terça-feira, 6 de julho de 2021

17 - BATALLAS EN LA RÍA DE VIGO

El señor Quinteiro le comentó también que, desde la punta del cabo de Hío, se contaron 86 barcos de transportes de tropas, cuyos heridos en la reciente batalla de Brión, en El Ferrol, estaban siendo atendidos, ahora, en un hospital de campaña montado en la Isla Norte de Cíes.

-Estoy recordando que hace sólo tres años, cuando aún usted no había llegado a Vigo -contó-, Juan José Ruiz de Apodaca, un brigadier gaditano que había participado en muchas misiones en las Indias y Filipinas, en el campo de Gibraltar y en la toma de Tolón, perseguido, junto con otro bergantín, por la escuadra del almirante inglés Jervis en el cabo de San Vicente, los burló en la niebla rumbo al norte y se refugiaron aquí, en la ría de Vigo, donde quedaron bloqueados por quienes los perseguían.

Unos meses después, se atrevieron a entrar en la ría dos buques de línea, tres fragatas y dos bergantines británicos, es decir, uña flota considerable, al mando del comodoro Samuel Hood, y se plantaron frente a Cangas, fuera del alcance de los cañones de los castillos de Vigo.

Hood había conocido a Apodaca en la toma de Tolón, donde ambos habían sido aliados contra la Convención de la República Francesa. Ambos eran perfectos caballeros, tal como eran antes los oficiales de carrera. Hood le envió un teniente con bandera blanca en una lancha, quien, con la mayor cortesía militar, le conminó a que se rindiera y entregara su buque, el bergantín y los demás buques que en ese momento se encontraban en el puerto de Vigo, algunos de ellos, nuestros corsarios.

Muy tranquilo, Apodaca lo trató con la misma cortesía y hasta con gracia andaluza, lo convidou a comer juntos y se llevó al parlamentario británico a observar de cerca las defensas que había tenido tiempo de preparar, combinadas con las fortificaciones de la villa.

Al regresar, el teniente dio parte de todo al comodoro Hood y éste tuvo claro que no podía atacar sin arriesgarse a graves daños para su flota, así que, abandonando sus planes, emprendió la salida de la ría, mientras que el brigadier hispano, no contento con la disuasión que había conseguido, mandó perseguirlos y hasta consiguió rescatar un bergantín español que había tomado el enemigo, cargado de provisiones. Después envió sanos y salvos a sus guardianes a Hood en una lancha, con su más respetuosa despedida y deseos de felicidad.

El gobernador ordenó entonces al brigadier que pasara al Ferrol. Aunque sabía que su puerto estaba bloqueado por uña escuadra británica, partió de Vigo y, burlando su vigilancia, se escurrió entre cañonazos en la plaza con su buque, aunque quebraron su mastelero de gavia, por lo que tuvo que pasar un tiempo en el dique de reparaciones.-

Masetti comentó a don Xosué que ahora estaba mucho más relajado, y que recordaba las historias que él le había contado durante la travesía que lo trajo de Barcelona en el "Santa Victoria", en las que los españoles salieron bien de sus choques con los británicos. -Si desembarcasen, se van a arrepentir.- Dijo, señalando los dos cañones-carronadas emplazados en la trinchera de Alcabre.

-No baje la guardia, mi joven amigo, permanezca atento de día y de noche, cúidese y cuide de su puesto y de sus hombres- respondió él con cariño y compasión.- Yo no sería honesto si no le contara también de cuando salimos mal, Gaspar. También nos causaron duras derrotas los ingleses, son enemigos poderosos. Y uña de ellas en este mismo escenario.-

-Supongo que se refiere usted a la batalla de Rande, la de los galeones que traían plata de las Indias.-

-Esa fue una derrota muy mentada; pero hubo otra, diecisiete años después, que no es tan conocida. Y el primer asalto a Vigo fue nocturno y por sorpresa.-

-Cuente usted, por favor.-

-El ataque del que le hablo se produjo en 1719, en el curso de la Guerra de la Cuádrupla Alianza, y se diseñó cómo represalia por el apoyo español al levantamento jacobita en Escocia. El intento del rey español, Felipe V, de sublevar a los escoceses y poner en el trono a Jacobo III, terminó con la capitulación del Regimiento Galicia tras la batalla de Glen Shiel, porque no se consiguió llevarles refuerzos.

La expedición de revancha fue puesta al mando de Lord Cobham, un político, con las fuerzas navales comandadas por el vicealmirante James Mighels. Ochenta barcos de guerra junto a cuarenta buques de transporte que llevaban seis mil soldados profesionales, menos de la mitad de los que tenemos en las Cíes ahora mismo, amigo Gaspar, dirigidos por el mayor general John Wade. El 21 de septiembre, la expedición británica partió de Falmouth y llegó de noche a Vigo, que entonces era sólo una villita, ocho días después.

Tras desembarcar con lanchas casi aquí al lado, en la playa de Samil, el 1 de octubre, todavía bien de noche, los británicos atravesaron sin hacer ningún ruído desde Navia y ocuparon posiciones próximas a los muros del fuerte de San Sebastián, frente al castillo del Castro.

Aún oscuro, el brigadier Philip Honeywood, con ochocientos soldados, lanzó un ataque contra el castillo de San Sebastián con muchas granadas y pilló desprevenidos a los defensores españoles, que tuvieron que inutilizar su artillería avanzada, y retirarse a la fortaleza, que no pudo ser asaltada por el enemigo. Entonces, los anglos, estrechando el cerco, fueron descargando y emplazando cuarenta morteros y varías grandes piezas de artillería de asedio. El 10 de octubre desataron un bombardeo pesadísimo sobre ella.

Tras dos días sin parar bajo el horrible fuego enemigo, los defensores se retiraron hasta la fortaleza del Castro, en lo alto del monte, donde se refugiaron cuatrocientos soldados y otros tantos paisanos. De inmediato, los buques británicos se pusieron a cañonear el castillo sin descanso. El día 13, emplazaron una gran batería de morteros detrás del fuerte de San Sebastián.

El bombardeo prosiguió cuarenta y ocho horas, con la desgracia de que, desde aquella posición, podían tirar con tal acierto que todas las bombas entraban dentro del castillo, sin que los defensores tuvieran donde guarecerse, salvo la pequeña capilla y unas tiendas de campaña.

El 17 de octubre, enviaron los ingleses un parlamento con bandera blanca, pero los defensores denegaron dignamente rendirse.

De regreso a su posición en San Sebastián, castigaron al castillo alto con una primera carga de más de cuarenta bombas. Luego, viendo que seguían sin rendirse, continuaron hasta la noche sin parar. Sólo en ese día arrojaron más de seiscientas bombas dentro del Castro.

La guarnición estaba devastada y los heridos ya no cabían en un túnel excavado que servía de hospital, no había oficial ni soldado que se pudiera mantener en pie, ya que hacía seis días y noches que ninguno comía ni tenía el menor descanso.

Los supervivientes, ya sin esperanza, decidieron que no tenían otra que rendirse. Don Fadrique González de Soto, el comandante, entregó el castillo el día 18, del que pudieron huir antes unos quinientos oficiales y soldados, mientras que otros trecientos habían muerto o resultaron heridos en el primer asalto sorpresa y, sobre todo, en los feroces bombardeos posteriores. Por contra, la pérdida británica fue de solo seis muertos y otros veinte heridos.

Tras capturar Vigo, las tropas de Lord Cobham se entregaron al saqueo. Decomisaron y se llevaron una gran cantidad de armas y municiones, que sospecharon, con razón, que se almacenaban para uña futura invasión de Inglaterra. Vigo acumulaba demasiadas piezas de artillería que tendrían algún fin mayor que el de la mera defensa de la plaza, y la mitad no fueron utilizadas en ella, porque la estructura defensiva no lo permitía.

Sesenta grandes piezas de cañón fueron saboteadas en sus puestos de las murallas y castillos de Vigo. Otras cuarenta y tres piezas de artillería se hallaron en el interior, junto a grandes morteros. Además, siete de nuestros barcos fueron capturados en el puerto, de los cuales, tres fueron equipados como corsarios contra nosotros.

Cuando los británicos terminaron con las armas, encontraron los almacenes donde se guardaba el vino. Durante tres días, la borrachera general derivó en saqueos, abusos y asaltos sobre la población civil. ¿Qué le voy a contar? La monstruosa Coca comiéndose a las doncellas, ya sabe. Lord Cobham solo puso fin a estos desmanes cuando ordenó que el resto del vino fuera embarcado cómo botín.

A continuación, los británicos marcharon por tierra sobre Redondela, que estaba indefensa, ya que su fuerte era una ruina y los vecinos habían huido. El mayor general George Wade ordenó saquear los almacenes y quemar las casas de la villa.

El 14 de octubre, la mitad de los invasores se dirigieron por mar a Pontevedra, que ocuparon con escasa resistencia, tras tomar el fuerte y puerto de Marín, mediante un bombardeo de ochenta y seis cañones, seguido de un asalto de cien granaderos. El éxito militar británico en esta expedición fue absoluto.

Envalentonado porque, tras casi medio mes de invasión, aún no les llegaban refuerzos a los gallegos, debido a que la expedición fuera combinada con otra francesa contra el este de España, con el fin de forzarla a entablar negociaciones de paz, Lord Cobham envió emisarios a Compostela con la amenaza de ocupar la ciudad. Las autoridades de Santiago, mayoría de clérigos, se rindieron y entregaron cuarenta mil libras para evitar la entrada de las tropas en su ciudad monumental.

El 24 de octubre, sin tentar más su buena suerte, Cobham reembarcó a su ejército de vuelta para Inglaterra. La noticia de un enorme botín enorgulleció a todos los británicos: se habló de unos doscientos cañones de hierro y treinta de bronce, con diez mil armas de fuego y dos mil barriles de pólvora. La captura de Vigo y de sus villas y ciudades vecinas fue un gran éxito militar para los anglos, que por deserción, enfermedad o combate sólo habían tenido trescientas bajas.

Demostraron que, con una pequeña pero eficaz fuerza naval, ayudada por artillería e infantería de marina bien profesionales, podían tomar casi cualquier punto de nuestro litoral, cosa que fuera dificilísima antes, durante la dinastía de los Austrias.

El impacto para la corona de Felipe V, el primer rey Borbón de las Españas, fue demoledor. La sensación de indefensión también recorrió el país. Comenzaba sin duda, entonces, el período ascendente de la supremacía naval británica.

-No deje de estar muy atento, querido amigo- Remató el señor Quinteiro-, las guerras, son los militares quien las ganan, no los civiles, y en esa flota vienen quince mil militares de verdad.-

Cuando Don Xosué se despidió para volver a los barcos, Gaspare quedó muy inquieto. Si seis mil militares habían logrado tomar toda la provincia en el pasado ¿Qué podría suceder ahora, con esa horda de guerreros profesionales que estaban en las islas?

Para no deprimirse, se dedicó a conversar con sus compañeros de trinchera, la mayoría de ellos, los empleados de su propia fábrica, que si estaban con miedo, tenían la dignidad española de no mostrarlo, la coña marinera para poner a mal tiempo buena cara y la ironía gallega para reír de todo y hasta de su propia suerte.

Telmo Sitge, por su parte, no pensaba para nada en morir, sólo en volver a encontrarse -dijo- con una joven viguesa de la que estaba enamorado. Escuchándolo, Gaspare se convenció de que esta pesadilla tenía que pasar, porque él mismo no podía morir, tampoco, antes de abrazar por fin a su hermana Sofía, aunque no podía decírselo a nadie. Pidió la primera guardia de la noche como centinela. Cuando le tocó su tiempo de dormir, pasó la noche soñando con ella.


CONTINÚA MAÑANA.

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