quarta-feira, 14 de julho de 2021

42 - ISABEL ZENDAL

Telmo fue a invitar a Masetti, de parte del párroco don Camilo, a que conociese a Isabel Zendal, que estaría visitando "La Casa de los Hermanos" durante un día. Se trataba de la persona que había instruido a Sofía en La Coruña. Gaspare aceptó encantado la oportunidad de compartir con ella y con Sofía la cena con la que se la honraría.

Telmo andaba pasando una temporada algo melancólica y sombría, porque no iba nada bien su relación con la chica que le gustaba, la tal Lidia. Con demasiada frecuencia canturreaba aquella cantiga que afirma que ojos verdes son traidores, que los azules mentireiros y que los negros y acastañados, esos son los verdadeiros.

Sofía, sin embargo, estaba radiante esa noche, con el mejor brillo de España en sus ojos negros, y le presentó a Isabel después de que saludó a don Camilo, quien enseguida pasó a fundirse con las paredes durante el resto de la reunión. El enérgico Don Camilo era un santo varón que, siendo el anfitrión, se invisibilizaba a propósito en público, para dar todo el protagonismo a sus colaboradoras.

Isabel tendría cerca de los 30 años, era una gallega muy gallega del rural del municipio de Ordes, tenía ojos acastañados y ese acento gallego dulcísimo, cariñosísimo y cantarín propio de los coruñeses, un pueblo antiguo y con solera, como el vino selecto y añejo. Contó que sus padres eran agricultores pobres, fue la segunda de siete hermanos, de los que tres murieron a poco de nacer.
 En su infancia era la única niña que iba a clases particulares con el párroco de su pueblo. 

Hubo epidemias de viruela en 1736, 1762, 1763, y 1780. Su madre enfermó, ella fue viendo su lindo rostro desfigurarse, su hermoso cuerpo llenándose de llagas, la cuidó al mismo tiempo que a sus hermanos. Falleció cuando Isabel tenía siete años.


Se comprometió a dedicar su vida a luchar contra la enfermedad, aprendió enfermería empíricamente, crio a su hijo, Benito, como madre soltera. A los 20 años, comenzó a trabajar en el "Hospitalito de Dios" de La Coruña, primero como enfermera ayudante y después como rectora.


-Hace doce años -contaba ella-, había en La Coruña seis escuelas públicas, de las cuales sólo dos estaban autorizadas por la Superioridad, y el resto era puro empeño de unos pocos héroes y heroínas devotados a aumentar en lo posible la instrucción básica del pueblo, leer, escribir, contar y lo que se pudiese. Estas iniciativas de los vecinos suplían la falta de interés y la mínima inversión del estado en servicios. De esa misma manera trabajábamos nosotros con enfermos, expósitos y huérfanos.

Hace diez, 
la Congregación consiguió licencia para hacer un Hospital de Caridad, cuyo edificio fue iniciado en 1791. 

Aún sin acabarse, ya cuidábamos en él diariamente de doce a catorce enfermos. Ahora bien, nuestra licencia nos había sido concedida con arreglo a unas constituciones en las que se manifestaba el deseo de criar a los niños expósitos o abandonados, pero teníamos claro que, por ser tan costosa su crianza, no podríamos ponernos a ello hasta que captásemos suficientes bienhechores. 

El caso es que los recién nacidos eran abandonados en condiciones tan inhumanas, que decidimos construir un torno para que, quienes no los quisiesen, los colocasen en él y luego llamasen a la campana, aunque, de hecho, no teníamos más remedio que remitir los que nos llegaban al Hospital Real de la Plaza del Obradoiro, en Santiago de Compostela.

Tantos bebés recibíamos, sin embargo, que la Congregación y Junta de Caridad consideró que debía limitar su devoción y sus posibilidades exclusiva o preferentemente a los expósitos, ya que constatábamos que, de que cuantos se remitían a Santiago y desde allí se distribuian a varias provincias del Reino, casi todos acababan muriendo prematuramente.

 Ésto movió a nuestra  compasión a recoger a cuantos niños nos echasen en el torno, y criarlos en la Casa Hospital, confiando en la Divina Providencia, en la caridad de las buenas personas, el auxilio del Ayuntamiento y lo que el Gobierno dispusiera para atender este servicio.

Hace cinco años, queridos, La Coruña emitió un informe del estado de sus niños expósitos: Desde mayo de 1793, en que se colocó el torno en el Hospital de la Caridad con la decencia y precauciones debidos, se habían recogido hasta ese momento más de un centenar de niños expósitos que se dieron a lactar a nodrizas en las aldeas inmediatas. 
El consumo de cada uno nos salía a un costo diario de real y medio de vellón.

También eran recogidos en nuestra institución los pobres mendigos, llevándose hasta esta fecha auxiliados a un total de cincuenta y ocho personas de ambos sexos, quienes se alimentan y viven de las suscripciones y limosnas con las que contribuyen varios benefactores.

Hace nueve años dábamos cuenta de la fundación del Hospital de la Caridad, con inclusa y un cuarto para partos secretos, propiciado por la Congregación del Divino Espíritu Santo y María Santísima de los Dolores, y solicitamos al rey su permiso para funcionar, arrancando apenas con  unos pocos bienes que una persona de clase modesta, analfabeta, Teresa Herrera, donó para después de su muerte, siendo preciso recurrir, para mantener la obra que ella inició, al apoyo caritativo de los fieles.

La gente sólo se explicaba como cosa de magia como aquella mujer, huérfana desde los cuatro años, con sus pocos medios y su mucho amor y dedicación, logró organizar un tal de "Hospitalito de Dios" en su propia casa, igual que hizo aquí don Camilo, donde ningún enfermo sin medios o niño abandonado era desatendido.

Pasamos mucho tiempo intentando captar ayudas o subvenciones, sin las cuales nos sería imposible realizar nuestro servicio. 

 En 1795 emitimos otro informe, detallando la historia del Hospital e inclusa hasta aquella fecha, con el fin de obtener recursos económicos tanto de las instituciones públicas como de las clases sociales opulentas. Este informe, como podéis suponer, era una declaración desgarradora, pero realista, desde el principio al fin. Hoy esta obra pía se mantiene y es una de las principales instituciones sociales de La Coruña. 

Desde el marzo de 1800 he sido nombrada Rectora de la Inclusa. Soy feliz y doy gracias a la Vida por ello.  

Vosotros habéis conseguido plantar una semilla de lo mismo en esta Casa Parroquial de Vigo, y yo sólo he dejado a mis niños para venir corriendo a conocer lo que hicísteis, felicitaros de todo corazón y regresar. Que Dios bendiga a todos los que aquí colaboran. Que algún día ésto sea una ciudad y cuente con instituciones sociales que todos los ciudadanos construyeron y mantuvieron para que nadie, aunque no disponga en ese momento de medios, deje de recibir la atención, cuidados y amor que necesite en nuestra tierra.-

Una gran ovación siguió al discurso de Isabel, y luego todos compartieron la cena.


Más tarde, Sofía y Gaspare tuvieron la oportunidad de una conversación más próxima con Isabel.


-Tengo la mayor admiración por personas capaces de hacer lo que ustedes hacen por los demás. -Dijo Gaspare sinceramente, dirigiéndose a la coruñesa y a Sofía.


-No tiene ningún merito, es lo que nos gustó y escogimos hacer. -respondió Isabel. Otros escogen otras cosiñas y llegan a ser muy buenos en ellas.-


Sofía le miró y no dijo nada, pero en su mirada lo dijo todo.


-Ustedes dos son grandes espíritus.-Insistió él.


-Ve luz quien tiene luz en sus ojos.- Dijo Isabel.

-¿Qué es un niño?- Preguntó él.


-Una posibilidad del Ser que quiere ser. Llena de posibilidades.-


-¿Qué es una persona que cuida del desarrollo de un niño?-


-Un aprendiz de la sabiduría del amor- Dijo Sofía esta vez.


- El desarrollo de un niño es toda una ciencia y un arte  de pura creatividad diaria. -Afirmó Isabel-. Pero hay algo mucho más apasionante.-


-¿Qu
é es?-

-El desarrollo de un grupo de una docena de niños juntos, o más, que es como contribuir a desarrollar un nuevo mundo.-


-¿Bajo qué principios?-

-Uno muy simple: Quien ayuda a quien ve que lo necesita, es ayudado por el amor de la Vida por si Misma.-

 


CONTINÚA MAÑANA

Nenhum comentário:

Postar um comentário