Primavera de 1800
Era espléndida la primavera en Vigo y en todo el contorno de su bella bahía, radiante de verdor y de margaritas doradas, más aún porque en ella acababa de inaugurar Gaspare Masetti su fábrica ante la playa de Guixar, "Aguardientes y Licores de Galicia". Se trataba de una gran nave que había sido uno de los almacenes de material náutico de Buenaventura Marcó del Pont, a quien llegó recomendado por su primo, el señor Ribó, desde Barcelona.
El señor Ribó, dueño de una distribuidora de productos de todo tipo en la gran ciudad catalana, era quien había aconsejado a Gaspare establecerse en Vigo, cuando el italiano abandonó la siempre convulsionada Francia para probar fortuna en España, una vieja monarquía imperial y global bastante estable que, a diferencia del resto de Europa, parecía a salvo de la agresividad expansiva de sus revolucionarios vecinos, ya que, a pesar de haber guillotinado al primo francés del rey español, necesitaban mantener su alianza con él, para contrarrestar juntos el creciente dominio de los mares por el común enemigo británico.
Fue Ribó quien le facilitó pasaje para él, su carro de licores preciosos y sus caballos en el "Santa Victoria", propiedad de Buenaventura, a cambio de que ayudara a los señores Quinteiro y Puime a inventariar y controlar las mercancías que le enviaba.
Xosué Quinteiro,un hombre mayor, era uno de los secretarios gallegos de Marcó del Pont y también el principal encargado de su biblioteca en Vigo. Aunque no era hidalgo, todo el mundo le llamaba don Xosué por causa de su brillante ilustración vocacional y por su inteligencia y maneras de diplomático.
Durante la larga travesía tuvo tiempo de sobra para calibrar bien a Masetti, por lo que pudo presentárselo a su patrón con muy buenas referencias, luego de aquella llegada triunfal y lucrativa.
Así que el gran empresario lo acogió, le escuchó con muchas atenciones, apreció enormemente la muestra de excelentes licores de su propia alquimia, le facilitó su primer alojamiento y le introdujo a las potencialidades comerciales de la región.
Buenaventura era socio principal de dos fábricas de aguardientes en Pontevedra, la ciudad más próxima, capital de la provincia, y le ofreció que pasara un mes en cada una, como delegado supervisor de los encargados en su nombre, con toda su estancia pagada, y que le hiciera un informe de cuanto había visto en ellas, más un proyecto de cómo, a su parecer, podría mejorarse su funcionamiento integral.
Pontevedra era una ciudad muy vieja, bonita y muy agradable, hidalga, administrativa, militar y clerical, con un centro monumental y lujoso, enmarcada en una ría bucólica; sin embargo, carecía del empuje creativo y constructivo que él había sentido nada más llegar a Vigo y que tal vez tuvo en el pasado medieval, antes de que las arenas del río Lérez cegaran su puerto. El tiempo parecía fluir tan despacio en ella como su río, también el tiempo productivo de las dos fábricas de aguardientes asociadas al señor Marcó.
Gaspare encontró rápidamente y expuso formas de multiplicar por dos sus resultados, pero dudaba mucho de que aquella gente tan tranquila, acomodada, parsimoniosa, aristocrática y afrancesada e sus maneras, las pudiera realizar y mantener, según él marchase.
En cuanto tuvo a la vista ambos proyectos, a los cuales Masetti había agregado una propuesta de fabricar varias líneas de sus licores más finos, totalmente nuevas en la región y en España, el gran empresario los estudió cuidadosamente durante un mes, los fundió en un sólo para ser realizado en Vigo, hizo sus propias sugerencias y, ya inmediatamente, citó a Gaspare en su nave vacía y se la ofreció, junto con un buen pacto.
Masetti, hombre cauto, había solicitado una semana para pensarlo y se asesoró cuanto pudo, pero pronto encontró que era la "única más favorable propuesta" que se le ofrecía.
Después de haberle pagado una entrada razonable por su local, se lo vendió de la misma manera en que vendiera antes a múltiples emprendedores, ya industriales, comerciantes, navieros o corsarios, sobre todo catalanes cómo él, que se habían ido estableciendo en el prometedor puerto gallego en crecimiento.
Marcó del Pont, regidor o concejal perpetuo de la villa, por nombramiento del arzobispo de Santiago, señor de aquellas tierras, también tenía otros innúmeros cargos y funciones -"il capo de tutti capi", como dirían en Italia-, por ser el hombre más rico e ifluyente de Vigo, así que te conseguía todas las licencias y permisos para desarrollar tu negocio, te colocaba en contacto con proveedores y clientes y te proporcionaba buenos asesores jurídicos, administradores o trabajadores.
Incluso adquiría una parte de tu producción por adelantado para venderla en el resto de la Península o en las Indias por su cuenta, con lo que te aseguraba una base de ingresos desde el primer día. A cambio, tú le ibas pagando al contado los intereses trimestrales del resto de lo que le debías, más una participación de un 10% de tus ganancias, contabilizadas por uno de sus contables, en la que se incluía un seguro para tu fábrica y tus productos.
Buenaventura Marcó llamaba a aquella forma de hacer negocios "desarrollo cooperativo". Si te iba bien, ganabas independencia, pero nunca podías hacerle verdaderamente la competencia porque él tenía participación en tu negocio. Si te iba mal, él estaba allí para apoyarte con sus seguros, préstamos, abogados o influencias, aunque aumentando sus intereses o su porcentaje de participación, según el riesgo. Todo razonable y claro, viejo régimen ilustrado y progresista, con un tanto de feudal y otro tanto de moderno.
La asociación de los empresarios cooperantes se comprometía, en el contrato, a hacer cuanto fuese posible por desarrollar constructivamente la villa gallega, hasta que pudiera convertirse en toda una ciudad e incluso en la capital de la provincia. El progreso de Vigo significaba el progreso de todos sus residentes, ya los empresarios o sus colaboradores. "Sus colaboradores, no sus trabajadores" -decía Buenaventura-, "...porque, en Vigo, cada verdadero empresario es un trabajador más, y quien tiene que dar el mejor ejemplo de buen trabajo a todos sus compañeros y vecinos."
Y siempre disponías de la ventaja, igual que los corsarios de sus barcos, o clientes fijos, o el resto de las doscientas o trescientas personas que trabajaban para él de forma más o menos directa, de ser atendido por sus médicos y de comprar en su economato cuanto necesitases, a un precio bien más barato que en el mercado normal; o hasta conseguirlo fiado, si estabas pasando una mala racha, sólo con que él te escuchara y autorizara al cajero. Si querías liquidar o vender tu negocio, él tenía preferencia para adquirirlo, o para que lo adquiriera un recomendado suyo.
Todo atado y bien atado en su pedazo escogido del mundo.
CONTINUARÁ MAÑANA.
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