Aquella tarde, Masetti estaba supervisando cómo dos de sus trabajadores colocaban sobre la fachada de su nave, bien enfrente de la pleamar, el nuevo emblema que había diseñado sobre el acrónimo ALIGAL (Aguardientes y Licores de Galicia): una copa dorada, como la del escudo del viejo Reino de Galicia, llevada al cielo azul, sobre el mar, por dos alitas que le salían a los lados.
-¡Que linda le quedó!- Exclamó una voz de mujer joven a sus espaldas.
Gaspare se volvió y allí estaba ella, la mujer de su vida. Sin duda ninguna. Lo supo ya desde que oyó su voz, y a su corazón también le salieron dos alitas para revolotear hacia ella, abierto como un cáliz.
-Linda es una palabra muy pequeña, señorita. Cuando la miro a usted sólo puedo decir BELLA -Lo dijo marcando una L italiana, doble de sonido, bien expresiva. -Disculpe mi atrevimiento por la admiración que me causa.- Añadió en un tono mas comedido.
Ella lo miró de lado, sonriendo a medias. Pareció que iba a decir algo, sin embargo, al final, no dijo nada. Se despidió con una discreta inclinación de cabeza y siguió su camino por el sendero de Teis. Masetti salió atrás, abandonando a sus trabajadores y al nuevo emblema, todavía no fijado bien del todo. No podía perderla.
-No quise molestarla.- Afirmó con gentileza, al alcanzarla.- Me llamo Gaspare Masetti. Esa es mi fábrica y vivo en Santiago de Vigo...- Pensó en decirle muchas más cosas, pero todas le parecieron inadecuadas. Colocó, entonces, todo cuanto sentía en una mirada:- Por favor, me haga la honra de decirme su nombre y donde vive, señorita.-
-Sofía Siche es mi nombre.- Respondió ella sonriendo- Soy una vecina de su fábrica, señor don Gaspar de Roma.- Yo también vivo allí mismo.- Y señaló una casa próxima, de piedra encalada de blanco, con geranios rojos adornando el balcón que miraba a la ría.
Gaspare, conmocionado, sintió que no le salían más palabras, ni siquiera medio inteligentes, de la garganta. Optó entonces por callar la boca. Llevó la mano derecha a su corazón y se quedó allí, cara a ella, con la cabeza inclinada, hasta que la joven, sin dejar de sonreír, le devolvió el mismo gesto. Después caminó sin prisa hasta su casa, miró de nuevo para él, levantó una mano en despedida, abrió la puerta y entró.
En la mañana siguiente, aun se acordaba de cada gesto de ella, de cómo iba vestida, de su voz y de cada una de sus palabras. Pero había olvidado cualquier otra cosa que él hubiera hecho, si había hecho algo, en la tarde anterior y noche, hasta ese justo momento.
A lo largo de la mañana, se mantuvo cerca de la puerta de la nave, por si ella volvía a pasar, masticando en su cabeza media docena de frases apropiadas para interesarla. Pero ella no pasó.
Se acercó varias veces a la casa de Sofía, por si la veía salir, mas no la vio.
No la vio físicamente, pero la sentía en la casa, en la fábrica, en el sendero, en el mar, en el cielo, en las aves revoloteando en el patio, en las flores. Ella se encontraba ya en toda parte de su vida.
Después del mediodía, un hombre atractivo, mas o menos de la misma edad que Gaspare, surgió por el sendero y acabó entrando en la casa con la mayor naturalidad, como si fuera la suya.
Aquello batió duro en el interior de su pecho. Muy duro. ¿Sería que Sofía estaba casada? Los imaginó besándose al llegar él a su hogar. Cayó a pico desde la cumbre de la exaltación al abismo de la depresión.
Tuvo que sentarse sobre una piedra, bajo la sombra de unas xestas de flores amarillas, porque se sentía vacío, sin aire y con la cabeza doliéndole. Desde allí vio que otro hombre, más maduro, llegaba como del Arenal, con un paquete en la mano. Vio, igualmente, como entraba en la casa de tal manera como si fuera la suya.
Supuso que sería el padre. Y se alivió un poco. Si había un padre podía haber una madre, una familia, un hermano. Podía ser un hermano y no estar casada.
Necesitaba información. Volvió a la fábrica, pero no se atrevió a interrogar a sus empleados. Los varones españoles no hablaban con otros hombres de sus sentimientos íntimos. Pensó en su amigo, don Xosué. Tampoco se atrevía. Doña Teresa, su esposa, la criolla simpática. Ella sí.
Corrió hasta la casa de ellos. Halló al señor Quinteiro en la puerta, conversando con otro paisano suyo en gallego. Los saludó a los dos, preguntó rápidamente si podría ser un buen momento para que su amigo continuase contándole la historia de la región, después de la decadencia de los romanos.
-Puede ser, sí, dispongo de más de una hora, podemos tomar un café y hablamos.-Respondió él-. Mas permítame terminar, aquí, un asunto con el compañero.-
-¿Puedo saludar a su esposa entretanto? -Aprovechó Masetti.
-Claro, pase para adentro, por favor. Ella estará en la galería. Yo ya voy.-
-Doña Teresa estaba bordando unas flores en una estancia luminosa, y lo recibió con una gran sonrisa. Él se inclinó para besar su mano, pero después no se alzó. Al contrario, casi se agachó a los pies de ella, muy agitado.
-¡¡Doña Teresa, tenga piedad de mí, ayúdeme, estoy muriendo de amor!!-
Ella se quedó mirándolo con la boca abierta: -¡Avemaría, pero no puede ser, usted está loquito, joven, yo estoy casada...!-
Gaspare quedó horrorizado por el error de la criolla... ¿O por causa de su propio error al expresarse? Intentó arreglar aquella absurda situación.
-No me entendió, discúlpeme, yo la aprecio muchísimo, doña Teresa, me expresé mal. Se trata de otra mujer, de una chica de por aquí.-
Ella dio un profundo suspiro, Gaspare supuso que sería de alivio.
La señora levantó ambas manos ate él y dijo: -A ver, a ver, usted viene totalmente tomado por la ilusión, y la ilusión es contagiosa. Lo primero, haga el favor y siéntese en ese sillón, frente a mí. Relaje.-
Asi lo hizo el chico, y se dio cuenta de repente de la intensidad de la tempestad emocional que lo poseía, de su cansancio mental y de que doña Teresa quería poner orden en la casa. Relajó, descansó, calló y se quedó pendiente de ella, con confianza, dejándole hacer a ella.
-¿...Usted está loquito por una chica de por aquí...? Me alegro mucho, Gaspar. ¿Quién es la afortunada? ¿La conozco yo?
-Se llama Sofía Siche, vive cerca de mi fábrica, en una casa blanca. Por favor, guárdeme la confidencia, doña Teresa: Necesito urgente saber si ella tiene marido o no.-
-...Siche... debe ser la hija del señor Sitge. Un catalán que tiene un comercio de artículos de pesca en la calle de la Victoria, Casa San Telmo. No sé si su hija está casada, no la conozco más que de vista. Puedo averiguar... con discreción, claro.
-¿Ella tendrá un hermano...? De mi edad, mas o menos, cabello castaño, ojos claros...?-
-Tiene un hermano, tiene. Ese de quien habla debe ser el Telmo, el hijo del señor Sitge. A veces, él está atendiendo la tienda.
-¡¡Usted salvó mi vida!!- Dijo el italiano, todo alegre y recompuesto. Y volvió a besar su mano. Ella pidió de nuevo que se calmase y se sentase.
-¿Podría usted averiguar para mí si la Sofía está soltera y sin compromiso...? Y... después de eso, doña Teresa, yo tengo mucha cosa que aprender. Jamás cortejé a una chica con intenciones serias. Y menos a una gallega. No sé nada de lo que es correcto, o no, hacer por estas partes.
-Ah, no se preocupe, con mucho gusto voy a averiguarle eso y después le daré una clase de etiqueta española.- Dijo la criolla, ya sonriendo abiertamente.
Al poco, el señor Quinteiro entró en la sala. Lo saludó de nuevo y pidió disculpas por haberlo hecho esperar. Le convidó a un café y, después de hablar del tiempo, le siguió contando, tal como Masetti había pedido, la historia de la Edad Media en Galicia.
CONTINÚA MAÑANA
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