quinta-feira, 15 de julho de 2021

48 - EL ESTADO Y EL COMERCIO

 En febrero de 1802 murió en Madrid el Conde de Campomanes. Buenaventura Marcó encomendó una misa por su alma y envió a sus clientes, entre ellos Masetti, una invitación para concurrir a ella, en la que se informaba que don Pedro Rodríguez de Campomanes y Pérez-Sorriba, nacido en Asturias en 1723, muy admirado amigo suyo, había sido un gran político, jurisconsulto y economista español, pero, sobre todo, un sabio integral y un patriota que había hecho cuanto pudo por modernizar España en tiempos de Carlos III, que lo nombró ministro de Hacienda en 1760.  

 Gaspare asistió, porque se enteró enseguida de que todas las fuerzas vivas de Vigo lo harían, y, efectivamente, la iglesia estaba a tope, como para el funeral de un rey, y todo el mundo, a la salida, comentaba  el gran talento que había perdido el país, y lo que hubiese llegado a hacer por él si Carlos IV no hubiese cedido a las intrigas de palacio, destituyéndolo por miedo a que ilustrados progresistas como Campomanes llegasen a propiciar demasiada gana de cambios profundos al pueblo, siendo que el rey estaba entonces en verdadero pánico ante la radicalidad de la revolución francesa.

 Una semana después, Masetti visitó a Buenaventura en su despacho por motivo de sus negocios con él y, después de tratarlos cumplidamente, el empresario le agradeció su asistencia a la misa. Gaspare le respondió que lo había hecho por respeto a su invitación, pero que, en realidad, no sabía casi nada de aquel prócer fallecido.

 Marcó del Pont le convidó entonces a tomar un café con él en el salón contiguo a su escritorio y le contó sobre Campomanes:

 -Yo necesitaría tres días para poder informarle del extraordinario talento y de la envergadura de las obras de reforma nacional que aquel hombre se atrevió a abordar, Gaspar, pero no dispongo de ese tiempo y sólo le haré una reseña: Don Pedro procedía de una familia hidalga venida a menos, pero ya de muchacho destacó en todos sus estudios. Fue profesor y un gran abogado. Se hizo famoso tras investigar y escribir un libro tan erudito sobre los Caballeros Templarios, que le valió su ingreso en la Real Academia de la Historia.

 Ganó cargos en la Administración del Estado y Carlos III, que promovía a los hombres por sus méritos y no por sus blasones, lo nombró ministro de Hacienda, lo que le permitió introducir una serie de medidas sin igual, encaminadas a la reforma de la economía española. Yo mismo, desde el Concello de Vigo, con la recomendación de la Capitanía General de Galicia, redacté y le presenté varias súplicas y propuestas que estudió, matizó y acabó consiguiendo que se aprobaran dentro de la regulación del libre comercio en 1778.   

 Aquella liberación de privilegios exclusivos de unos pocos, y de trabas e impuestos paralizantes fue fundamental para el despegue de puertos aún pequeños pero muy emprendedores, como Vigo.

 Aquello fue el comienzo de la expansión de mi fortuna, Gaspar, y el de la de toda mi generación de compañeros emprendedores. Y, desde luego, del progreso de Vigo, después de que se rompieron los monopolios y amiguismos y pudimos competir con Cádiz, Barcelona y Málaga por el comercio con Cuba, y luego con el resto del Caribe y con la Tierra Firme.

 Incluso pude enviar a Buenos Aires a mi hijo Ventura Miguel, como Síndico del Consulado de Comercio. Él sostuvo una intensa polémica, en un alegato en 1797, ante la Corona, por el libre comercio entre las provincias ultramarinas españolas y el extranjero, así como en contra de los monopolios. 

 Que Dios tenga en su gloria a Don Pedro Campomanes, amigo mío. Desde que se inventaron los estados comenzó el intervencionismo más despótico sobre los empresarios capaces de generar dinero, ya que el poder inventaba mordida tras mordida de Hacienda para lucrarse sobre nuestras ganancias, hasta conseguir desestimularnos de trabajar, o que emigremos a otro estado que nos explote un poco menos. 

 Don Pedro comprendió que sólo soltándonos un poco, dejándonos vivir y progresar, nuestro enriquecimiento y capitalización podría generar industrias y trabajo para todos y mejora de la economía de todo el país y, con ello, del mismo estado, que nunca dejará de llevarse su parte.

 Tengo mucho que hacer hoy, pero le invito a que se informe en la biblioteca, o preguntando por ahí, acerca de las valientes reformas propuestas por Campomanes. ¡Quién nos diese un nuevo ministro de Hacienda como él fue! Este país no tendría nada que envidiar a Francia o Inglaterra, Gaspar. El estado es un parásito de la gente que trabaja, que sólo genera, con el dinero que nos chupa, más y mayores ejércitos de clientes parásitos y mediocres, para que apoyen políticamente a la estructura del poder, como estómagos agradecidos que son.- 

 -Hombre, don Buenaventura... -Se atrevió a responder Masetti- Supongo que algo de Estado es necesario... ¿Quién mantendría nuestra defensa, la seguridad ciudadana, la salud, la educación, la Iglesia, las obras públicas?-

 -¡No sea ingenuo, Gaspar!- Casi rugió el señor Marcó- Todos esos servicios son imprescindibles, pero los que tenemos en España son de ínfima calidad. ¿Y sabe por qué? porque sólo una ínfima parte del presupuesto del estado los paga, después de quedarse más de la mitad de su asignado en sueldos de los administradores y funcionarios y, peor, en corrupciones varias, en distintos niveles jerárquicos.

 La inmensa mayoría del presupuesto que nos chupan no paga los servicios que el Estado nos revierte, sino que sirven para mantener con lujo a la cúpula del poder y a todos sus covachuelistas y enchufados. Le hablo así porque he estudiado los datos. Pídaselos al señor Quinteiro, que los tiene en la biblioteca. Datos, Gaspar, y son los datos en los que el mismo estado justifica oficialmente su gasto público. Imagine todo lo injustificable que camuflan. Y eso no se mejora cambiando una monarquía por una república, como en Francia. Allí hasta es mucho más obeso, controlador e insaciable el estado.-

 -¿Cómo cree que se mejora, entonces, don Buenaventura?-

 -Yo estoy convencido de que con sólo libre comercio real. Real de verdad, no intervenido, aunque acepto que haya que pagar un mínimo de impuestos al estado, para mantener una estructura que coordine a todas las regiones que conforman la nación. Pero si nos dan libertad de comercio a los emprendedores, podemos proporcionar a la ciudadanía, de forma descentralizada,  toda clase de servicios, incluso los imprescindibles que usted nombró antes, con el máximo de calidad y el mínimo de costo, que la ley de la oferta y la demanda entre las empresas competidoras acaba ajustando.-

 -Dígame cómo los empresarios de esta provincia, o los de Galicia, podríamos proveerla de  todos los servicios imprescindibles con la mejor calidad y el mejor precio.-

 -Usted sabe que ya lo estamos haciendo con los no imprescindibles -respondió-, en realidad, no hay nada más imprescindible que el alimento, y lo que ajusta su precio es la libre competencia de sus vendedores. Ahora bien, hablemos de defensa cara al exterior o de seguridad, salud, justicia, educación y respeto a la ley, el orden y la propiedad, imprescindibles, después de alimentarse, para que cada uno vivir y crecer en libertad: En lugar de pagar tantos impuestos al Estado Central, para que haga con ellos lo que quiera, cada grupo de representantes de cada concejo municipal, provincia o región haría contratos periódicos para pagar con ellos al empresario que durante ese tiempo les asegure esos servicios por mejor calidad y precio que los otros. 

 Es decir, administrar lo que contribuyen las bases de la nación de abajo arriba, atendiendo a sus necesidades en primer lugar, y no de arriba abajo de la pirámide social, como hasta ahora, de manera que sólo se le devuelven a la base los desperdicios.

 ¿Cómo? Pues por medio de un concurso promovido por los Consejos Ciudadanos locales, igual que los que sirven para hacer licitaciones de obras públicas de interés. A ver qué empresario, por la cuenta que le tiene, va a permitir en su empresa las negligencias, corrupciones o despilfarros que son usuales en el funcionamiento del aparato del estado... Si no da buen servicio al cliente, a los ciudadanos, su competencia lo sustituiría inmediatamente por incumplimiento del contrato, cosa muy difícil y larga de conseguir con los políticos que incumplen.-

 -Yo por ejemplo -afirmó Buenaventura-, además de desarrollar industrias relacionadas con la alimentación y con productos náuticos, además de desarrollar servicios financieros aquí, en Madrid y en Buenos Aires, he contribuido a organizar flotas corsarias. Usted estaba aquí cuando tomó las Cíes la flota británica... ¿Vino el ejército o la armada del rey que todos pagamos con nuestros impuestos a defender nuestra ciudad? No. Tuvieron dos semanas de tiempo, pero apenas nos mandaron dos asesores militares y un carro de granadas. Tuvimos que organizarnos nosotros mismos en milicias defensoras, con los recursos de la sociedad civil que pudimos improvisar.

 ¿Qué hubiésemos hecho si tuviésemos verdadera libertad de comercio? Pues podríamos presentarnos varios grupos de empresarios de Galicia a un concurso ante el rey, con proyectos para defender nuestras costas durante cuatro años. Además de mejores barcos corsarios, podríamos organizar la construcción, aquí mismo, en Vigo, de las mejores fragatas, navíos de línea y lanchas cañoneras, como las que tan bien protegen a Ferrol y Cádiz. 

 Una parte de nuestra producción la venderíamos a las Indias o a naciones aliadas y, la más avanzada (disponemos de expertos para intentar superar la tecnología naval del enemigo o los podemos contratar), la retendríamos para nuestra propia defensa durante los cuatro años, bien mantenida y servida, por la cuenta que nos tiene, para venderla finalmente y sustituirla por modelos más perfeccionados...

 Por mi parte, desde después de la última invasión, ya estoy preparando con un hijo mío un proyecto para fabricar fusiles y granadas en nuestra propia región. Quiero que tengamos con qué defendernos. Me gustaría poder llegar a fabricar hasta cañones, en un futuro.

 Si iniciativas como ésta surgiesen de los consorcios de empresarios locales en puertos de todas las Españas en libre competencia, a nuestros enemigos no les llegarían sus barcos para seguir bloqueando nuestras tres bases de navios de guetra como ahora, Ferrol, Cádiz y Cartagena, porque habría muchos astilleros, arsenales, bases y puertos bien defendidos en toda la península e islas, en las Indias y en Filipinas...-

 

Masetti salió del despacho de Buenaventura con todas aquellas especulaciones bailándole en la cabeza. Lo que Buenaventura le había sugerido le recordaba mucho lo que plantearan los Girondinos al principio de la revolución en Francia, pero estaba claro para él que quitarle al estado el negocio monopolista de la defensa, la guerra, la seguridad interna y la administración de la justicia, a fin de entregársela a la libre competencia de los empresarios, no le parecía una buena garantía de la necesaria imparcialidad de los jueces o de la policía, ni de que no se multiplicasen las guerras. 

 Los estados soberanos, ya monarquías o repúblicas, que ofrecían al pueblo la ilusión ingenua del patriotismo espiritual de los reyes, la nobleza, el clero o los políticos, podrían ser sustituidos por la soberanía de las más poderosas corporaciones empresariales, sólo basadas en su interés por conseguir la mayor ganancia material posible para su grupo de administradores, sin más tapujos. Tal como los españoles decían, podría suponer "salir de Guatemala para entrar en Guatepeor".

 Y recordaba muy bien como los ideólogos radicales y populistas jacobinos habían desplazado y guillotinado a los empresarios girondinos y desatado a continuación la locura del Terror, hasta que el Terror mismo los consumió, para ser sustituidos por nuevos politicastros y un nuevo intervencionismo muy corrupto del mercado.

 Tan corrupto tan descarado que, contra él, se justificó un golpe militar de un general ambicioso, luego Primer Cónsul omniabarcante que, aunque mantenía la ilusión de la Democracia Republicana, iba para dictador vitalicio y cada vez se parecía más a un monarca absoluto, un autócrata que imponía el bloqueo comercial o la invasión a las naciones que intentaban mantener su soberanía, frente a su concentración de poder y control implacable de los territorios y las masas. 

 -"Me estoy volviendo conservador" -pensó al regresar a su fábrica-. Comienzo a preferir mantener en evolución creciente lo imperfecto conocido, mejor que aspirar al experimento revolucionario de conseguir lo perfecto por conocer".-


CONTINÚA MAÑANA

Nenhum comentário:

Postar um comentário