AÑO 1799.
Cinco o seis vigías permanecían atentos desde el amanecer, provistos, algunos, de catalejos, a fin de descubrir a tiempo cualquier vela que comenzara a despuntar en el horizonte. Hacía un tiempo bastante brumoso, con grandes olas que daban cierto miedo a Gaspare Masetti, italiano de tierra dentro, aunque no percibía inquietud, por causa de ellas, en los marinos gallegos del "Santa Victoria", el barco corsario que le trajo desde Barcelona y las islas Baleares, bordeando gran parte de la Península Ibérica, tras burlar, hasta entonces, el bloqueo británico.
El "Gavilán", el buque compañero, se mantenía a suficiente distancia cómo para que, si el primero barco español era avistado por el enemigo, no se avistase el segundo hasta que fuera demasiado tarde. Con aquellas precauciones, navegando a gran distancia de la costa portuguesa, consiguieron pasar, por fin, el nivel de la ciudad de Oporto.
En ese momento todo el mundo suspiró, aliviados. Porque, hasta entonces, su prioridad había consistido en evitar ser descubiertos. Ya relativamente cerca de su base en Vigo, la prioridad se volteaba. El timonel recibió la orden de acercarse más a la costa y los avezados ojos de la tripulación corsaria permanecieron atentos a cualquier posible objeto de captura que añadiera valor a su larga y arriesgada travesía.
Don Xosué Quinteiro envió al sobrecargo a llamarlo. -Le recomiendo que permanezca junto al señor Puime y junto a mí, señor Masetti. Por favor, vaya a por sus armas y venga aquí de nuevo.-
En breve, Gaspare se reunió con ellos, armado de lo que el sobrecargo le prestara desde los primeros días de navegación: una pistola de chispa y munición, una espada curva envainada y un cuchillo, también en su vaina, de aquellos que los españoles llaman "de misericordia". Quinteiro y Puime tenían a mano armas similares, aunque la pistola de don Xosué llevaba incorporada una pequeña hacha en el cañón. De pronto le pareció mucho más joven y enérgico.
-Luchó alguna vez con armas en la mano, Gaspar?- Preguntó el señor Quinteiro con discreción.
-No señor, nunca. -Respondió él.- Y, con todo respeto, tampoco lo deseo, a menos que tenga que defender mi vida y mis pertenencias. Comprendo que los españoles llevan mucho tiempo luchando contra los británicos, usted me lo contó. Pero a mí, personalmente, o a mi pueblo, nada malo nos hicieron nunca los ingleses.-
-No se preocupe, entendemos su situación. -Quiso tranquilizarlo el señor Quinteiro.- Le pedí que estuviera junto a nosotros porque así podremos protegerlo dentro de lo posible, aunque nadie está a salvo de la artillería en un combate naval. A ninguno nos parecerá mal que no use sus armas, a menos que usted mismo decida hacerlo, o que las rinda sobre cubierta, si llegara a pensar que no tiene más remedio. No lo consideraríamos ninguna deshonra.-
-Y no crea usted, tampoco, que odiemos a los ingleses. -Añadió el señor Puime-. Tuvimos un período de trece años de paz con el Reino de Gran Bretaña hasta 1796, aunque ellos estaban un poco resentidos por la ayuda de nuestro rey anterior, Carlos III, a la independencia de sus colonias en Norteamérica; y antes, otros 16, hasta el 1779, y durante ese tiempo, comerciamos mucho con ellos y yo fui varias veces a llevar cargas a su isla. No es tan fácil hacer allí amigos como aquí, son muy reservados y contenidos, pero los que yo hice, resultaron buenos.-
-Yo también hice allí buenos amigos, -Afirmó don Xosué.- Los prefiero, con mucho, a los franceses, tanto como amigos o como enemigos, salvo por la falta de sol y lo mal que comen. Yo creo que son un pueblo tan agresivo por carecer de sol y de alegría en sus comidas. En fin, la guerra es la guerra y, si últimamente tuvimos guerras con ellos, por ayudar a los norteamericanos contra ellos, es por causa de nuestra infeliz alianza con los franceses. Los norteamericanos nunca nos van a agradecer nada, al contrario. Y los franceses tampoco.-
Con estas conversaciones aliviaban la tensión del acercamiento. Toda la marinería estaba sirviendo velas y cañones. El activo contramaestre pasaba supervisando todo y a todos con mil ojos. Cada momento era vivido a plena intensidad.
-Don Xosué- Dijo Masetti en voz baja- Me gustaría preguntarle algo muy personal sobre sus creencias, pero temo parecerle indiscreto.-
-Puede preguntar, Gaspar, ya espero que me considere su amigo. No hay preguntas indiscretas entre amigos. Lo que sí pode haber son respuestas indiscretas. En cuyo caso su amigo Xosué le diría, francamente, que no desea contestar a eso, y a usted le parecería muy bien.-
-Entendido y de acuerdo. Muchas gracias. Ésta sería la pregunta: Qué cree que acontecería con usted si nos abordaran los ingleses, luchamos, nos superan, usted no quiere rendirse y muere luchando? Perdone si le parece muy bruta mi pregunta, y no la responda si no quiere.-
Don Xosué no lo pensó mucho, y le respondió, también, en voz baja:
-No creo que suceda nada de eso, Gaspar, puede confiar en que se encuentra entre los mejores compañeros posibles para enfrentar con éxito un abordaje. Sin embargo, de acontecer lo que usted imagina, y si yo muriese luchando, estoy seguro de que mi alma, mi consciencia, si usted quiere, o es mortal o es inmortal. Si es mortal, nada que temer, se apaga y adiós a los dolores del mundo. Y si es inmortal... nada que temer tampoco, puesto que no pesan sobre mí, en este preciso momento, ofensas imperdonables a la Vida. A disfrutar de una nueva aventura de la consciencia, allá donde Dios quiera.-
CONTINÚA MAÑANA.
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