gente que conoció en sus andanzas comerciales polo mundo y desde luego con todas las mujeres que conoció después en Francia, mayormente prostitutas, aunque algunas fueran prostitutas cultas y finas, como Brigitte.

A Sofía la situaba en otro nivel, y muy alto. Al mismo tiempo ella era todo lo firme que tiene que ser una persona que cuida de un grupo de niños inuedos, imaginativa, cariñosa, carismática, fluyente, con ideas propias, y sabiendo ser determinada en el cumplimiento puntual de lo que es preciso hacer, disciplinada, valiente, sincera con consideración, bien organizada y brillante en cuanto hacía. Cada día, Gaspare descubría un nuevo motivo de elevación para su admiración por aquel hermoso ser.

Como cooperó como voluntario en la reinstalación de los niños en la casa parroquial de Teis, tuvo después la oportunidad de ver la Sofía acompañando a sus pupilos durante el programa de actividades diarias de ellos, y le pareció fascinante el trato de ella con los pequeños. Los acompañó una tarde entera, participó en sus juegos y aprendizajes y ella le pidió contar a la pequerrechada cómo había sido su experiencia de defensor improvisado de la villa que había escogido para instalarse.

Los catorce rapaciños estaban acostumbrados a arremolinarse sobre una gran alfombra con cojines alrededor de quien contara una historia, que con frecuencia eran ellos mismos, y le prestaron la mayor atención.

-Cuando yo tenía once o doce años -comenzó Masetti-, vivía en un mundo de continuas aventuras creadas por mi imaginación, y me sentía capaz de todo e inmortal. En las trincheras y barreras que construimos en la playa de Alcabre, retorné a vivir en la mayor de las aventuras, que es defender tu propia vida y la de tu gente compañera contra un enemigo poderoso y numeroso, que puede acabar dejando el lugar como un cementerio destruido y quemado.

Pero dentro de aquella aventura intensa y novedosa en la que me nombraron comandante de uno de los grupos de voluntarios que estaban allí para defender su comunidad, había el darse cuenta, con total claridad, de la propia debilidad, de los pocos medios, de mi falta de experiencia en la guerra, de la dificultad para recibir mayores ayudas, del miedo a fracasar, de la vergüenza insoportable de tener que escapar, o de rendirse, o de ser herido y quedar inválido, o de morir.

Me asombraba de que mis compañeros pudieran obedecerme, a mí, un extranjero recién llegado, colocado allí por voluntad de un gran empresario local. Venía por allí todos los días un teniente de granaderos que intentaba transmitir un mínimo de organización e instrucción militar a los milicianos, y daba órdenes sin explicaciones previas y sin la menor duda de que serían obedecidas ya.

Por lo contrario, yo decía cualquier cosa a mis supuestos subordinados y lo decía cómo preguntando si estaban de acuerdo o si alguien tenía una idea mejor y, cuando yo, después, entendía lo que todo el mundo quería hacer y daba la orden de hacerlo, todo el mundo me obedecía hasta el cumplimiento.

Defender una posición contra una escuadra poderosa armada de muchos cañones implica un gran trabajo. Tuvimos que cavar trincheras profundas junto a las rocas y protegerlas con parapetos de innumerables sacos de arena. Estábamos trabajando todo el día, vigilando, cuidando la higiene para evitar enfermedades, y manteniendo una continua comunicación con el resto de los grupos de defensores o centinelas de Bouzas o Samil. Veíamos allá enfrente, a toda hora, el mar de velas del enemigo o sus luces, y estudiábamos cualquier movimiento suyo. Cuidábamos, de forma muy responsable, de no ser sorprendidos en la noche o al amanecer.

En medio de toda aquella actividad coordinada y atenta, se llenaban, con todo, nuestras mentes de todo tipo de pensamientos, útiles y constructivos; o inútiles, perniciosos, destructivos. Los más destructivos mostrándote lo peligroso y absurdo de estar metido en aquella situación, e instándote a desertar, a abandonar la defensa y a tus compañeros, a salirte de aquello y huir hacia el interior.

¿Qué es lo más importante que os puedo contar, chavales? Os contaré lo que me hacía no huir, y seguir allí al pie de los cañones, trabajando y vigilando todo el tiempo, manteniendo el ánimo y la coordinación ayudadora y útil con el resto de mi comunidad escogida.

Lo que me hacía seguir allí era un sentimiento que los españoles llaman dignidad. Cada uno de vosotros sabe que tiene un pensar y un sentir diferentes de los demás compañeros de vuestro grupo, pero hay algo que todos sentimos igual: todos queremos que se respete lo que somos y, sobre todo, todos queremos tenernos respeto a nosotros mismos. Eso es la dignidad.

Yo puedo seguir respetándome a mí mismo aunque mis compañeros no me respeten, pero sólo lo consigo si estoy seguro de que me comporté con responsabilidad, seriedad y con respeto a la dignidad de los demás. Lo que incluye no dejarlos abandonados en el momento en que necesitamos permanecer unidos para oponer mayor fuerza a algo muy fuerte que nos amenaza a todos. Me estais comprendiendo, chicos?-

Todos los niños dijeron que sí enseguida. Uno de ellos, el que parecía el más pequeño, añadió:

-No somos hermanos, pero somos una familia.-

Sofía, de pronto, se recogió sobre sí misma, inclinó su cabeza sobre el pecho y fingió que se quejaba:

- Ayyyy...Estoy sola, no tengo fuerza ni casa, ni comida ni dinero, siento miedo. ¿Quién me podrá ayudar?-

-¡Tu familia! - Gritaron los niños, y todos corrieron a abrazarla en una piña alegre y apretada.-

-¿Qué es el amor?- Preguntó ella para los catorce.

-¡Estimar, confiar y ayudar!- Respondieron ellos al unísono, pues lo tenían muy bien aprendido.- Gaspare estaba conmovido. Ella lo llamó con un gesto, y él se unió a la piña de abrazos, sin atreverse a tocarla directamente, aunque sabía muy bien que ya era aquella su familia y por qué no podía abandonarla.


CONTINÚA MAÑANA

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