Finalmente, Masetti firmó su asociación con Marcó ante el escribano de Su Majestad, que lo registró como "Don Gaspar Macetti, romano" porque creía que la invasión de Napoleón había hecho que sus Estados Pontificios natales se llamasen en aquel momento, 15 de Septiembre de 1799, República Romana.
El escribano lo había escrito así porque ignoraba que Crevalcore, Bolonia y la Romaña, su pueblito natal, su ciudad próxima y su región, no se encontraban más en los Estados Pontificios, que bajo el dominio francés ya no existían, ni tampoco en la República Romana, sino primero en la Federación y luego República Cispadana y aún después en la República Transalpina, estados artificiales con nombres bien característicos del centralismo francés creados por los invasores para mejor someterlos. para que perdiesen la memoria histórica y el especial carácter de sus naciones, forjado durante siglos, para despersonalizarlas y para hacer con sus hombres levas de carne de cañón contra los monarquistas austríacos, que, de todas maneras, dominaron de nuevo Bolonia mientras Napoleón Bonaparte se hallaba ocupado en la loca aventura de conquistar los remotos Egipto y Palestina creyéndose Alejandro revivido...
Pero todos aquellos cambios no le decían nada a nadie fuera de Italia, ni le importaban a nadie, los españoles vivían sumergidos en su propia memoria de la realidad, como si su imperio, ya menguado en Italia y en el resto de Europa después del tratado de Westfalia, aún fuese la gran monarquía global donde no se ponía el sol.
Había cuatro o cinco apellidos familiares procedentes de Italia entre la burguesía mercantil de Vigo, como don Felipe Jacobo Magi, hijo de un patrón genovés ahidalgado por matrimonio con una nativa, Jacobo Zermelo, factor de una importante firma compostelana, los fomentadores Bianchi, el tendero Santiago Felipe Coppa, un boticario muy competente en pequeñas cirugías al que llamaban Alberto el Toscano... ninguno de ellos, desde luego, era romano, o sea, de los Estados Pontificios, y tampoco importaba... en España todos ellos eran compatriotas italianos y hermanos, fratelli d'Italia.
Pero, ante los españoles, sí que era bueno ser romano. Por causa del respeto reverencial que los hispanos sentían ante el nombre de la ciudad de los Césares y de los Papas, madre de la Civilización y trono de San Pedro. Por caua de ello, y tal vez influenciado por las altas recomendaciones de don Xosué Quinteiro, que había presentado a Masetti como todo un caballero muy ilustrado, a pesar de su juventud, el escribano real le había puesto un título de don que no le correspondía, y un gentilicio que tampoco.
Gaspar percibió enseguida que aquello era "suerte de extranjero", suerte que elevaba mucho su consideración social local, y no se le ocurrió desmentirlo, de manera que, en adelante, comenzó a ser conocido en Vigo como "don Gaspar el romano".
También la gente había acabado por llamar al Señor Marcó "don Buenaventura", pero no antes de que sus enormes y generosos préstamos a los reyes Carlos III y Carlos IV, que jamás le fueron devueltos, le valieran un título de hidalguía que ennobleció a su familia y sirvió de honrosa plataforma a las carreras de sus hijos.
Los administradores y trabajadores que Buenaventura le proporcionó resultaron ser muy eficientes, y en apenas un año la fábrica estaba produciendo muy bien y la mayor parte de su producción ya había sido prácticamente comprada por los clientes de Marcó, antes de acabar de elaborarse. Todo parecía fluir de la mejor manera posible al comenzar el nuevo Siglo Diecinueve sobre aquella nueva tierra que había escogido para vivir y trabajar en paz.
Su socio y protector, Marcó del Pont, residía con su esposa, doña Juana Ángel y Méndez, en una amplia casa en la calle Arenal, la principal del barrio de los catalanes, aunque, por haberse casado hacía muchos años con aquella viguesa descendiente de una rama de otra rama de la noble Casa de Sotomayor, y por haber sido vecino de la prestigiosa Calle Real, ya no se le consideraba más un catalán ni figuraba como catalán en las relaciones de ciudadanos.
Situada enfrente de la ría y de los barcos, su casa era amplia y lujosa, la única de Vigo con un oratorio privado, de varias plantas con galerías, en las que el matrimonio había criado a sus hijos, que ya eran personas de élite, con altos destinos en los negocios o en el ejército: Francisco Casimiro era oficial de infantería en Cataluña. Ramón Genaro, el eficaz ayudante de su padre en sus negocios en Vigo. Ventura Miguel llevaba tiempo siendo consignatario de buques y fundador de una casa de comercio en Buenos Aires y había accedido a los muy importantes cargos de regidor y síndico del Real Consulado de aquella ciudad, siempre luchando por el libre comercio contra los monopolios.
Su hermano menor, Juan José, se dedicó a la carrera militar y más tarde a los negocios en Madrid y en Buenos Aires, colaborando con los de su padre. Hacía seis años había sido enviado a México como Vista Principal de la Aduana en colaboración con el Marqués de Branciforte y Godoy, y retornado a Madrid recientemente.
Manuel María era otro hijo de don Buenaventura incorporado en el ejército español, que destacó durante la Guerra del Rosellón y las Campañas de la Cerdaña contra la República Francesa, al mando del General Ricardos, donde había sido camarada del capitán don Juan Clarós, el primer español con el que Gaspare había hecho amistad al llegar al primer pueblo de frontera de Cataluña un año antes. Otro hijo militar de Marcó era Pedro Ángel, capitán-ayudante del batallón de voluntarios de Gerona,
El gran empresario también tenía dos hijas, la mayor, muy bella y muy señora, se llamaba Ana Jacoba y estaba casada con Don Juan Fontán y de Pueyo, el señor del Pazo de Baión o Granxa de Fontán, donde se elaboraba el mejor vino de las Rías Bajas, tan bella y rica que decíase que se talló cuando Dios posó los cinco dedos de su mano sobre el litoral Oeste de Galicia, para contemplar o mundo que acababa de crear.
En Galicia, un pazo es una mansión señorial con cierto aire de castillo, en una amplia finca, con muros de piedra y escudos nobiliarios erosionados por las lluvias y teñidos de musgos o líquenes verdes y amarillos.
María Magdalena, la hija menor de Buenaventura, moza recatada, permaneció soltera cuidando a su madre, como era tradicional para la más joven, incluso entre aquellas familias que podían permitirse tener varios criados y criadas.
Para preservar la intimidad de sus hogares, Buenaventura Marcó y su hijo Ramón Genaro tenían sus despachos en otro edificio próximo, guardado con una muy elegante portería, donde recibían continuamente personas y donde se encontraba, también, su biblioteca.
CONTINUARÁ MAÑANA.
Nenhum comentário:
Postar um comentário