quinta-feira, 15 de julho de 2021

49 - LA PAZ DE AMIENS

 La Primera Coalición contra la Francia revolucionaria y regicida fue la única en la que participó España. La Guerra de la Segunda Coalición comenzó bien para las monarquías absolutistas contra el gobierno revolucionario, con éxitos en Egipto, Italia y Alemania. Pero, después de ser derrotadas en las Batallas de Marengo y Hohenlinden, Austria, Rusia y Nápoles demandaron por la paz, que el Austria firmó en Luneville. La victoria del almirante Nelson en la Batalla de Copenhague, el 2 de abril de 1801 detuvo la creación de la Liga de la Neutralidad Armada.

Es decir, que ya no había posibilidad para los estados europeos, ni de no participar en la lucha de las grandes potencias, ni de armarse en bloques o individualmente contra su posible invasión por ellas. Aquella situación condujo a un alto al fuego negociado, sobre todo, porque los británicos querían conjurar el peligro de una guerra con Rusia, que, tras ser vencida por Napoleón, había pactado con él.

 Los dos hegemones en disputa vinieron a firmar en la ciudad de Amiens un acuerdo que puso fin a la guerra entre el Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda y la Primera República Francesa, al que se agregaron después, como segundones, sus aliados, España y la República Bátava. Eso fue el 25 de marzo de 1802 y, de repente, todo parecía que iba a cambiar alrededor. 

Los asuntos de Europa ya eran asuntos mundiales: Francia debía restaurar Egipto al control otomano, retirarse de la mayor parte de la península italiana y concordar con preservar la soberanía portuguesa. A cambio, Gran Bretaña devolvería la mayor parte de las posesiones coloniales francesas que había capturado desde 1794, y se retiraría de los puertos mediterráneos arrebatados a la República de las Siete Islas, establecida por Francia en las islas del Mar Jónico de Grecia. Malta debía ser restaurada a la Orden de San Juan.  Los derechos pesqueros de Terranova debían ser restaurados a la condición de antes de la guerra.  

 En un golpe traidor de Napoleón a España, el acuerdo preliminar incluía una cláusula secreta, que sólo demasiado tarde se vino a conocer, en la que la isla de Trinidad, en el Caribe, debía permanecer con el Reino Unido, que, desde allí y desde Jamaica, dispondría de magníficas bases para su contrabando... o para sus piratas. Inglaterra era como una lombriz tenia, que, situada en el intestino de España, más engordaba cuanto ésta más se enflaquecía. 

 Tampoco se comportó bien el Primer Cónsul francés con su otro aliado, la República holandesa de Batavia, cuya economía, que dependía del comercio, había sido arruinada por la guerra. El papel holandés en las negociaciones de Amiens estuvo marcado por la falta de respeto por parte de los franceses, que los consideraban un cliente "vencedor y conquistado" cuyo gobierno actual "les debía todo". así que permitieron que los británicos se quedasen con la colonia neerlandesa de Ceilán y que su otra colonia del Cabo de Buena Esperanza, en la punta sur de África, se convirtiese en un puerto abierto a todos. 

Desafortunadamente, la República Bátava era un Estado títere o satélite, igual que todas las repúblicas hermanas propiciadas por Francia en Italia, que no les dejó instaurar una Constitución democrática (con sufragio universal y una Asamblea única) debido a las interferencias del Directorio, que no estaba interesado en el establecimiento de un Estado que tuviese por sí mismo capacidad de decisión y de contradecir los intereses de la política exterior francesa. Republiquetas.

 El pueblo llano británico estaba encantado, pensando que la paz de Amiens les libraría del pesado impuesto de guerra sobre la renta impuesto por Pitt y de las levas forzosas para servir en la Marina Real, así como que conduciría a una reducción de los precios de los cereales y a una reactivación de los mercados. 

 También lo estaba el pueblo llano español, Menorca  fue transferida de manera definitiva, por el tratado de Amiens, de manos inglesas a manos españolas, poniendo fin al dominio británico de la isla. Pero lo que más interesó a los hispanos de a pie fue ver levantarse los bloqueos de sus puertos y saber que podían volver a comerciar con las Indias sin tanto riesgo. Los corsarios de Vigo dejaron de capturar navíos ingleses y portugueses y se dedicaron a proteger los convoyes mercantes que cruzaban el océano.

 En enero de 1802, Napoleón Bonaparte viajó a Lyon para aceptar la presidencia de la República Italiana, que cubría el norte de Italia y se había establecido en 1797. Ésto violó el Tratado de Luneville, en el que Bonaparte acordara ante el Austria garantizar la independencia de la República Italiana y otras repúblicas que nunca dejaron de ser títeres de Francia. Como, por ejemplo, el Piamonte italiano que, robado al reino de Cerdeña, se constituyó en el año 1796 como la República de Alba, una república cliente del gobierno de París.  

 En el Tratado de Amiens, sin embargo,  también se había establecido la evacuación de Nápoles y los Estados Pontificios por parte de Francia. 

 El obispo de Imola, Barnaba Niccolò Maria Luigi Chiaramonti, había sido elegido nuevo papa en un monasterio de Venecia, protegido interesadamente por el emperador de Austria, que tenía su propio candidato en el cónclave, aunque no salió. Chiaramonti se puso el nuevo nombre de Pío VII, en homenaje al "Papa Mártir", Pío VI, destronado por Napoleón y fallecido en una prisión francesa doscientos veintisiete días antes. 

A pesar de la oposición del emperador de Austria, y ya que el Corso lo había reconocido oficialmente, Pío VII decidió dejar Venecia y navegar hasta el puerto de Ostia. El 3 de julio de 1800, el papa, finalmente, hizo su entrada a Roma, siendo recibido por la nobleza y el pueblo. 

 Al llegar, encontró las arcas estatales prácticamente vacías: lo poco que habían dejado los franceses de Masénna había sido robado por los napolitanos de vuelta al sur, y ante la posibilidad de que se reanudasen las guerras, declaró neutrales a los Estados Pontificios. 

 Queriendo congraciarse con la mayoría del pueblo, Napoleón no siguió las tendencias activamente anticlericales de las primeras fases de la revolución. En su pragmatismo político tuvo bien presente que las creencias religiosas estaban muy enraizadas en el pueblo francés y que era provechoso para sus designios mantener una amistosa relación con los poderes eclesiásticos, en especial con el papa, con quien se avino a firmar un concordato en 1801.

 La atención de Pío VII se centró de inmediato en reordenar el estado de anarquía total en el que se encontraba la Iglesia francesa. Tuvo que aceptar la cláusula de libertad religiosa, al proclamar el concordato al catolicismo tan sólo como la religión predominante en Francia, pero de ningún modo la oficial.

 El Papado mantenía el derecho de deponer a los obispos, pero esto era casi inútil, porque el gobierno francés ya los nombraba o los derrocaba en la práctica. La República debía pagar los salarios del clero, a cambio de que éste jurara lealtad al Estado, su empleador. La Iglesia le cedía todos sus derechos sobre las tierras de su pertenencia que le habían sido tomadas por la fuerza después de la Revolución, porque no tenía ninguna fuerza para reclamarlas.

 Sin embargo, en abril de 1802, el Primer Cónsul impuso unilateralmente Setenta y siete artículos orgánicos, tendientes a hacer de la Iglesia de Francia una iglesia nacional, que dependiese lo mínimo de Roma, y sometida totalmente al poder civil.  El galicanismo parcialmente se restauró, teniendo que conformarse la Iglesia en quedar bajo el poder total del Estado.

 Cuando, en septiembre de 1802, Napoleón decidió suprimir la República títere de Alba, que había sido el Piamonte italiano, arrebatado al reino de Cerdeña, para que Francia absorbiese en su seno aquella próspera región,lLos ingleses tuvieron su pretexto perfecto para romper el Tratado de Amiens y volver a declarar la guerra al Corso.


CONTINÚA MAÑANA

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