Justo en ese momento, el tercer oficial avisó que una vela surgía de la niebla al norte. Demoraron bastante en poder identificar el barco, pero ya todo el mundo estaba sintiendo al inglés y preparándose para el combate. Gaspare, nervioso, las armas pesándole en las manos, no tenía atención más que para cada instante presente.
Oyó al tercer oficial informando: -Inglés, mi capitán, bergantín bien cargado, aún no da el catalejo para leer el nombre. No parece que más rápido que nosotros. Dieciseis cañones. Si tan armado va, algo valioso llevará.-
-El capitán Maruri ordenó alcanzarlo -contaría después Gaspare-, desplegar una gran bandera de la armada española color sangre y oro, disparar una salva. No estaba a alcance de los cañones de nuestro barco todavía, pero se le comninaba a rendirse y, al mismo tiempo, avisábamos al Gavilán, que aún no se veía.
El bergantín inglés no había huido luego de nuestra primera salva, sino que se vino, muy decidido y gallardo, a buscar confrontación y a la captura. Cuando llegó suficiente cerca para leer su nombre, un nombre raro, maniobró y lanzó una primera andanada de sus ocho cañones de estribor que me heló la sangre con su estruendo, pero Maruri, que estaba muy atento, ordenara, justo antes, una virada extrema escorando hasta el límite y esquivó la muerte, que pasó silbando duro en nuestros oídos. La marinería lo felicitó con un clamor.
Surgió de repente por el horizonte el Gavilán, y el inglés pareció perder bastante de su brío. En ese momento de vacilación, Maruri prolongó su virada en un ángulo de giro cerradísimo, con la mayor velocidad que pudo obtener del viento a favor, para no darle tiempo de dispararle de nuevo, y se pasó al enemigo por la popa, lanzándole una certera enfilada, de atrás para delante, que arrasó toda su cubierta.-
Masetti, con la adrenalina a tope, se sorprendió de que no hizo falta más; todo acabó enseguida. El inglés arrió su bandera y, para evitar el abordaje, su capitán mandó arriar también un bote y se llegó, con seis remeros, al Santa Victoria, a fin de parlamentar con el capitán adversario.
El señor Quinteiro le dijo, muy tranquilo, que aquello era lo más frecuente en corsarismo, al menos, entre cristianos. La mayor parte de los duelos navales no eran a muerte, sino a primera sangre. Si un buen capitán veía que no tenía superioridad evidente o que le habían hecho un primer daño pesado, no arriesgaba las vidas del resto de su tripulación e intentaba una rendición razonable, con promesa del enemigo de ser bien tratados y de permitir el regreso de los tripulantes a su isla, vía Portugal, cosa que Maruri concedió como solía.
-Maniobra magistral- comentó el sobrecargo Puime.- Suerte que era un mercante armado. de ser un barco de guerra, no se rendiría, ni herido, sin mucha destrucción y bajas, de las que no nos habríamos librado nosotros tampoco. La armada británica hace consejo de guerra a los cobardes, igual que la nuestra.-
Masetti sintió pena por los británicos rendidos. Llegaban gritos de dolor desde su cubierta. Se le escapó una queja en voz alta: -¿Por qué tiene que haber guerra entre las naciones civilizadas?-
-Desde la primera vez que un español transportó un cargamento valioso- respondió don Xosué-, surgió un depredador inglés o francés que quería arrebatárselo, Gaspar, o de otras naciones tan cristianas como nosotros, o casi. Desde entonces, no hemos parado de relacionarnos civilizadamente. Cuanto más nos civilizamos, más daño hacen los cañones.-
-La guerra es política de fuerza y la política de las naciones no se puede subordinar a la ética, amigo italiano, tal como su paisano, Maquiavelo, dejó bien claro.- Señaló también el señor Puime.- Aunque un barniz de ética la haga parecer más elegante, la política, desde que comenzó la competencia entre los seres vivos, siempre ha consistido en una cuestión de supervivencia, interés y predominio de ciertos grupos humanos contra otros.-
El Gavilán se acercó al Santa Victoria cuando ya una parte de sus marineros, dirigidos por un segundo oficial, estaban tomando a su cargo el navío inglés y atendiendo a sus heridos. Así mermados de gente, no quedaba otra que dirigirse, cazador y presa juntos, a la bocana Sur de la ría de Vigo, en tanto que el Gavilán, que cargó a los prisioneros anglos, quedaba libre para ir de caza por su cuenta, luego de desembarcarlos ante cualquier playa portuguesa sin poblados.
Así gozó Gaspare Masetti de la entrada triunfal del Santa Victoria y su presa en aquella bella bahía y su puerto, habiendo conquistado un cargamento de dos mil quintales de bacalao seco, los vigueses aclamándolos y las campanas sonando a celebración. Por la tarde hizo la suya el Gavilán, adornado de todas sus banderas, trayendo consigo otro bergantín británico, rendido sin lucha, que cargaba diez mil fanegas de trigo.
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