Una mañana, Masetti pudo ver como el horizonte del mar se llenó de buques extranjeros que iban hacia el este y se declaró el estado de guerra en Tolón, que no estaba lejos de Marsella. Tras la muerte de Luis XVI se habían producido rebeliones en el sur de Francia, que era mayoritariamente conservadora y realista. Los realistas franceses seguían combatiendo en nombre del príncipe al que llamaban Luis XVII, su esperanza, un niño desvalido que se encontraba encarcelado y custodiado por energúmenos en la prisión del Temple de París.
Muchos realistas franceses supervivientes de las revueltas del interior acabaron confluyendo a la bien fortificada ciudad de Tolón. Los tolonenses pidieron ayuda a los enemigos de la Revolución. Entonces Gran Bretaña, España, Nápoles y el Reino de Cerdeña enviaron sus respectivas flotas a aquel puerto.
Las fuerzas revolucionarias intentaron reconquistarlo, teniendo entre ellas una actuación destacada André Masénna ya nombrado general de brigada. Aún así, los ingleses y españoles defendieron muy bien la plaza, pero tuvieron que ceder ante el empuje del ejército de la Convención, desde el momento en que el General Dugonmier hizo segundo comandante de la artillería a un tal Nabolione Buonaparte, un corso, quien, tras rechazar una salida del enemigo y salvar sus baterías, presentó al Consejo de Guerra un excelente plan estratégico para tomar la ciudad, que fue aceptado, siendo nombrado comandante en jefe de la artillería.
Ya la ciudad casi tomada y los revolucionarios llegando al puerto, los
realistas destruyeron la flota de guerra gala anclada en Tolón, para que
sus adversarios no pudieran usarla contra ellos. Con el Sitio de Tolón
prácticamente se terminaron las rebeliones realistas en el sur de Francia. Por
su lado, Buonaparte se ganó en Tolón la estima y el apoyo de un político que
representaba a aquel departamento y que le facilitó su ascensión hacia el
poder, el influyente Paul François Jean Nicolas Barras.
En el norte, los republicanos de los Países Bajos, apoyando a un ejército francés con Jean-Baptiste Jourdan al mando de setenta y dos mil hombres, vencieron a casi cuarenta y seis mil realistas en Fleurus el 26 de junio de 1794, en una batalla casi tan decisiva como lo había sido la de Valmy. Esta fue la primera vez en la historia en la que se empleó una aeronave con fines militares, un globo de observación que informó en todo momento a Jourdan de los movimientos de las fuerzas austriacas.
Al constituir los vencedores una hermana-títere "República Bátava", quedó anulada la posibilidad de una invasión de Francia por el lugar próximo a París más expuesto... con lo que se acabó, por lo tanto, el pretexto para seguir manteniendo un estricto régimen totalitario y homicida, que resultaba insoportable para todo el mundo.
Durante la semana, Masetti se esforzaba por mezclar hierbas y frutos que diesen a sus licores la capacidad de seguir potenciando, al mismo tiempo, la líbido de Brigitte Dumas y su imaginación y locuacidad narrativa. Ella odiaba a Robespierre y se excitaba mucho más cuando hablaba de sus felonías.
-…Robespierre intentó dar una última vuelta de tuerca -contaba ella el proceso,
como si fuese una profesora, mientras excitaba a Gaspare con sus manos hábiles-:
La instauración del "Gran Terror" con la Ley de Pradial a través de la reorganización del Tribunal Revolucionario,
privó a los acusados de cualquier posibilidad de defensa o de presentar recurso.
Aquella prepotente arbitrariedad, opuesta a todo Derecho civilizado, fue
considerada innecesaria por la mayoría, ya que tras las victorias militares
contra las potencias exteriores, ya desanimadas y desunidas, y habiendo
sofocado las oposiciones internas, la Revolución se podía considerar
consolidada y ya no era necesario un régimen tan extremista, dirigido por
semejantes canallas.
Todos temían que la continuidad de «El Incorruptible» al frente del Comité de
Salvación Pública implicaría que Robespierre se decidiría a limpiar la
República de todo aquel que pudiera oponerse, no a la Revolución, sino a su
pretensión de liderazgo absoluto y continuo al frente de la nación.
...Así que comenzó a fraguarse un golpe de estado en el interior del propio
poder revolucionario, cuya cúpula estaba repleta de girondinos derechistas o
centristas aterrados que ocultaban que lo eran, de jacobinos o cordeliers de
extrema izquierda resentidos y deseosos de vengar los asesinatos de Danton y
Hébert, o simplemente de gente temerosa de ser acusada de traición y ejecutada inmediatamente por el inflexible dictador.
Las rivalidades entre miembros de los comités contribuyeron a acelerar la adopción de esta medida por parte de la Convención, que rechazó el aplazamiento solicitado por el propio ponente de la ley, y la aprobó saltándose el requisito de publicarla oficialmente, para evitar su discusión y estudio. Lo que quedaba de estado de derecho se disolvía en un gobierno dictatorial que sólo imponía durísimas leyes indiscutibles por puro decretazo.
La ley se inscribía en la filosofía de las reformas que simplificaban la
justicia revolucionaria: fue decretado que las fanáticas comisiones populares,
verdaderos grupos sanguinarios de linchamiento, se encargaran de juzgar
sumariamente a los detenidos, y acabaran sustituyendo en sus tareas al Tribunal
Revolucionario que, al dejar de ser un lugar de debate, se limitaría a
ratificar las sentencias dictadas por las comisiones.
CONTINÚA MAÑANA
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